El ébola, desde la zona caliente

CIUDAD DE MÉXICO, México, oct. 24, 2014.- Tan rápido como la epidemia de ébola se extiende, aparecen dos preguntas: ¿cómo es que un virus mortal pasó desapercibido por tres meses?, ¿por qué han fallado los esfuerzos internacionales para contenerlo? En un viaje a Meliandou, el remoto poblado guineano donde vive el paciente cero, el reportero Jeffrey E. Stern rastrea el camino del virus y el contagio psicológico que aún alimenta la peor crisis del ébola en la historia y publica el texto en Vanity Fair.

La diminuta villa de Meliandou, al sur de Guinea, ha acaparado la atención del resto del mundo. Una playera de soccer con el nombre de Messi, tres tallas más grande, en el cuerpo de un pequeño niño. Un pesado gabán en el cuerpo de un hombre viejo, como prenda de distinción. Incluso es posible encontrar en el camino a un adolescente con un teléfono celular, protegiendo la pantalla con el hueco entre sus manos, como cuando se intenta encender un cigarrillo a pesar del viento. Pero sobre todo es un lugar que parece atascado en el pasado, con caminos de tierra llenos de baches, chozas con techo de paja, en una ladera inclinada hacia el bosque. Es el hogar de unos pocos cientos de personas. Los pollos y las cabras deambulan libremente. Los chamanes son los primeros en responder cuando una enfermedad ataca.

En Meliandou, la caza ha sido una fuente común de alimento. Al igual que en otros sitios de África Occidental, los cazadores se internan en la maleza y vuelven con lo que pueden encontrar. Todavía no hace mucho encontraban monos, antílopes y ardillas. Eso ha cambiado; el ecosistema se ha reorganizado. Después de las guerras civiles en Liberia y Sierra Leona, los refugiados cruzaron las fronteras y la población creció, incluso una lucha por el poder en Guinea tuvo un costo económico. La gente comenzó a buscar los recursos a su alrededor para enriquecerse y los árboles pagaron las consecuencias.

Los árboles fueron talados para dar paso a granjas o fueron quemados para hacer carbón. Camiones interminables cargando madera fueron enviados a las empresas de construcción. El bosque también fue explotado por las trasnacionales y la deforestación desapareció la frontera que separa a los humanos de los agentes patógenos que albergan los animales.

La vida ordinaria en Meliandou terminó cuando el virus del ébola llegó al pueblo, muy probablemente en el cuerpo de un murciélago de la fruta, su huésped natural, de acuerdo con un amplísimo consenso entre los científicos. La minería y la tala han empujado a los murciélagos fuera de sus hábitats naturales y los han acercado a la gente, como los habitantes de Meliandou. A los murciélagos de la fruta les encantan la palma y el mango que madura en los árboles que quedan en el pueblo. Los murciélagos se alimentan en grupo, lo que los hace blancos tentadores: un solo disparo de escopeta puede derribar diez.

El ébola es uno de los virus más mortales conocidos por la ciencia médica, sin tasas específicas de curación y con una mortalidad de hasta 90 por ciento, explica el autor del texto. La epidemia de ébola es la peor en la historia. Ha diezmado Meliandou y trascendió las fronteras. Pero el misterio no es cómo comenzó la epidemia, sino por qué un esfuerzo concertado por un ejército de expertos internacionales no pudo detenerlo. Parte de la respuesta está en el carácter camaleónico de las pantallas del virus. Una parte aún más grande se encuentra en la propia respuesta internacional. Cualquiera habría esperado que fuera rápida y completa, pero la reacción fue inesperada y socavó todo lo que los expertos trataron de lograr y engañó a muchos, haciéndoles creer que habían logrado sus objetivos. Cuando comprendieron la verdad, era demasiado tarde.

En movimiento

El brote comenzó cuando unos bastones microscópicos encontraron su camino desde un murciélago de la fruta hasta el cuerpo de un niño que no llegaba a los dos años de edad. Tal vez, mientras la madre estaba preparando la caza del día para cocinarla y parte de la sangre del murciélago cayó en dirección del niño. Quizá mientras la madre se distrajo, el niño tocó el animal muerto y luego se chupó los dedos, como hacen los niños. De cualquier manera, el virus aprovechó el sistema inmunológico del niño para replicarse.

