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1968: El año que marcó profundamente a México (y a seis países más)

Recordamos 1968, año del movimiento estudiantil en México, de los disturbios de París, de la Ofensiva Tet de Vietnam, de la Primavera de Praga.

‘Cause summer’s here and the time is right
For fighting in the street, boy”
-The Rolling Stones, “Street Fighting Man”

¿Cuál es la conexión que podría existir entre la generación millennial y los diversos sucesos que ocurrieron en 1968? Este redactor, por ejemplo, nació en 1983, quince años después del movimiento estudiantil que desembocó en la masacre de Tlatelolco. Si yo no fui testigo directo de los sucesos que -según nos cuentan padres y abuelos- marcaron la historia de una nación ¿hay algo en realidad que pueda aportar dentro del marco de una reflexión conmemorativa?

Muchos hemos escuchado aquella frase de Santayana que dice “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” (irónicamente, citamos tanto esta frase que prácticamente se ha transformado en un cliché sin significado). Pero basta echarle un ojo a las redes sociales y a los noticieros para constatar la frecuencia con la que se repite la historia. Guerras en el Medio Oriente, dictaduras en África, crimen rampante en Latinoamérica, racismo en los países desarrollados… El mundo es testigo de los mismos sucesos que plagaron a las generaciones pasadas, lo único diferente son los nombres de los actores políticos y sociales.

En los juegos de México 68, los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos levantan el puño en protesta del racismo en EE.UU. (AP Photo)

Si las nuevas generaciones todavía se toman la molestia, o mejor dicho, descubren el placer de escuchar el disco blanco de los Beatles o de ver 2001: Odisea del Espacio, el siguiente paso lógico sería conocer el contexto social que dio lugar a la creación de aquellos productos artísticos. La música de los Beatles, los Stones o los Doors adquiere un nuevo matiz al aprender sobre las raíces de la cultura hippie. De la misma manera, el contexto de la Guerra Fría le brinda otra dimensión a los símbolos explorados por Stanley Kubrick en su película de ciencia-ficción.

Bajo esta justificación, le damos vuelta al reloj para compartir con las nuevas generaciones una introducción a los diversos sucesos que marcaron al mundo a finales de los sesenta, y para ser más preciso, cubriremos a los siete países que tuvieron mayor presencia mediática en aquel año tan turbulento.

¿Qué ocurrió en 1968 que tanto alteró el devenir histórico? ¿Por qué la cultura sociopolítica global se remite a este año en particular más que cualquier otro? Después de todo, ningún año está exento de guerras, manifestaciones, asesinatos. Pero se dice que 1968 fue distinto. No fue un año de revolución, fue un año en el que sobrevino un despertar social. Un año en el que la gente se percató de que la vida no tiene por qué seguir el mismo rumbo que había seguido hasta entonces. Un despertar que duró unos días o unos meses, y que luego de ser sometido por el poder en turno, en alguna medida perduró en el inconsciente colectivo.

(Fuente principal: 1968: The Year That Rocked the World de Mark Kurlansky)

VIETNAM

Esta famosa fotografía muestra a un general de las tropas de Vietnam del Sur segundos antes de ejecutar a un oficial del Vietcong, en una calle de Saigón, durante la Ofensiva del Tet, 1 de febrero 1968 (AP Photo/Eddie Adams)

Cuando hablamos de la guerra de Vietnam, por lo general aludimos a la parte del conflicto en Indochina que involucra directamente a Estados Unidos, un periodo que abarcó de 1959 a 1975. En los primeros años, las fuerzas militares de EE.UU. tenían un papel minúsculo, como asesor de la República de Vietnam (Vietnam del Sur) mientras combatían a las fuerzas unidas de Vietnam del Norte y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam, mejor conocido como el Viet Cong. Sin embargo, fue a partir de los años de John F. Kennedy en la presidencia que el enfoque militar en Vietnam comenzó a subir de nivel y que llegó a su máxima expresión en los últimos años de la administración de Lyndon B. Johnson. Si en 1959 había apenas 900 asesores estadounidenses en Vietnam, a inicios de 1968 había poco más de medio millón de soldados de EE.UU. en Indochina.

¿Qué ocurrió en 1968 y por qué este año fue tan crucial en la sofisticada trama de la guerra? En pocas palabras: la Ofensiva del Tet.

