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¿Cómo es la sociedad consumista en la que vivimos según Zygmunt Bauman?

Basta con analizar un día cualquiera de nuestra vida y de un día cualquiera de la gente que nos rodea para darnos cuenta de que el querer, el desear, es la bisagra principal de nuestra sociedad. Las relaciones entre las personas y la formación de sus identidades, la estratificación entre los miembros de la sociedad, todas estas situaciones tan complejas, están ancladas al deseo. ¿Qué significa esto?

¿Qué significa vivir en una sociedad consumista?

Pongamos de ejemplo los objetos viejos que podemos encontrar en tiendas de antigüedades o en casa de algún pariente; puede ser una buena prenda de vestir, un instrumento musical o una máquina de escribir o de coser. Los objetos producidos antes, hace algunas décadas tenían el objetivo de satisfacer una necesidad, por lo que la durabilidad de los mismos era quizá una de las características más importantes. Ahora, la mayoría de los productos que consumimos son todo menos durables. Ser desechables a corto plazo asegura el deseo de consumo de nuevo. La obsolescencia y la obsolescencia programada son necesarias para que la sociedad consumista sobreviva. Nuestra sociedad, dice el recién fallecido Zygmunt Bauman, asocia la felicidad con un incremento de deseo y de la intensidad del mismo. En el sistema capitalista en el que vivimos, la manera de paliar el deseo por un momento es la compra, el consumismo.

Además de tratarse de una economía del exceso y los desechos, el consumismo es también, y justamente por esa razón, una economía del engaño.

La sociedad consumista en la que vivimos, según el filósofo polaco, se caracteriza por inestable en los aspectos, en los deseos y en las necesidades. Esta inestabilidad se traduce en algo muy sencillo: los productos que compramos proveen satisfacción sólo para un período limitado de tiempo. Esta situación se permite — y al mismo tiempo es también provocada — por el deseo que tenemos de desechar y reponer cosas. Además, ahora, en nuestras sociedades, el tiempo aparece fragmentado, pareciera como si cada instante fuera distinto a otro. El tiempo en nuestra forma de vida está roto, ya no hay una continuidad entre los instantes que vivimos, sino que los sentimos y pensamos como independientes.
Esto sucede por la gran cantidad de experiencias y de información con la que estamos siendo bombardeados todo el tiempo.

Zygmunt Bauman afirma que vivir en la sociedad consumista en la que estamos inmersos eleva la importancia de la economía tanto que promueve la desafección, disminuye la confianza y hace más grande el sentimiento de inseguridad.

(AP Photo/Heribert Proepper)

La sociedad consumista triunfa solamente si mantiene a sus miembros insatisfechos…

y esta situación va más allá de la insatisfacción. En la sociedad consumista, la satisfacción momentánea implica una felicidad momentánea. La condición, no obstante, que mantiene funcionando a la sociedad del consumismo es la insatisfacción y, por lo tanto, la infelicidad.

Resulta muy difícil encontrar una persona feliz entre los ricos: una persona pobre que logra desayunar, comer y, con suerte, cenar… es automáticamente feliz. Ese día ha logrado su objetivo. El rico -cuya tendencia obsesiva es enriquecerse más- acostumbra a meterse en una espiral de infelicidad enorme. La gran perversión del sistema de los ricos es que acaban siendo esclavos. Nada les sacia, se colapsan, ¡catástrofe!

Zygmunt Bauman introdujo a la filosofía el concepto «modernidad líquida», ese tiempo derretido en el que vivimos, esa modernidad fluida que hace también de nosotros, individuos cada vez más aislados y ajenos de una conciencia social, seres dominados por los sentimientos de incertidumbre y abonados por los compromisos mutuos.

El panorama distópico que nos propuso Bauman no se agota en la distopía misma, sino que es un aviso, una señal, una advertencia. Las sociedad humanas se construyen por sus mismos miembros, no están determinadas por fuerzas externas. Si nosotros mismos hemos llegado a construir una sociedad tan consumista, también somos capaces de revertirla. Al final, es una contradicción para la supervivencia social y su relación con la naturaleza construir una sociedad en la que los lazos sociales se diluyan, se derritan, se licúen.