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Larga vida a Sherlock Holmes

Sherlock Holmes es un personaje memorable; recordamos a este personaje y a su autor, Arthur Conan Doyle.

El detective más famoso del mundo

Para C.C.Eve, en estos días duros

Querido Sherlock Holmes:

Solicito su ayuda en un asunto de vida o muerte. Hace dos semanas mi marido salió del trabajo rumbo a casa. En el camino se detuvo a comprar tabaco y estampillas en McPherson’s de la calle Stuttgart. Nadie ha vuelto a saber de él y la policía se muestra reacia a ayudarme. Temo que algo irremediable le haya ocurrido porque esa tarde llevaba consigo papeles importantes… papeles que podrían comprometer a un alto funcionario del parlamento.

Queda de usted, llena de angustia:

Deliah Robertson

Robertson era una mujer de carne y hueso, la suya era una petición real. Su carta fue publicada por Gerardo Piña en el prólogo de una colección de relatos, editada por Siglo XXI. Robertson, como muchos lectores de las aventuras de Sherlock Holmes, no sabía que el detective era un personaje ficticio.

No es sólo una máquina perfecta de raciocinio. Sherlock Holmes es la condensación de un espíritu –un código de lectura– que navega entre la ternura y la atrocidad: siempre hay algo de conmovedor en los personajes –ficticios o no– dedicados a confrontar las nieblas malignas, las agencias del daño. En 1887, Arthur Conan Doyle publicó Estudio en escarlata, novela que arrojó al mundo la figura del detective literario más talentoso, el más conocido entre ellos. Desde entonces, Holmes se convirtió en un referente de la resolución del enigma y de la problematización de la ley.

Nuestro mundo es un sitio violento, continuamente incomprensible. Lo real, el espanto de eso que aparece sin aviso y desnudo de significado, es un enigma en sí. La realidad, por lo tanto, puede concebirse como un indicio, una huella que hay que leer. De frente al abismo cotidiano, Sherlock Holmes aparece como un paradigma, una esperanza de pensamiento y de lucha por la legibilidad.

Nace Sherlock Holmes

Ricardo Piglia, escritor argentino dejó narraciones, ensayos y conferencias para pensar la literatura, como también el mundo y el discurso que hoy nos habita, nos pisa. Piglia, entre otras cosas, fue un gran pensador del relato policíaco, como de su función en cuanto a las preguntas que una sociedad se plantea. En “Sobre el género policial”, afirma que Los crímenes de la rue Morgue (E.A. Poe, 1841) es el cuento que funda las reglas del relato del enigma. Esa es la tradición narrativa en la que, de principio, debemos pensar la aparición de Sherlock Holmes.

Holmes fue creado por Arthur Conan Doyle, médico y escritor británico. En 1886, Doyle atravesaba una época de penuria que lo animó a escribir algo más largo y contundente de lo que había hecho. Poco tiempo después, recibió una diminuta oferta de dinero por su narración, por parte de la casa Ward & Lock. Su título era Estudio en escarlata, contaba una historia de detectives. El texto se publicó en 1887, en la revista Breeton’s ChristmasFue la primera vez que el mundo vio a Sherlock Holmes, narrado por la aguda mirada de su amigo, el doctor John Watson.

De principio, los escritos de Doyle aparecieron como relatos independientes en algunos semanarios. Después del fin de cada año, Doyle reunía los cuentos –o capítulos, de tratarse de una novela– y los publicaba como un libro. Dichos tomos vieron la luz entre 1887 y 1927. Doyle no sólo escribió estas aventuras, también se dedicó a la gestación de libros históricos y relatos de guerras inglesas. No obstante, lectores y críticos siempre prefirieron las historias de Sherlock Holmes.

El personaje se nutrió notablemente del doctor Joseph Bell, profesor de Medicina que adquirió fama entre sus alumnos por su capacidad de análisis y deducción. Bell enseñaba a sus estudiantes la importancia de observar al paciente desde su llegada al consultorio. El profesor podía deducir algunos de los síntomas a simple vista. Cuando los alumnos preguntaban cómo lo hacía, Bell explicaba su método de observación: había que fijarse en los detalles de la ropa, en la forma en que caminan, en su manera de hablar.