Todavía hasta 1967, la sociedad estadounidense se había creído la narrativa del gobierno de Johnson que afirmaba que los EE.UU. y sus aliados estaban ganando la guerra de Vietnam y que el avance comunista en Asia había sido frenado. No obstante, en enero de 1968, el ejército de Vietnam del Norte ejecutó su plan más ambicioso y su apuesta más arriesgada. Luego de aferrarse a ciertos puntos estratégicos en los días previos a la ofensiva, el 30 de enero, durante la fiesta del Año Nuevo Lunar (el Tet), el Ejército de Vietnam del Norte (EVN) lanzó una invasión coordinada con el Viet Cong contra decenas de ciudades, pueblos y bases militares en Vietnam del Sur, incluyendo su capital, Saigón, y la embajada estadounidense. Fue un ataque sorpresa por todo el país y la operación más grande de la guerra hasta la fecha.

Cerca de 80 mil soldados del EVN y el Viet Cong participaron en esta acción que había tomado meses de preparación. Acostumbrados a combatir la estrategia vietnamita de guerra de guerrillas, los mandos militares de EE.UU. no se esperaban una invasión a gran escala. A pesar de la sorpresa, los estadounidenses y sus aliados lograron repeler con éxito la mayor parte del avance. De cualquier forma, no fueron pocos los puntos en Vietnam del Sur que cayeron en manos de los comunistas, lo que desató algunas de las batallas más sangrientas de la guerra, entre ellas, la Batalla de Huế. Del 30 de enero al 3 de marzo, los comunistas se aferraron al control de Huế, una de las principales ciudades en Vietnam del Sur, y emprendieron una masacre que terminó en la ejecución de casi 5 mil civiles y la destrucción total de la ciudad.

Tras una larga lucha de calle por calle, las fuerzas del EVN fueron expulsadas de Huế, al igual que de otros puntos conquistados por los vietnamitas. Desde el punto de vista militar, la Ofensiva del Tet había sido un fracaso y el Viet Cong había sido borrado del mapa. Pero a final de cuentas, los soldados de Hồ Chí Minh alcanzaron la victoria más importante de todas: el triunfo psicológico sobre sus rivales. Sucedió así: los mandos de EE.UU. se percataron que habían subestimado el poderío militar de sus enemigos, al igual que su intelecto estratégico. Era evidente que los generales requerían de cientos de miles de nuevos reclutas para ganar la guerra, pero ésta era una petición que la opinión pública y política de EE.UU. nunca les iba a conceder.

El respaldo de la sociedad estadounidense por sus fuerzas armadas siempre había sido inquebrantable, pero esa imagen sufrió un cambio casi irreversible a partir de la cobertura mediática de la intervención en Vietnam. Cuando el televidente promedio fue expuesto por primera vez a las historias trágicas que derivan de una guerra, la opinión del público se volcó contra el gobierno y el ejército. Aquello no era the american way. Y no hubo caso más emblemático de la indignación global que el de la Matanza de Mỹ Lai.

El 16 de marzo de 1968, tropas de Estados Unidos de la Compañía Charlie llegaron a la aldea de Sơn Mỹ en persecución de guerrilleros del Viet Cong. De acuerdo a un reporte de inteligencia, el enemigo estaba refugiándose en los túneles construidos debajo de la zona. Los soldados, frustrados por las múltiples bajas causadas por minas y otros tipos de trampas explosivas, recibieron la orden de eliminar todo blanco sospechoso en la región indicada. Desde el primer momento en que las tropas pisaron las cercanías de la aldea, los marines abrieron fuego contra los humildes pobladores. En las primeras horas de la mañana, los pobladores se estaban preparando para un día de mercado, sin advertir que aquel día casi todos serían exterminados por las fuerzas liberadoras de Estados Unidos.

Los soldados no discriminaron a nadie. Ejecutaron de 347 a 504 civiles desarmados -los números varían de acuerdo a la fuente- la mayor parte de éstos, mujeres, niños y ancianos, incluso bebés. Algunas de las mujeres fueron violadas antes de ser ejecutadas. Otras personas fueron arrojadas en zanjas donde eran fusiladas por fuego de ametralladora. Las madres hacían lo posible por proteger a sus hijos con el cuerpo, pero todos fueron asesinados sin piedad. Los soldados también mataron al ganado, quemaron las chozas y contaminaron los pozos. No recibieron bajas, así como no encontraron a ningún elemento del Viet Cong ni confiscaron ni un arma. “Solo estoy siguiendo órdenes”, le dijo un teniente a un piloto de helicóptero que se había quedado atónito ante la masacre.