El niño tuvo fiebre y después diarrea y vómitos. Sus órganos comenzaron a fallar. Empezó a sangrar internamente y entró en shock séptico. En cuatro días, estaba muerto.

Quizá esto pudo ser un episodio más de de la muerte de un niño en la selva, sin que nadie se enterara de que el ébola afectó a la población humana, porque eso ocurre a menudo, cuando hay brotes repentinos y, en general, de manera remota, que no se propagan, mientras los vecinos lo comentan y el resto de la gente no oye hablar de estos casos jamás.

En este caso, sin embargo, hubo una disputa familiar. Cuando el niño estaba infectado, antes de morir, la madre, que estaba embarazada, empacó una maleta y fue con el niño y otra de sus hijas a través de la aldea a la casa de su madre. El espacio que ocuparon estaba limitado, porque en la casa había visitas y tuvieron que compartir las camas, cuando los síntomas del bebé comenzaron. La madre, la hermana, la abuela y hasta el invitado se contagiaron. Cuando la madre abortó, la partera se infectó y el virus del ébola comenzó a correr.

De acuerdo con el texto publicado en Vanity Fair, cuando el ébola golpea, mata rápidamente, pero puede tardar entre diez días y tres semanas en incubarse. El periodo de incubación es suficiente para entrar en contacto con una fuente de contagio que pudo haberse olvidado y para viajar largas distancias sin síntomas. E incluso si la prueba del ébola -que nadie en Guinea tenía la capacidad de hacer-se aplicara a tiempo, hay que considerar que la enfermedad es indetectable en la sangre mientras el portador sea asintomático. Una epidemia puede empezar despacio y pasar desapercibida durante semanas, pero eso no había importado porque el virus del ébola no había encontrado el camino hacia los grandes centros de población o a los lugares donde la gente es muy móvil. Esta vez fue diferente.

El 24 de enero, más de un mes después de la primera infección, Jean Claude Kpoghomou, un médico en la ciudad de Tekolo, llamó a un superior para informar sobre algo extraño en un pueblo bajo su jurisdicción. Tres pacientes murieron en dos días, dijo. Todos procedían de la misma aldea, Meliandou. Los síntomas parecían cólera: diarrea, vómitos, deshidratación extrema. Los brotes de cólera no son raros en Guinea. Un brote especialmente devastador había ocurrido sólo dos años antes, e incluso Meliandou había sido una de las aldeas seleccionadas para una campaña de educación de salud pública. Un anuncio fue instalado en la entrada del pueblo, con instrucciones explícitas para los habitantes de un pueblo mayoritariamente analfabeto sobre cómo evitar la contaminación del suministro de agua.

Los superiores del médico que dio la alerta transmitieron la señal a la prefectura del departamento de salud en Guéckédou, de donde llegó a Nzérékoré, que lo envió a la Secretaría de Salud en Conakry, la capital del país, una ciudad de un millón y medio de habitantes en la costa, a varios cientos de kilómetros de distancia. El gobierno nacional ya había sido alertado: una crisis potencialmente grave se estaba desarrollando en la región forestal.

Confusión de identidad

Guinea lidia con serios problemas de salud pública, en medio de la falta de recursos y exceso de trabajo, y con ataques constantes de malaria, tuberculosis y las muertes por atropellamiento, por lo que nadie se extrañó con tres muertes en una región lejana y consideraron que no hacía falta una intervención inmediata. Así, las autoridades organizaron un pequeño grupo de investigación y lo enviaron a Meliandou.

El primer caso empezó en diciembre, en enero, mucho antes del estallido, un equipo de médicos llegó a la zona de inicio de contagio, a observar a algunas de las primeras víctimas. No tenían ni idea de lo que estaban viendo.

