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CIENCIA Y TECNOLOGíA

La muerte del último jinete de la Luna y el fin de la era espacial

Con la muerte de Eugene “Gene” Cernan, vemos el fin de una época distante. Cernan es uno de los últimos jinetes espaciales y, cuando ya no tengamos entre nosotros a “Buzz” Aldrin, podremos hablar de una generación de exploradores únicos que se extinguió frente a nuestros ojos: nadie ha vuelto a pisar la luna 45 años después de que lo hizo Cernan en diciembre de 1972.

¿Pero por qué dejamos de soñar con explorar los fríos horizontes de nuestro satélite? ¿Por qué todos los viajes a la luna ocurrieron en sólo tres años? ¿Por qué, desde entonces, el gobierno estadounidense ha dejado de invertir en misiones tripuladas? ¿Por qué los niños ya no sueñan con convertirse en astronautas, con cohetes, con colonizar mundos imposibles?

Condiciones adversas

Cuando, en 2015, la sonda New Horizon envió las primeras fotos de Plutón, se podían leer ciertos comentarios en redes sociales: muchos preguntaban por qué la resolución era tan mala o por qué no podíamos tener, inmediatamente, una mejor foto. Y ninguno de estos comentarios mostraba la inmensa sorpresa de estar recibiendo una imagen que viajó más de cincuenta millones de kilómetros de distancia para llegar hasta nuestros ojos.

Ésta es una actitud completamente opuesta a la que la humanidad tenía cuando millones de familias observaban expectantes, desde sus casas, el vuelo del Apolo 11 y su descenso hacia la Luna. Porque hay algo que se diluyó desde ese mítico día de 1969 cuando Armstrong dio un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad.

Primera imagen de Plutón y Caronte tomada por la sonda New Horizons. (NASA)

Ahora, el mundo está acostumbrado a toda clase de maravillas, las viejas rencillas ideológicas de la Guerra Fría se extinguieron y las apremiantes condiciones de una Tierra cansada parecen impedir un nuevo renacimiento de la era espacial. De la misma manera, los antiguos vestigios de la era dorada de la exploración del espacio han caído, progresivamente, en desuso.

Es el caso, por ejemplo, de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). Este viejo monumento a la capacidad de exploración del hombre, este viejo recordatorio de la solidaridad de la humanidad en donde soviéticos y americanos se dieron alguna vez la mano, va a ser sacado de circulación en el 2020. Y nunca se completó el sueño de tener viajes diarios a la estación, de convertirla en un punto de paso, de realizarse como la estación soñada por Kubrick en 2001: Odisea del espacio.

De la misma manera, después de 135 viajes y 2 accidentes que mataron a toda la tripulación, el programa de transbordadores espaciales (o los llamados shuttles), fue cancelado el año pasado. La era de emoción por los cohetes, la era que inauguró el brillante científico alemán detrás de los temibles V2 nazis y de toda la tecnología en las misiones Apolo, Wernher von Braun, está llegando a su fin.

El vehículo espacial del Apollo 15 en la Luna (NASA)

Los costos, en todos estos años, fueron exorbitantes. La ISS, solamente, ha consumido más de 100 billones de dólares. Y los críticos sostienen que ese dinero pudo utilizarse, de manera más provechosa, en la Tierra. Además, esta Tierra no es la misma que hace cincuenta años: los problemas son más agudos y los recursos más limitados. No era lo mismo quemar miles de litros de combustible en 1972 que en 2017, empezando porque se avecinan las más agudas crisis por el agotamiento de las reservas de combustibles fósiles.

Como bien explicó Ugo Bardi de la Universidad de Florencia, existe una relación entre el auge de la era espacial y el auge de la era de las pirámides para la milenaria cultura egipcia: en ambos casos, la producción disminuyó considerablemente a partir del agotamiento de algún recurso no renovable.

Los faraones pudieron dejar de hacer pirámides, en teoría, porque agotaron los recursos para sostener a una población de trabajadores o bien porque decidieron invertir estos recursos en algo más urgente, como la guerra. De la misma manera, en nuestra época, los grandes gastos de combustibles fósiles están cayendo en desuso y, también, la experimentación para la industria militar ha acaparado, por su rentabilidad, gran parte del presupuesto de las grandes potencias que antes soñaron con el espacio.

Claro, esas razones no están aisladas de muchas otras. La era de la competencia ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética terminó, definitivamente, en 1991 con la disolución de la URSS. Pero, mucho antes, el plano espacial de esta lucha, en el centro de la Guerra Fría, había llegado a un cese al fuego simbólico con la cooperación de astronautas soviéticos y americanos dándose la mano en julio de 1975 durante el proyecto de prueba Apollo-Soyuz.