POLONIA

Una pareja en Varsovia camina frente a una fotografía que rememora las protestas de estudiantes en marzo de 1968 (AP Photo/Alik Keplicz)

Aunque apenas habían transcurrido 23 años desde que Polonia padeció los traumas de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, aquél país satélite de la Unión Soviética pasó por uno de los periodos más vergonzosos de su historia reciente cuando en marzo y abril de 1968 emprendió una purga de ciudadanos judíos, provocada por un ambiente de antisemitismo que desembocó en el éxodo de 25 mil personas. Todo esto tuvo su origen un año antes, con el triunfo de Israel sobre sus vecinos árabes en la Guerra de los Seis Días. La Unión Soviética, al ser aliada de los países árabes, rompió relaciones diplomáticas con Israel. De tal forma, miles de judíos en los países del Pacto de Varsovia se vieron en una situación bastante incómoda, incluso aquellos que mantenían un puesto de poder. El Primer Ministro de Polonia fue conciso al respecto:

La lealtad a la Polonia socialista y al Israel imperialista no es posible simultáneamente… Quien quiera enfrentar estas consecuencias en forma de emigración no encontrará ningún obstáculo”.

La crisis política polaca de marzo de 1968 comenzó de una manera similar a la de otros países. Contagiados por la ola de liberalización de la Primavera de Praga, estudiantes, académicos e intelectuales tomaron las calles principales de la República Popular de Polonia para manifestarse en contra de los intentos de censura contra la libertad de expresión y en contra de la política opresora del partido que había dejado a la economía nacional al borde de una crisis. Los líderes del movimiento formaban parte de un grupo revisionista de izquierda llamado Komandosi, el cual exigía un retorno a los ideales marxistas-leninistas y mayor apego a los principios del socialismo.

Las manifestaciones y las marchas de los estudiantes fueron aplastadas sin mayor problema por la maquinaria del Partido Obrero Unificado Polaco. Pero al ver que las cabezas del movimiento eran intelectuales de origen judío, el Ministro del Interior, Mieczysław Moczar, aprovechó la coyuntura para sembrar un ambiente de antisemitismo en la sociedad y así purgar al partido de funcionarios “zionistas”, traidores a la visión de Stalin. Incluso el Secretario del Partido y líder de la nación, Władysław Gomułka -cuya esposa era judía- aprovechó el ambiente antisemita para erradicar al movimiento revisionista de los estudiantes.

El principal interés del Partido era mantener la estabilidad del país frente a la amenaza reformista de la Primavera de Praga. Para este fin, era de máxima importancia apagar la llama de protesta desde la primera chispa. Pero Gomułka nunca imaginó que el costo político fuera tan elevado. De marzo a abril de 1968, tanto judíos como polacos revivieron los traumas del holocausto, dejando a decenas de miles de personas sin patria. A finales de aquel año, Gomułka tomó cartas en el asunto -ya demasiado tarde- y despidió a Moczar del gobierno, pero no fue sino hasta 1998 que el gobierno de Polonia, ya libre de la sombra del comunismo, emitió una disculpa al pueblo judío.

FRANCIA

Arde París (Reg Lancaster/Getty Images)

Il est interdit d’interdire” -‘Está prohibido prohibir’, consigna popular de la rebelión.

Entre todos los movimientos estudiantiles que se registraron en diversos puntos del mundo en 1968, pocos tuvieron el alcance mediático y el impacto cultural de los disturbios de Paris del mes de mayo (es probable que solo el ‘2 de octubre’ de México sirva de referencia para comparar la extensión de las ramificaciones sociales). Lo irónico de los disturbios es que Francia había ignorado las marchas de jóvenes en otros países que marcaron los primeros meses del año. Después de todo, Francia en aquel entonces era una nación sumamente conservadora, liderada desde hace diez años por el general Charles de Gaulle (jefe de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial). Pero como polvorín que explota de la nada y desata una reacción en cadena, el gobierno gaullista fue tomado por sorpresa y en cuestión de un par de semanas estaba lidiando con la amenaza de una auténtica revolución.