La forma en la que mata el ébola parecería imposible de confundir. Lo que el observador casual conoce son los casos más espectaculares o las representaciones cinematográficas: sangrado profuso por ojos, oídos, nariz, ano y pezones. Con síntomas de esta clase, sería imposible ignorar o malinterpretar los síntomas. Pero no todos los casos de ébola terminan como castigo bíblico y muchos son idénticos a los provocados por otras enfermedades. Hasta su fase final, el ébola puede ser fácilmente confundido con el cólera. También puede parecerse mucho a la malaria.

Pero en Guinea nadie había muerto de ébola. Los últimos grandes brotes de esta enfermedad ocurrieron en Uganda y la República Democrática del Congo, en 2012, a más de dos mil kilómetros de distancia. Así que si los investigadores tuvieron dudas de lo que estaban viendo en Meliandou, seguramente no tenían idea de que estaban enfrentando el virus del ébola.

Antes de que terminara enero, los funcionarios de salud tuvieron una reunión. Ya sabían que algo estaba mal en Meliandou, pero que no sabían qué. Consultaron a profesionales de la salud extranjeros que estaban en la ciudad; la organización Médicos sin fronteras tenía un proyecto contra la malaria allí. Los funcionarios decidieron hacer una nueva visita a la aldea, esta vez con un equipo médico con más experiencia.

Por segunda vez, los trabajadores de salud llegaron al epicentro del brote de ébola, y por segunda vez no entendían lo que veían.

Mientras tanto, el virus se había deslizado fuera de la aldea. Cuando la abuela de la primera víctima infantil cayó enferma, decidió que llamar a un chamán para que la atendiera no era conveniente, porque no había funcionado con su nieto. La abuela tenía una amiga enfermera en Guéckédou, y cuando los síntomas comenzaron a empeorar, fue a buscar ayuda médica. La enfermera la revisó, pero no tenía ni idea de qué estaba enfrentando. La abuela volvió a Meliandou a morir.

A principios de febrero, la misma enfermera empezó con fiebre y el virus empezó a tener efecto en Guéckédou, un centro de comercio donde convergen de Liberia y Sierra Leona. Cuando la condición de la enfermera se deterioró, buscó la ayuda de un médico en Macenta, la siguiente prefectura, donde pasó una noche en la casa del médico, compartiendo habitación con los hijos del médico. Esta enfermera murió el 10 de febrero en la sala de espera del laboratorio del hospital local. El doctor en Macenta se sorprendió. No sabía lo que acababa de presenciar, pero no se parecía a nada que hubiera visto antes.

Allí inició una alerta que llegó a la directora regional de salud en Nzérékoré. Luego, el médico comenzó con fiebre y fue a la capital, donde esperaba que alguien tuviera respuestas. Pero el camino era accidentado y lento, por lo que no llegó a su destino. Murió y su cuerpo fue enviado a Kissidougou, una ciudad de más de 100 mil habitantes, para el funeral. Los restos fueron manejados sin cuidado y en poco tiempo la ciudad empezó a tener síntomas de la misma enfermedad, cualquiera que fuera, que había matado al médico.

Si el virus se había fracasado en su primer intento de llegar a la capital, fue cobrando impulso en otras partes.

En el hospital de Guéckédou, más y más personas fueron apareciendo con los síntomas. Cuando tuvieron nueve casos de algo parecido al cólera en las salas de la espera, un doctor que el reportero Jeffrey E. Stern identifica como Alexis Traore comenzó a sentir que el diagnóstico podría estar equivocado. El personal estaba muy sensibilizado al cólera y los pacientes tenían síntomas reveladores. Pero uno de los síntomas no encajaba: todos tenían fiebre y esto no está generalmente no está asociado con el cólera. Además, el doctor Traore vio algo más incompatible con el cólera: uno de los pacientes sangraba por la nariz.

Traore desafió el diagnóstico pero las pruebas del hospital, baratas y fáciles de usar, para diagnóstico rápido, frustraron sus intentos y se dieron varios falsos positivos para cólera, por lo que el tratamiento se mantuvo. Así se lo notificaron a los superiores en Nzérékoré.