Sherlock Holmes es detestable y encantador, en él habita lo honorable y lo bajo: cuando no está resolviendo casos dificilísimos, recurre a la cocaína para mermar el aburrimiento. Pero Holmes es, sobre todo, un ojo milimétrico, un hombre de deducción. En un artículo ficticio escrito por él, Holmes dice que “quien se guiase por la lógica podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos”. En otro relato, amplía las nociones sobre su talento deductivo: el observador ideal es ese que, una vez que ha visto el hecho, deduce no sólo la cadena de sucesos que se dieron hasta llegar allí, sino también los efectos que vendrán después.

(Photo by Hulton Archive/Getty Images)

Sherlock Holmes nació en el siglo XIX, es decir, el siglo de Nietzsche, de Marx, de Freud, de tantos. Nació, además, en la Inglaterra victoriana: una situación rígida en que, para pronunciar la inconformidad o el dolor, había que recurrir a formas más allá de la enunciación directa. Carlo Ginzburg escribió que, a finales de dicho siglo, apareció un modelo de conocimiento, un paradigma específico de aproximación a la realidad.Este modelo puede ser identificado en Giovanni  Morelli, en Sigmund Freud, en Sherlock Holmes. Se trata de un saber que brota de leer y analizar las huellas, los indicios: una pista es un primer paso al cálculo del panorama entero del crimen. Estudio en escarlata da cuenta de ello: la policía de Londres, el Scotland Yard, es incapaz de esclarecer un asesinato de tintes extraños. Deciden entonces buscar a Sherlock Holmes. Mediante un análisis cuidadoso de todos los elementos y huellas en la escena del homicidio, nuestro detective da con un asesino particularmente astuto y movido por un deseo feroz de venganza. Allí donde la policía muestra el grado de su ineptitud, el detective aparece para dar respuestas. El crimen, ese gesto de transgresión, de violencia, de exceso intolerable, es el terreno en que Holmes engendra conocimiento. Y es que el crimen, fenómeno incontenible, puede mirarse como la forma, como la máscara del mundo moderno.

Crimen, enigma, restablecimiento

Hacia 1893, Doyle estaba harto de Sherlock Holmes. Decidido a ponerle fin, en ese año publicó un relato llamado El problema final. En él, Holmes descubre la agencia del profesor James Moriarty en una cadena larguísima de crímenes y atrocidades. En su afán de “librar a la sociedad de los efectos de su presencia”, y consciente de la muerte que le espera, Holmes pelea cuerpo a cuerpo con Moriarty a la orilla de las cataratas de Reichenbach. Los dos genios caen entre las aguas y desaparecen. La imagen se ha convertido en una de las escenas más adaptadas y recurridas entre los lectores de Sherlock Holmes.

Pero la historia no se detiene allí. Doyle recibió cartas, peticiones y reclamos en que los lectores le pedían –le exigían– resucitar a Holmes. En Estados Unidos surgieron clubs de protesta llamados Let’s Keep Holmes Alive. El detective reapareció en 1902, en la novela El sabueso de los Baskerville¿Qué se esconde detrás de esas reclamaciones, de ese deseo de los lectores por traer a su héroe de entre los muertos? No sólo se trata del entretenimiento obtenido de sus aventuras, sino del conocimiento que se construye en ellas.

“¿Qué sería de la historia sin los crímenes?”, se pregunta Gerardo Piña, y continúa: “aun en las historias de amor preferimos aquellas donde hay muerte o violencia”. Por otro lado, en Los sujetos trágicos, Piglia menciona que “hoy vemos la realidad bajo la forma del crimen”. Él mismo dijo que en el relato policial clásico se valora la figura del investigador como un razonador puro, un racionalista que defiende la ley descifrando el enigma. El género policíaco discute enigmas, es decir, las relaciones y la no coincidencia entre la ley y la verdad. En el relato de enigma, el detective es un confidente, el hombre de confianza de la policía. ¿No es lo que ocurre en Estudio en escarlata, como en muchas otras aventuras de Sherlock Holmes? Piglia dijo que el detective literario está allí para mostrar que la ley en su lugar institucional, la policía, funciona mal. El detective va a enunciar la verdad, va a descubrir ese punto visible que nadie ha visto y lo va a denunciar.

El móvil de Holmes no es otro que el reto de la detección. Más allá de eso, es dueño de un código ético muy peculiar: no busca el crédito de sus hazañas, no le interesa la fama ni el reconocimiento. Además, sabe identificar el sinsentido y la injusticia que la ley contiene. Holmes no suscribe el método absolutista de la policía y por ello se gana la confianza de sus clientes. Por si fuese poco, sabe olfatear la operación de las pasiones en eso que lee. Holmes es humano.

Y los humanos fallan.