¿A qué se debió el grado repentino y extremo que alcanzó el descontento social en Francia? Aquellos que conocen la historia de México en el 68 se sorprenderán ante las similitudes, prueba de que no hay muchas diferencias entre las condiciones de raíz que alteran las estructuras sociales de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo.

Aunque la administración de la Universidad de París había reportado algunos choques con grupos estudiantiles de izquierda en los meses previos, fue a partir del 2 de mayo que comenzó a manifestarse el grueso del conflicto. Las primeras movilizaciones fueron protestas contra la expulsión de algunos estudiantes del campus de Nanterre. Alarmada por el contagio de rebeldía entre el alumnado de diversos colegios, la administración de la Sorbona pidió la intervención de la policía, lo que fue interpretado por estudiantes y maestros como una violación a la autonomía de la universidad. El 6 de mayo, alrededor de 20 mil estudiantes marcharon hacia la Sorbona y confrontaron a la policía. La manifestación fue demolida a base de macanazos y cientos de arrestos arbitrarios.

A partir de este choque, París fue testigo en los días siguientes de una escalada de violencia en la que los manifestantes exigían la liberación de los presos políticos y la salida de la policía de la Sorbona y Nanterre, solo para ser repelidos por las autoridades con una brutalidad nunca antes vista a través de la televisión. Las tácticas del gobierno para silenciar las protestas callejeras hicieron que los estudiantes consiguieran el apoyo de artistas, intelectuales y obreros. La difusión de los disturbios fue suficiente incluso para que la otrora indiferente opinión pública simpatizara con el movimiento estudiantil. El 13 de mayo, los sindicatos obreros más grandes del país convocaron a una huelga general y más de un millón de personas tomaron las calles de París.

Los estudiantes ganaron. El gobierno francés liberó a los presos políticos y la policía salió de los planteles universitarios. Sin embargo, la Sorbona volvió a ser ocupada, esta vez por los estudiantes, quienes la “refundaron” como una universidad “autónoma y popular”. Luego los líderes estudiantiles fueron entrevistados en televisión nacional, donde hicieron declaraciones de corte marxista. La opinión pública de inmediato se volcó en su contra al tomarlos por utopistas. No obstante, los obreros aprovecharon el ímpetu de las manifestaciones para cerrar más fábricas y convocar a más huelgas. Era evidente que las exigencias sociales estaban lejos de ser satisfechas. Los líderes de los sindicatos trataron de contener este contagio de rebeldía al negociar un aumento de salarios y una jornada laboral más flexible, pero las exigencias de los obreros iban mucho más allá del ámbito laboral. Fue así que pidieron la abolición del gobierno gaullista y nuevas elecciones.

En los últimos días de mayo, Francia estaba al borde de la revolución. Obreros de todo el país estaban en huelga y tenían el apoyo de estudiantes, artistas e intelectuales. Políticos socialistas y comunistas se sumaron a la causa, declarando que era necesario formar un nuevo gobierno ante el fracaso del estado. EL 29 de mayo ocurrió lo impensable cuando el general de Gaulle abandonó el Palacio del Elíseo por temor a un ataque contra la sede de gobierno, dejando a su Primer Ministro, Georges Pompidou, en la incógnita. “Ha huido del país”, dijo éste. De hecho, por seis horas el mundo no tenía idea del paradero del presidente de Francia. Entre los ministros de gobierno se sembró el pánico. Más tarde se supo que de Gaulle viajó a una base militar del ejército francés situada en Alemania. El general quería tener la certeza de contar con el apoyo de las fuerzas armadas en caso de una insurrección. El ejército persuadió a de Gaulle de que la mejor opción era volver al palacio presidencial y así lo hizo.

El 30 de mayo, medio millón de manifestantes volvieron a tomar las calles de París, gritando “Adieu, de Gaulle!”. El presidente recuperó la confianza en sí mismo, regresó a París y anunció en televisión nacional que no iba a presentar su renuncia y ordenó a los obreros que regresaran a las fábricas o de lo contrario impondría un estado de emergencia. Las autoridades, por su lado, tomaron precauciones para no usar fuerza letal contra los manifestantes, pero sí permitieron que se filtrara el rumor entre los medios de que había soldados y tanques estacionados en las afueras de París. Justo después del discurso del presidente, 800 mil parisinos con la bandera tricolor salieron a las calles para mostrar su respaldo al mandatario. Los comunistas se dieron cuenta de que habían sobreestimado su ventaja y accedieron a las elecciones. El mes de rebeldía de los franceses había llegado a su fin y los gaullistas aplastaron a sus rivales en las elecciones de junio. De Gaulle todavía se aferró al poder por un año más. En 1970 murió el decorado líder de La Résistance.