Nzérékoré acababa de recibir un informe de Macenta. Un médico había caído enfermo y murió en el camino a Conakry; también habían muerto el hijo del médico y un colega del doctor que trabajaba en el laboratorio del hospital, junto con dos de los hermanos del doctor y una enfermera que los había tratado. Algo estaba matando gente en Macenta. Nzérékoré compiló un informe sobre las dos crisis distintas y lo envió a la capital.

En Conakry, la noticia de la muerte de un médico fue suficiente para las autoridades. Nadie sabía aún, pero el ébola había cobrado ya 30 vidas y continuaba propagándose a otros poblados y a grandes ciudades. El Ministerio de Salud y la oficina de la Organización Mundial de la Salud en Guinea establecieron por fin una investigación conjunta; enviaron personal médico para registrar los síntomas y los antecedentes de los pacientes que habían muerto en Macenta y allí descubrieron que la primera enfermera que murió no vivía en Macenta, sino que había llegado de Guéckédou.

Este dato fue crucial, pues el equipo comenzó a sospechar que las crisis en Macenta y Guéckédou no debían entenderse como casos separados, sino que se trataba de un fenómeno único. El equipo redactó sus conclusiones y les envió de vuelta a la capital, donde algunos médicos empezaron a sospechar que el diagnóstico era engañoso.

Sólo que todavía no creyeron que fuera ébola. Guinea, Sierra Leona y Liberia tienen la incidencia más alta del mundo de fiebre de Lassa, un virus menos letal que también puede producir hemorragias. Así que cuando se sospecha de una fiebre hemorrágica, la lógica apunta a fiebre Lassa. El brote llevaba tres meses y medio expandiéndose sin que alguien sospechara.

Recopilación de muestras

Lo que finalmente terminó con las dudas sobre el virus que enfrentaban fue el hipo. El 14 de marzo, la oficina de Médicos sin fronteras en Ginebra recibió un informe de una investigación médica en Guinea. El informe fue remitido al médico Michel Van Herp, un epidemiólogo en Bruselas, y uno de los principales expertos del mundo en ébola.

Cuando Van Herp revisó el documento llamó su atención el hecho de que la mitad de las víctimas tenían hipo. Por razones no del todo claras para la comunidad médica, el hipo se asocia con el ébola. "En definitiva, es una fiebre hemorrágica", le dijo a un colega en Ginebra que consultaba con él por teléfono. Stern relata que Van Herp fue el primero en notificar sus sospechas de que se trataba de un brote de ébola y comenzó a prepararse para viajar a África.

Esa misma noche, Médicos sin fronteras se concentró en la corazonada del médico. Un equipo de campo en Sierra Leona fue redirigido hacia la frontera con Guinea con material básico y ropa de protección. El equipo estaba preparado para hacer frente a Lassa, no para una respuesta sostenida al ébola, pero tenía suficiente que conformarse por el momento. Un equipo independiente se reunió en Bruselas y se dispuso a viajar. Médicos sin fronteras destacó la necesidad de obtener muestras de sangre y enviarlas a un laboratorio que pudiera detectar el virus del ébola y otros patógenos exóticos. Para ello, fletaron un avión que recogió las muestras clasificadas con la clave UN 2814, un código que indica "sustancias infecciosas, que afectan a los seres humanos", y contrató a un operador logístico especializado en enviar las muestras, envasadas ​​de acuerdo con protocolos estrictos, con tres capas de material protector y absorbente. Entonces las muestras de Guéckédou fueron trasladadas en calidad de urgente a París por Air France.

Nadie sabía que mientras el vuelo de Air France dejaba Conakry, la capital de Guinea, la primera persona infectada ya había llegado a la capital: un comerciante. En poco más de una semana, el virus transportado por el comerciante infectó a cinco personas y en un mes la cifra se elevó a 47 individuos.