El histórico apretón de manos entre la tripulación del Soyuz soviético y el Apollo americano (NASA)

Al ganar la carrera a la Luna, Estados Unidos quedó satisfecho de una demostración de tecnología insuperable. Las misiones acapararon cada vez menos la atención del público y, finalmente, después de la cercana tragedia del Apollo 13, las misiones terminaron, en 1972, con el último hombre que caminó en la superficie de nuestro satélite.

El fin de los jinetes del espacio

La “Canica Azul”: La tierra vista desde el Apollo 17 (NASA)

El 7 de diciembre de 1972, la última misión tripulada que fue a la Luna, logró capturar una imagen única. La fotografía muestra a la tierra como una “canica azul”, solitaria en medio de la inmensidad del espacio, perfectamente redonda, llena de movimiento y color. Para Eugene Cernan, comandante de esa misión, el Apolo 17, la foto significaba mucho más que una imagen sorprendente:

“¿Cuál es el verdadero significado de ver esta fotografía? Siempre he dicho que su significado será mostrarnos, cincuenta o cien años después, la importancia de las misiones Apolo. Verdaderamente entender lo que la humanidad hizo cuando dejamos, verdaderamente dejamos, este planeta para ser capaces de llamar, a otro cuerpo en el espacio, nuestra casa. Es casi como si JFK hubiera extendido su brazo, tomado una década del siglo XXI y la hubiera insertado, bajo el nombre de Apolo, entre los sesenta y los setenta.”

Y tal vez en eso también se equivocó Gene Cernan. Porque ahora, más que nunca, se ha diluido el sentido de esas grandes misiones al espacio. No nada más se ha terminado la era de la emoción espacial, sino que cada vez estamos más lejos del entusiasmo que mostró John F. Kennedy cuando, en mayo de 1961, habló frente al congreso para llevar, al final de la década, a un hombre a la Luna. Obama, recientemente, por ejemplo, canceló el proyecto Constellation que llevaría a una tripulación a nuestro satélite y luego a Marte; además de ceder a industrias privadas las misiones que llevaban provisiones a la ISS.

Ahora, con la muerte de Gene Cernan, vemos también que se están extinguiendo las grandes figuras de la era espacial: los jinetes que surcaron las estrellas. La historia de Cernan es también la historia de las ambiciones espaciales de Estados Unidos. A pesar de ser mucho menos conocido que Neil Armstrong, su colega y amigo, Cernan cerró una página esencial de la historia de la humanidad.

Cernan en el módulo lunar después de EVA 3 en el Apollo 17 (NASA)

En un momento particularmente triste del documental The Last Man on the Moon, en el que Mark Craig cuenta la historia del recientemente fallecido astronauta, Cernan aparece desconsolado en una visita reciente a Cabo Cañaveral. Ahí observa los vestigios de una plataforma de lanzamiento desde la cual él mismo se embarcó al espacio. El lugar está devorado por la maleza, el óxido y el desuso. La tristeza de Cernan es evidente: nada recuperará la antigua gloria de sus épocas, nadie volverá a sentir la emoción de trotar fuera de nuestro mundo.

Este viejo militar y astronauta siente el peso de la historia sobre sus hombros, ahí mismo, en la plataforma abandonada. Porque, recordemos, cuando Cernan iba a partir de la luna dijo algunas palabras de optimismo que quedaron grabadas en los anales de la historia:

“Estoy en la superficie y, mientras tomo el último paso del hombre en la superficie, regresando a casa por un tiempo -y espero que no sea mucho tiempo- quisiera decir lo que creo que la historia atesorará: el desafío que hoy toma América forjará el destino del hombre mañana. Mientras dejamos la luna, nos vamos cómo llegamos y, Dios mediante, regresaremos con paz y esperanza para la humanidad.”

Sobra decir que su sueño nunca se cumplió. Después de casi cincuenta años, él sigue siendo el último hombre en pisar la Luna. Su historia es entonces la historia del fin de los sueños espaciales: el fin de un entusiasmo único por alcanzar las estrellas, el fin de la idea del hombre superando las fronteras físicas que lo atan a esta única canica azul.

Arte conceptual de una colonia lunar realizado en los años cincuenta (NASA)

Es cierto, las inversiones privadas de Elon Musk o Richard Bronson han recuperado un poco de la esperanza por ver, nuevamente, a hombres en otros mundos. La increíblemente exitosa novela El Marciano, de Andy Weir, también le ha mostrado al mundo las posibilidades cercanas de la exploración marciana. Pero estos siguen siendo sueños costosos con realizaciones todavía muy complejas.

En todo caso, si logramos caminar sobre la superficie de otro planeta, si regresamos a la Luna, Cernan ya no estará aquí para verlo. Los representantes de la carrera por el espacio están desapareciendo, uno a uno y, con ellos, se esfuman los últimos defensores de las misiones tripuladas, los últimos niños que soñaron con ser astronautas, los últimos hombres que desafiaron los peligros del espacio para voltear hacia la Tierra con una renovada perspectiva.