CHECOSLOVAQUIA

Residentes de Praga intentan repeler el avance de un tanque soviético, 21 de agosto de 1968. (AP Photo/CTK, Libor Hajsky)

Digamos que fuiste de paseo al Centro Histórico de la Ciudad de México. Caminaste por la Alameda y disfrutaste la exposición en el Palacio de Bellas Artes. Parecía ser una mañana cualquiera en la capital del país, hasta que así de manera súbita, escuchas un sonido estruendoso, como de tractor oxidado. Ves que la gente se queda parada, atónita. Y a los pocos segundos, ves un tanque desplazándose por Eje Central. Luego otro. Después llega un camión que transporta a un pelotón de soldados, pero no son mexicanos. Llevan la bandera de Estados Unidos bordada en su uniforme. Te percatas de otros soldados con banderas distintas: Canadá, Reino Unido, Francia… países “aliados”. Aunque no hay disparos ni violencia, la gente se encuentra confundida y desalentada. Nadie se explica la presencia de fuerzas militares extranjeras en sus calles y avenidas.

Algo así debió ser el ánimo de la población de Praga el 21 de agosto de 1968, cuando 2 mil tanques y 200 mil tropas de la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia invadieron la República Socialista de Checoslovaquia. La invasión ocurrió sin previo aviso, sin declaración de guerra. De la noche a la mañana, un país completo había sido ocupado por fuerzas aliadas. Alexander Dubček, Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia, le rogó a su pueblo que no recurriera a la resistencia armada. Y aunque hubo algunas refriegas a lo largo y ancho del territorio, no se reportaron más de cien muertos durante la invasión del Ejército Rojo. No obstante, la gente fue tomada por sorpresa. Muchos comentaban que los días previos a la invasión habían sido tranquilos y rutinarios. Nadie esperaba una reacción semejante de parte de los soviéticos. Pero lo que no sabían, es que se trataba de la primera implementación de la Doctrina Brézhnev.

¿Cómo fue que Leonid Brézhnev -en aquel entonces secretario general del Comité Central (CC) del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS)- tomó la decisión de someter a un camarada país sociliasta?

Las acciones hostiles de la URSS se justificaron en el proceso de liberalización política de Checoslovaquia, detonado por la implementación de las reformas introducidas por Alexander Dubček, un periodo conocido popularmente como ‘La Primavera de Praga’. Dubček tomó las riendas del Partido a partir del 5 de enero de 1968 y pocos en el Politburó esperaban que esta figura se fuera a desviar de la naturaleza obrera del Partido Comunista. Sin embargo, el nuevo Primer Secretario determinó que el país requería una reforma política, un “socialismo con un rostro humano” por así decirlo, que se ajustara a la tradición democrática de Checoslovaquia.

Entre las reformas propuestas por Dubček en su Programa de Acción resaltaban las libertades de prensa, de expresión y movimiento; la apertura a un sistema de gobierno multipartidista; la disminución a la autoridad de la policía secreta y el fin de detenciones arbitrarias; el inicio de elecciones democráticas; la descentralización de la economía; el restablecimiento de relaciones con países occidentales; y la federalización del país en dos repúblicas, la República Checa y Eslovaquia. Desde el punto de vista de los reformistas, era evidente que con la imposición de socialismo en el país, la burguesía había sido derrotada, el conflicto de clases había pasado a segundo plano y las políticas estalinistas de naturaleza económica resultaban obsoletas. Era necesario dar el siguiente paso a un socialismo que se integrara a la revolución global técnico-científica con el fin de competir con las naciones capitalistas.

La Primavera de Praga fue vista con escepticismo por los líderes del Bloque del Este, pero en la Unión Soviética, toda política que coqueteaba con la mera mención de “democracia” apestaba a capitalismo. Brézhnev y sus aliados negociaron con los delegados de Dubček para limitar el alcance de las reformas y reafirmar su lealtad al sistema marxista-leninista. Dubček se comprometió a seguir los lineamientos marcados en los estatutos del Pacto de Varsovia y a reducir las tendencias anti-socialistas en el liderazgo del Partido. La ala conservadora entre los checoslovacos, sin embargo, desconfiaba de Dubček y pidió al Comité Central una intervención inmediata para tumbar el Programa de Acción.