En París, las muestras fueron llevadas al Instituto Pasteur, donde se reportó un problema técnico y tuvieron que mover las muestras a otro centro, a 250 kilómetros de distancia, en Lyon, donde los técnicos se declararon en alerta. Una vez que llegaron las muestras, los técnicos trabajaron en la noche y en la madrugada del 20 de marzo dieron los primeros resultados: lo que estaban viendo era un filovirus, lo que significa que no podría ser de Lassa. Más tarde ese mismo día se confirmó que las muestras fueron positivas para el ébola. El laboratorio informó a Médicos Sin Fronteras, que notificó su equipo de campo y al gobierno de Guinea. El 22 de marzo salieron más malas noticias del laboratorio: las muestras de Guinea fueron la cepa Zaire, la versión más mortal del virus.

Conectando los puntos

La comunidad internacional respondió al brote de ébola con una velocidad asombrosa, considera el autor del texto publicado en Vanity Fair. Ello fue posible por la coordinación eficaz de los grupos implicados, pero también porque los epidemiólogos que estudian y siguen a los virus como el del ébola constituyen un exclusivo grupo cuyos miembros deben estar preparados para volar a cualquier lugar en cualquier momento si hay repunte de la enfermedad. Debido a que el brote de ébola puede matar muy rápido, hay una urgencia real de llegar al sitio afectado y comenzar el trabajo de contención inmediatamente.

Desde un punto de vista científico, el virus ébola es intrigante: una contradicción radica en su núcleo. Se trata de un virus que crea en su huésped las condiciones necesarias para viajar. El ébola puede pasar de un huésped a otro sólo a través del contacto directo con fluidos corporales de un paciente infectado, y una vez que está dentro de un cuerpo humano activa varios mecanismos que tienen el objetivo de liberar fluidos corporales en diversas variedades. Por otro lado, no es suficientemente contagiosa para compensar la velocidad con la que mata. No puede moverse a través del aire y no puede vivir en el agua. Se puede transmitir sólo cuando el anfitrión ha desarrollado los síntomas, no mientras está en incubación y cuando el anfitrión desarrolla los síntomas, es probable que el virus no podrá llegar a otro sitio rápidamente. Pero sus posibilidades de supervivencia mejoran notablemente si hace mella en una parte del mundo donde los funerales suelen ser asuntos íntimos; donde la familia pone sus manos sobre la persona fallecida y el sudor, las lágrimas, y otros fluidos tienen la oportunidad de mezclarse. Entonces, matar al anfitrión no se convierte en un callejón sin salida para el virus, sino que le da la oportunidad de viajar más lejos.

Ante la emergencia, Médicos sin fronteras tenía 60 integrantes de su personal en el campo en poco más de una semana y esperaba que llegaran más. Bajo los auspicios de la Red de Laboratorios de patógenos peligrosos, se preparó un equipo de técnicos de laboratorio de toda Europa que llegó a África con un laboratorio por equipaje. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos se apresuraron a organizar un software para rastrear los brotes; el programa tenía que ser traducido al francés para facilitar su uso en Guinea. También enviaron a media docena de especialistas que llegaron el 30 de marzo con unos 3,000 trajes aislantes. La Organización Mundial de la Salud y la Cruz Roja también enviaron expertos y voluntarios.

El Ministerio de Salud de Guinea creó la línea directa contra el ébola, el 115; cuando una llamada entrara, el M​inisterio enviaría a un médico en una motocicleta. Si el especialista cree que se trata de un caso de ébola, llama al despachador, quien envía a un equipo de riesgo biológico a recoger al paciente.

Al mismo tiempo, fue necesario informar profusamente sobre la enfermedad; pedir apoyo de la población, hacerles entender la gravedad de la situación, explicar que el virus es muy contagioso, que la tasa de mortalidad es de 90 por ciento, y que no había ninguna curación.

Mientras tanto, los grupos internacionales comenzaron el trabajo detectivesco de descubrir la cadena de transmisión, trazando el regreso al origen, un agotador y tedioso proceso de conectar los puntos, algo de una importancia crítica, pues esa conexión significa que las cosas están fuera e control. Si hay un punto que no se puede conectar, significa que toda una rama de la epidemia está oculta.