Contra el Klan

Fue una noche de septiembre. Holmes y Watson estaban frente a la chimenea, resguardándose de la lluvia y del aire rotundo que sacudía sus ventanas. Un joven apareció a la puerta de su departamento, empapado de lluvia. Se presentó como John Openshaw, un cliente. Años atrás, fue testigo de cómo su tío Elias recibió un mensaje enigmático: en un sobre, encontró cinco semillas de naranja y la leyenda K.K.K. Elias Openshaw murió después, en una situación que la policía dictaminó como un accidente. Luego de un tiempo, el padre de John Openshaw sufrió algo similar: después de la aparición del mismo mensaje, falleció por supuestas causas accidentales. El joven acababa de recibir las cinco semillas y la leyenda K.K.K. Su desesperación, como la falta de interés de la policía, lo hizo consultar a Sherlock Holmes. El detective, en una tentativa de prevenir un asesinato inmediato, dio una indicación a su cliente: volver a casa y entregar los documentos que esta asociación parecía demandar ferozmente. A la partida de Openshaw, Holmes contó a Watson lo que hoy conocemos como la historia del primer Ku Klux Klan: una sociedad conformada por veteranos de la Guerra de Secesión, dedicada a atormentar a los negros estadounidenses recién liberados. A la mañana siguiente, Holmes se preparaba para atender el caso del joven Openshaw. Pero antes de que se marchase, Watson vio en el periódico el informe de su muerte “accidental”.

-Eso hiere mi orgullo, Watson –dijo al cabo de un rato–. Es un sentimiento mezquino, sin duda, pero hiere mi orgullo. Ahora se ha convertido en algo personal, y si Dios me da salud voy a atrapar a esta banda. ¡Y pensar que vino a pedirme ayuda y que lo envié a su muerte! –se levantó de la silla y comenzó a caminar por el cuarto presa de una gran agitación, tenía enrojecidas las usualmente pálidas mejillas y abría y cerraba nerviosamente sus manos largas y delgadas.

Pero aunque Holmes haya pedido salud a Dios, nunca pudo deshacerse del Klan. En un intento de advertir al líder que lo tenía en la mira, el detective le envió un sobre con cinco semillas de naranja. Sin embargo, Holmes se enteró después del naufragio del barco en que viajaba ese líder. El mensaje nunca llegó.

“Las cinco semillas de naranja” fue publicado en 1891 y relata uno de los fracasos de Sherlock Holmes: no pudo contra una asociación que, de hecho, rebasa la dimensión ficticia. El Klan era y es real. Su historia da cuenta de sus diversas formaciones, como de sus actividades atroces: persecución racista, propagación del horror. En días pasados, además, hemos vuelto a escuchar de ellos. La victoria de Donald Trump en 2016 en la carrera presidencial provocó un estallido de ataques y crímenes de odio. No sólo eso: después de la elección, el K.K.K. anunció que llevaría a cabo un desfile de victoria. David Duke, norteamericano que lideró al Klan durante un tiempo, ha apoyado y celebrado al nuevo presidente de Estados Unidos. “No se equivoquen”, tuiteó Duke, “nuestra gente jugó un rol enorme en la elección de Trump”. Aunque The Donald se desentendió de las declaraciones, ello no evitó que su fiscal, Jeff Sessions, tuviera que renegar públicamente de su supuesta adscripción al Klan.

Miembro del K.K.K. (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

Ricardo Piglia dijo que “la literatura discute los mismos problemas que discute la sociedad, pero de otra manera, y esa otra manera es la clave de todo”. ¿Qué es un delito, qué es un criminal, qué es la ley? Han pasado más de un centenar de años desde la aparición de Sherlock Holmes y, hay que decirlo,nuestro mundo se muestra aún plagado de preguntas. Esas preguntas provienen de los abismos e incertidumbres que nos rodean hoy. Vivimos en un sitio violento, el crimen ha reforzado su papel de máscara y velo del mundo.

Y, sin embargo, lo atroz puede concebirse aún como una huella vacía en lo real, como un punto de temblor que pide lectura e interpretación. Ella debería brotar del pensamiento, de la tentativa de prevenir o subsanar el dolor. Sherlock Holmes aparece aquí como una figura de esperanza: no es sólo el talento deductivo lo que podemos aprenderle, sino también una ética que hace de sus interpretaciones un camino hacia la justicia, hacia la desactivación del daño. Por ello, y porque siempre podremos volver a sus páginas y sus aventuras, larga vida a Sherlock Holmes.

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