En agosto del 68 se puso en marcha la invasión de Checoslovaquia y de inmediato se revirtieron las reformas de la Primavera de Praga. Los soviéticos estaban al mando. En abril de 1969, Dubček fue sustituido por un títere del Comité Central de nombre Gustáv Husák, y fue así que Checoslovaquia inició un largo periodo conocido como “normalización”, siempre bajo la mirada vigilante del Ejército Rojo…

NIGERIA

Crisis humanitaria y guerra civil en Nigeria, cerca de Ikot Ekpene, Octubre 1968. (AP Photo)

Es fácil que en las revisiones occidentales de la historia reciente, la África postcolonial caiga en segundo plano. Con toda la atención mediática puesta en la Guerra Fría, las masacres en Vietnam y los movimientos estudiantiles en Europa y América, seguir los enredos sociopolíticos entre las nuevas naciones del continente negro era demasiado complicado para las audiencias globales. Golpes de estado, guerras civiles, abusos de derechos humanos, conflictos entre tribus, terrorismo, declaraciones revolucionarias y un largo etcétera de conflictos de todo tipo, demasiado complejos para resumir en cuatro párrafos. Pero incluso el mundo tuvo que girar la mirada hacia África en el verano del 68, cuando se dio a conocer la tragedia de una crisis humanitaria que había dejado más de 2 millones de muertos en un solo lugar: Nigeria.

Cuando Nigeria obtuvo su independencia del Reino Unido en 1960, esta nación rica en petróleo estaba conformada por cientos de etnias, pero en el ámbito político, el poder era disputado entre una facción de tribus norteñas unidas por la fe musulmana, y por el pueblo igbo que dominaba el sudeste de Nigeria, caracterizado por ser cristiano. De 1960 a 1965, con el establecimiento de la primera república de Nigeria, estos dos bandos se enfocaron en consolidar su respectivo poder político y militar, por lo que se mantuvo una relación bastante tensa entre las partes. Ya fue a partir de 1966 que comenzaron a darse los golpes de estado entre oficiales norteños e igbos, uno tras otro, sin resolución aparente. Hartos de la inestabilidad del estado y la persecución de igbos en el norte del país, el sudeste de Nigeria declaró su independencia. Así nació la República de Biafra en mayo de 1967, liderada por el jefe Odumegwu Ojukwu.

El gobierno federal de Nigeria se negó a aceptar la existencia de un estado separatista dentro de sus fronteras, por lo que de inmediato estalló el conflicto conocido como la Guerra de Biafra. A lo largo de 1967, los nigerianos se dedicaron a rodear y orillar a las fuerzas de la nueva república. Y aunque los separatistas no contaban con el armamento de sus rivales, estaban determinados a defender su territorio, provocando que los avances nigerianos desembocaran en un estancamiento. Ya en 1968 se comenzaron a percibir las consecuencias de un embargo que el ejército federal impuso sobre Biafra el año anterior, bloqueando a los separatistas del resto del continente. En el verano se filtraron a los medios internacionales las primeras imágenes de una crisis humanitaria desatada por la hambruna. En septiembre, la Cruz Roja estimó que entre 8 mil y 10 mil personas morían de hambre ¡por día! A través de la televisión y el apoyo de organizaciones no gubernamentales (ONG), el pueblo igbo buscó apelar a la caridad de la comunidad internacional para frenar el genocidio. Se requerían alimentos, medicamentos… y armas. Urgentemente.

Aunque buena parte del mundo simpatizaba con la causa de Biafra, la ayuda humanitaria apenas podía llegar con hartas dificultades. En buena medida, esto se debía al fuerte apoyo del Reino Unido al gobierno de Nigeria. A los británicos les convenía que su antigua colonia pudiera alcanzar algo semejante a la estabilidad política, sobre todo para resguardar los intereses económicos de la empresa petrolera Shell-BP. El apoyo británico fortalecía enormemente al embargo de Nigeria. No obstante, mucha gente hizo hasta lo imposible por cruzar el bloqueo militar con tal de proporcionar ayuda a los más necesitados. Uno de estos voluntarios fue un doctor de nombre Bernard Kouchner, que denunció a la Cruz Roja Francesa por permitir que los nigerianos cometan actos de barbarie contra los igbo. Kouchner vio la necesidad de formar una nueva organización que pudiera ignorar las restricciones políticas y religiosas y otorgara prioridad a las necesidades de las víctimas. Este comité contra el genocidio en Biafra sería renombrado Médecins Sans Frontières en 1971. Médicos Sin Fronteras sigue activo en la actualidad y ha salvado una cantidad innumerable de vidas en conflictos de toda índole.