El ministerio del miedo

A mediados de abril, el doctor Abdourahammane Batchyli, que entonces trabajaba para el Ministerio de Salud de Guinea en la división nacional contra el ébola, pasaba los días en Conakry atendiendo llamadas de la línea de emergencia 115 y escuchaba a los ciudadanos dando explicaciones fantásticas de lo que estaba pasaba en el entorno. Integrantes de las distintas etnias atribuían el brote a un intento del presidente por retrasar las elecciones o por exterminar a otras tribus. Otros llamaban y aseguraban que el brote era un castigo por matar a una cierta serpiente blanca y que todo terminaría cuando sacrificaran siete vacas.

Al principio las teorías no molestaron Batchyli. Algunos no creyeron que la epidemia fuera real, pero la mayoría lo tomó en serio, sin cuestionar el origen. Pero la gente no estaba pensando racionalmente, estaban asustados y no sólo eran los aldeanos analfabetos que actuaron por temor. Las personas educadas tenían miedo. También otros países tenían miedo.

El 1 de abril, Arabia Saudita dejó de emitir visas a los guineanos y los liberianos, lo que significaba que la gente en Guinea predominantemente musulmana no podía ir a la peregrinación a La Meca. El 4 de abril, los pasajeros del vuelo de Air France desde Conakry fueron puestos en cuarentena cuando el avión aterrizó en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París, y no se les permitió salir hasta que fueron revisados uno por uno y se descartó que hubiera un brote de ébola, porque alguien se sintió enfermo durante el vuelo.

La aerolínea de los Emiratos dejó de volar a Guinea. Las empresas mineras habían retirado a su personal extranjero. En la capital, las estaciones de radio estaban transmitiendo anuncios de las mejores marcas de cloro para protegerse de Ebola, y Batchyli vio un artículo sobre "rebeldes vestidos de amarillo que atacaron Guinea y luego desaparecieron", la interpretación de un periodista local sobre las personas en grandes trajes protectores amarillos que habían llegado de repente en el país.

Pero lo que pronto se convirtió en preocupante para Batchyli eran las llamadas telefónicas de personas que vieron la mano de los extranjeros detrás de la epidemia. La lógica sigue un patrón: el virus nunca antes había estado cerca de Guinea. Los blancos llegaron y sólo en ese momento inició el contagio.

Incluso si alguien entendía el mensaje del gobierno y comprendía que era necesario cooperar para abatir la enfermedad, si el ébola era una sentencia de muerte,¿qué sentido tenía? Los anuncios dejaron de tener sentido, no explicaban que las tasas de mortalidad varían o que con la debida atención y apoyo, los pacientes sobreviven. Para un aldeano, explica Jeffrey Stern, los centros de aislamiento eran lugares temibles. Eran un laberinto sin salida de lonas blancas y vallas de color naranja hasta la cintura. Sabían que sus familiares o amigos entraban, pero los perdían de vista. No se podía ver lo que estaba pasando dentro de las carpas. Y como los trabajadores de la salud se mueven con cuidado para evitar lágrimas y perforaciones, desde la distancia, el efecto es robótico. Y esos seres vestidos con el traje amarillo desaparecen en la tienda donde su madre o hermano puede estar. Los aldeanos empezaron a rumorar que esos hombres estaban allí para llevarse sus órganos y amputar sus extremidades.

El proceso de encontrar y aislar a los pacientes infectados era profundamente desorientador. Batchyli no comprendió plenamente las consecuencias en el momento. Nadie lo hizo. Pero la gente en Guinea estaba tan asustada por la respuesta al ébola en la misma medida que temían a la enfermedad. A medida que la comunidad internacional comenzó a hacer avances significativos contra la epidemia, la gente en la región y en la capital empezaba a cerrar el acceso a los trabajadores de la salud. El miedo era el peor contagio, la gente tenía prisa por esconder la enfermedad, por negar que la padecía. La gente quería quedarse a resguardo entre los miembros de la familia, y si los hombres en trajes espaciales llegaban y pretendían entrar a la casa a buscar enfermos, la familia tiraba piedras para ahuyentarlos.