La guerra civil en Nigeria llegaría a su fin en enero de 1970 con la derrota y reincorporación de Biafra al territorio nigeriano.

MÉXICO

Estudiantes universitarios detenidos por soldados en Tlatelolco, 2 de octubre 1968. (AP Photo/Proceso)

A décadas del movimiento estudiantil que abrió una primera grieta sustancial en el régimen del Partido Revolucionario Institucional, la retrospectiva nos permite comparar este sismo social con los disturbios de París o la Primavera de Praga. A diferencia de las diversas manifestaciones en Estados Unidos (como el movimiento de los Derechos Civiles), México, Francia y Checoslovaquia eran naciones regidas por sistemas autoritarios, en el que la sociedad jamás cuestionaba al poder político y se apegaba a los usos y costumbres dictados por la maquinaria propagandística del estado. Encima de esto, todo brote de inconformidad (particularmente en el sector obrero) era silenciado con fuerza tajante. Sin embargo, nuestro país llegó a ser un caso curioso…

En los 60, México estaba ansioso por demostrar al mundo los resultados de su “milagro económico” y el mundo estaba dispuesto a complacer. El Comité Olímpico Internacional estaba ansioso a su vez de blindar a los Juegos Olímpicos de la tensión política desatada por la Guerra Fría. Fue así que México se presentó como una oportunidad ideal para traer el evento deportivo a un país que no estaba completamente alineado ni con los Estados Unidos ni con la Unión Soviética. Y aunque se trataba de un país en vías de desarrollo, también se tomaba en cuenta que México era un país que gozaba de paz, estabilidad económica y la infraestructura necesaria.

Con la mirada internacional sobre sus hombros, uno pensaría que el presidente Gustavo Díaz Ordaz iba a construir una relación más transparente, abierta y fructuosa entre pueblo y gobierno. Pero la historia nos demostró todo lo contrario…

Los preparativos de los Juegos Olímpicos por fin le ofrecían una audiencia distinta a las exigencias de la sociedad, ya que el llamado ‘milagro mexicano’ no era más que un milagro superficial. Atrás de la romántica fachada existía un México de millones de pobres, clases marginadas y grupos sin oportunidad de voz ni voto en las decisiones del país. Así que en lugar de abrir los espacios para mostrar a un México incluyente y tolerante en su etapa moderna, el gobierno de Díaz Ordaz cerró los espacios de crítica. El aparato de seguridad se enfocó de manera extraordinaria a la imposición del orden. No se iba a pasar por alto ni siquiera un conflicto callejero entre preparatorias rivales. Así que cuando se produjo este mismo escenario y un escuadrón de granaderos arrestó a estudiantes y violó la autonomía de las escuelas, fue que estalló una bomba que acumulaba varios años de tensión social.

Con el apoyo de la temida Dirección Federal de Seguridad, los elementos del Ejército Mexicano ocuparon los planteles universitarios y apuntaron sus armas contra estudiantes, obreros y demás civiles desarmados. Por más de tres meses, aquella institución que había jurado proteger la integridad del pueblo de México, se dedicó a detener, torturar y asesinar a cientos de jóvenes, como si esa fuera la receta necesaria para instaurar la paz en una ciudad que iba a ser sede de un evento multinacional que supuestamente promovía la armonía entre pueblos. La recién formada Comisión Nacional de Huelga hizo sus demandas y Díaz Ordaz no se molestó ni con el gesto de atenderlas. Al seguir el script proporcionado por EE.UU., el gobierno vendió la idea de que no estaba reprimiendo manifestaciones legítimas, sino que estaba purgando a los movimientos sociales de agentes extranjeros, provocadores y terroristas.

El bazukazo de San Ildefonso, la Manifestación de las Antorchas, la Marcha del Silencio, la invasión militar de la UNAM, la ocupación del Casco de Santo Tomás, la masacre en la Plaza de las Tres Culturas…  Y por eso recordamos; para asegurarnos de que el próximo despertar social no sea acompañado por una dosis innecesaria de violencia.

ESTADOS UNIDOS

MLK, un día antes de su asesinato, desde el infame balcón del Lorraine Motel en Memphis, 3 de abril 1968. (AP Photo/Charles Kelly)

Parecía que Estados Unidos estaba al borde de tomar un salto radical. Un salto que permitiría al país renovar sus estructuras fundacionales de acuerdo a las exigencias del tiempo. El liderazgo social que movilizaba a las minorías estaba presente. Los actores políticos que iban a impulsar las reformas en Washington estaban presentes. La generación baby boomer estaba harta de la guerra. La animosidad hacia el comunismo le era ajena al hippie, al negro, al gay y al latino (excluyendo al exiliado cubano). Parecía que las piezas estaban en su lugar para que la nación americana ejecutase el proyecto por la igualdad de género, de raza y demás denominaciones. La meta era una nación auténticamente indivisible, con libertad y justicia para todos, borrando por fin la hipocresía de su Juramento de Lealtad. La comunidad artística marchaba en favor del cambio. La comunidad académica e intelectual marchaba en favor del cambio. Parecía que las piezas estaban listas en el tablero. Pero a final de cuentas, en el corazón de la clase media, el país no quería ningún cambio. Ni siquiera en 1968.

El doctor Martin Luther King fue asesinado el 4 de abril en Memphis. El candidato a la presidencia Robert Kennedy fue asesinado el 6 de junio en Los Angeles. Y meses más tarde se produjo el triunfo arrollador de Richard Nixon en las elecciones federales. El país no estaba listo para ningún cambio radical y la gran mayoría silenciosa selló su postura en noviembre con el voto.

¿Quién formaba parte de la mayoría silenciosa precisamente?

¿Pues quién más? La mayor parte de la población que se identificaba como white caucasian. Esto engloba en mayor medida a (1) la familia blanca de pocos recursos de los estados sureños, abandonados por el Partido Demócrata cuando éste cedió a las demandas del movimiento afroamericano por los derechos civiles, (2) el obrero blanco sindicalizado de los estados manufactureros que tachaba cualquier reforma liberal o ambientalista como una política socialista que amenazaba con dejarlo desempleado, (3) el cristiano blanco que veía con miedo la destrucción de los valores sociales a causa del consumo de drogas y la cultura pop hedonista, (4) la clase media acomodada que no simpatizaba con las plegarias de los negros y las demás minorías, los que se tragaban el cuento de que Estados Unidos seguiría siendo la tierra de la oportunidad cuando sus nietos asumieran el papel de líderes del mundo libre, los que confiaban ciegamente en que la mano invisible del mercado les sería siempre favorable.

Pero más relevante aún, la mayoría silenciosa era aquel gran sector de la población estadounidense que sentía que había dejado de tener una voz en el debate público; la que había sido retratada por las élites liberales como el blanco ignorante que no sabía ubicar a Vietnam en el mapa, o el blanco racista que empujaba a los jóvenes negros en su camino a la escuela. La mayoría blanca resentía ese retrato “injusto” y “simplón”, porque el blanco no odiaba al negro. No lo odiaba, decían. Simplemente deseaba no tenerlo en frente, o mejor dicho, a su mismo nivel. “Separate but equal”, gritaban. “Segregation now, segregation tomorrow and segregation forever!” La mayoría silenciosa dejó en claro que en su esencia, Estados Unidos era un país Conservador (así, con ‘C’ mayúscula).

Aquella mayoría silenciosa fue la encargada de llevar a un político fracasado y paranoico como Richard Nixon a la Casa Blanca y de mantener al Partido Republicano en el poder de 1969 a 1992 (no obstante los cuatro años desdeñables de Jimmy Carter).

Resulta irónico que para los seis países mencionados arriba, 1968 fue un año de reformas y revolución, de resistencia contra una fuerza opresora, de un despertar social. Pero en lo que respecta a Estados Unidos, líder mundial de la democracia, 1968 fue un año de contrarrevolución. Lo de EE.UU. fue un movimiento reaccionario que silenció las voces que impulsaban al país a su destino natural como el melting pot del mundo.

Ilustración principal: Cuemanche!

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