Pero esto no ocurrió de inmediato. Al principio, los equipos médicos que llegaron a Guinea, apenas un mes después del comienzo de la respuesta de la comunidad internacional, la incidencia de infecciones dejó de subir y luego disminuyó. A principios de mayo, el centro de tratamiento y prevención del ébola del hospital Donka, en Conakry, alcanzó un hito: había transcurrido una semana desde el último caso reportado. Pasó otra semana sin que alguien más diera positivo. El trabajo que hasta entonces había sido tan intenso y tan amenazante parecía rendir frutos y hubo casi un ambiente de celebración.

Una semana más sin víctimas y el trabajo se desaceleró. Unos pocos pacientes entraron y fueron canalizados a la sección de "sospecha" del centro de tratamiento; ninguno dio positivo. El alivio dio paso al aburrimiento. El equipo médico comenzó a hacer el trabajo de manera mecánica y sin ayuda externa.

Otra semana pasó: una vez más, parecían libres del ébola. Luego, a finales de mayo, en la reunión de coordinación de todos los días, un representante del Ministerio de Salud anunció que el último contacto excepcional había estado libre de síntomas durante 21 días. La implicación era clara: si quienes habían estado en contacto físico con un paciente del ébola estaban libres de síntomas después de la expiración del período de incubación del virus, era claro que nadie más podía estar infectado.

En Guéckédou, el personal médico recibió la noticia de la capital por teléfono. Todavía quedaban unos pocos pacientes en el centro de tratamiento allí, pero después de una avalancha de 163 casos de Ébola en una prefectura, 119 de ellos mortales, el equipo tenía casos de contacto en sólo dos pueblos. Las noticias de Conakry parecían estar de acuerdo con lo que pasaba en la región forestal.

El presidente de Guinea anunció que "por el momento, la situación está bajo control". Los extranjeros comenzaron a salir. El Centro de Control de Enfermedades retiró a su personal de Guinea. En el centro de tratamiento en el hospital de Donka, comenzaron los preparativos para dar el liderazgo de la atención al personal local. En este punto, hacia el final de mayo, había habido 248 casos clínicos de Ébola en toda Guinea, y 171 muertes. Parecía que lo peor ya había pasado.

Gran parte de la comunidad médica en Conakry respiró aliaviada. Pero fue una ilusión. Como los médicos aprendían muy pronto, mucha gente había dejado de cooperar con los agentes de salud. Habían ido a sus lugares de origen llevando el ébola con ellos y tratando de ocultar los casos hasta que tanta gente enferma en una comunidad hizo imposible seguir escondiendo la evidencia.

El 27 de mayo, un paciente con ébola fue admitido en el centro de tratamiento en Conakry, el primero en un mes. El 2 de junio, cinco personas más fueron admitidas. El 3 de junio, llegaron dos casos más. Los casos no provenían de sólo Conakry. También venían de lugares a cien millas o más de la capital. Y en la región forestal, donde comenzó todo, entre el 29 de mayo y 1 de junio se registraron 15 nuevos casos. De la nada, la curva había comenzado a subir de forma más pronunciada que nunca.

Hasta 2014, el más mortífero brote de ébola en el expediente había matado a 280 personas. En pocos meses, miles de personas han muerto y hay miles de casos confirmados en África. El brote se ha extendido desde Guinea a Sierra Leona, Liberia y Nigeria. A principios de agosto, la Organización Mundial de la Salud convocó a una reunión de emergencia y declaró una "emergencia de salud pública de importancia internacional".

En Meliandou, donde comenzó la epidemia, los ancianos del pueblo dicen que han perdido a 40 personas por la enfermedad. Los cazadores han dejado de cazar. El pueblo se ha aislado y se ha condenado al ostracismo. El transporte se niega a entrar al poblado y las villas vecinas se niegan a tener comercio con este sitio. Ahora, el ébola es la menor de las preocupaciones de los pobladores de Meliandou, afirma el autor del texto publicado por Vanity Fair. Hoy están más preocupado por el hambre.

(Este texto de Jeffrey Stern fue publicado originalmente en inglés en la revista Vanity Fair)

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