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Los efectos secundarios de una ciudad bajo las cámaras de vigilancia

Con todas las cámaras de seguridad que vigilan a la Ciudad de México, la metáfora del panóptico de Michel Foucault se hace realidad.

Según un reporte, las autoridades capitalinas perdieron el 97% de los juicios atribuidos a las infames fotomultas. En otras palabras, de las 13,814 infracciones impugnadas por los automovilistas entre 2012 y 2015, el gobierno de la Ciudad de México ganó un total de 56 casos.

¿Por qué? Imágenes borrosas en las que es difícil comprobar cuál es el vehículo infractor o el retraso de las boletas de pago son motivo suficiente para que una multa sea desechada por el Tribunal de lo Contencioso Administrativo.

Por si fuera poco, cuando el Sistema Integral de Fotomultas fue empleado para sancionar cierto número de violaciones en el nuevo reglamento de tránsito, esto provocó que los juicios de nulidad se dispararan: de 2,382 en 2015 a 5,223 en 2016.

Ya sea por pararse sobre las cebras de los peatones, invadir el carril exclusivo del transporte público o dar una vuelta prohibida, los automovilistas de la Ciudad de México estaban conscientes de que “algo” estaba vigilando sus movimientos, y cualquier desviación del reglamento iba a ser sancionado, no por un oficial de tránsito, sino por una máquina.

No obstante las altas probabilidades de anular cualquier infracción en un juicio, las estadísticas han demostrado un cambio en el comportamiento general de los conductores gracias a la presencia de las cámaras que producen las fotomultas. Si éstas son eficientes o no, es casi ajeno a su objetivo real.

De acuerdo al Secretario de Seguridad Pública de la CDMX, Hiram Almeida, el primer año del nuevo reglamento de tránsito vio una caída del 18% en lo que respecta a los homicidios culposos por accidentes viales en la Ciudad de México, de 421 a 344.

Cierto, es molesto recibir una multa en tu buzón por una infracción “menor”, pero si esto implica que menos vidas corran peligro, entonces… ¿no vale la pena? Bien parece que las cámaras están condicionando paulatinamente la cultura vial del conductor mexicano, pero tal vez haya una razón importante para posponer las celebraciones.

Michel Foucault (AP Photo/Duclos)

Vigilar y castigar es una de las obras cumbres de Michel Foucault. En este ensayo publicado en 1975, el filósofo francés analiza uno de los micropoderes que perpetúan el control del estado capital burgués: el sistema penitenciario. Es en este texto en el que Foucault definió el concepto del panoptismo.

El panóptico es una estructura carcelaria que fue ideada en el siglo XVIII por Jeremy Bentham, fundador del utilitarismo. El concepto funciona así: una torre se erige sobre el punto centro de la estructura, desde la cual los custodios pueden vigilar todos los movimientos de los prisioneros, cuyas celdas se levantan alrededor de la torre.

Para Foucault, el panóptico era una metáfora en el contexto de una sociedad disciplinaria. En la era moderna, este tipo de sociedad intercambia la presencia del Dios omnisciente de nuestros antepasados por la presencia de un Estado absoluto. Por lo tanto, en la metáfora del panóptico, la autoridad representa al custodio en su torre de vigilancia, mientras que el pueblo se mueve en su entorno, con pleno conocimiento de ser observados.

Presidio Modelo, Cuba (I, Friman, CC BY-SA 3.0)

Foucault estaba fascinado con el control social ejercido por el poder estatal. Bajo una estructura dominada por la disciplina, el poder busca “normalizar” la conducta de los individuos, así estos pueden cumplir su papel asignado por el sistema. La lógica del capitalismo requiere el uso de la menor cantidad posible de recursos a cambio de una producción máxima de resultados, por lo que el diseño del panóptico se presta al objetivo de control social.

Pongamos como ejemplo las cámaras situadas alrededor de la Ciudad de México; no solo las que imponen las fotomultas, sino todas las cámaras que vigilan nuestros pasos, tanto las del circuito cerrado de la SSP como las que pertenecen a empresas privadas, e incluso las cámaras de nuestros dispositivos móviles.

En la actualidad, podemos asumir que el ojo artificial de la máquina es tan ubicuo como el ojo humano. ¿Cuáles son las consecuencias? No era raro que antaño un infractor de la ley podía librarse de una multa con una “mordida”, pero hoy ¿cómo le ofreces un soborno a una cámara de vigilancia?

Los líderes de opinión aplauden la incorporación de un sistema automatizado para ejercer la justicia con imparcialidad. Por fin hay leyes que se respetan. Por fin hay orden en las calles. Las cámaras han cumplido un papel importante tanto en la prevención del delito como en la identificación de los transgresores del orden social.

¿Pero no hay un precio que debemos pagar por el discurso de la sociedad disciplinaria?

Las cámaras de vigilancia más bien son un síntoma de este discurso que ha condicionado a cada individuo desde la infancia. Cómo olvidar todas las veces que fuimos regañados de niños por llegar tarde a clase, por hacer ruidos mientras hablaba el maestro o por no llevar el uniforme indicado. Incluso ante la ausencia de nuestros padres o maestros, no era raro sentir vergüenza cuando alguien nos veía cometer una travesura.

En Vigilar y castigar, Foucault argumentaba que nuestro temor a ser juzgados obstruye nuestro acceso al libre albedrío. En otras palabras, la vigilancia constante de una fuerza de autoridad -ya sea una entidad física o imaginaria- afectaba nuestra capacidad de tomar decisiones de acuerdo a un criterio individual. Esto impedía la exploración y proyección de nuestra personalidad auténtica.

Los micropoderes que han diseñado el estado capital burgués para servir sus intereses exigen una sociedad de individuos dóciles: que paguen impuestos, que obedezcan las normas, que compren productos en el supermercado, y que lleven a sus hijos a la escuela donde se pueda moldear la siguiente generación de individuos dóciles.

¿Pero qué hay de la inseguridad que aún impera en varias zonas del país, incluso en la Ciudad de México? ¿No es lo justo ceder un poco más de nuestras libertades, ya sea nuestro derecho a la privacidad o a la expresión libre, con el fin de corregir conductas por medio de la vigilancia de Estado?

¿Qué más da si las cámaras están funcionando o no? Si su mera presencia modifica el comportamiento de la ciudadanía, ¿por qué no colocamos cámaras en cada poste de luz, en cada semáforo, en cada taxi, en cada pasillo de los colegios o en cada tienda de abarrotes? Después de todo, la gente exige más seguridad. La promesa de una comunidad libre de violencia es una de las bases de toda campaña política con aspiraciones serias.

Topo Chico (AP Photo/Emilio Vazquez)

En uno de los análisis más críticos sobre la sociedad disciplinaria, Foucault decía que el pueblo no solo tolera, sino que exige que el delincuente debe sufrir (por eso ante la ausencia de la autoridad, la gente es capaz de linchar al sospechoso de un delito con el fin de satisfacer su sed de justicia), pero es precisamente este discurso del castigo el que no está funcionando. Si nuestros penales ya son nidos de criminales y bombas de tiempo, ¿no es hora de volver a pensar en las fórmulas adoptadas de vigilancia y castigo?

Por eso hay que escuchar la sugerencia del filósofo francés y desempolvar los libros de historia, no para aprender datos inertes como nombres y fechas, sino para recolectar las mejores ideas que brillaron en el pasado y podrían volver a iluminar nuestro presente. Las acciones que marcaron la historia nos brindarán las herramientas necesarias para cuestionar las ideas y las instituciones del México, y el mundo, actual.

Un ejemplo. Dijo Benjamin Franklin, “Quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad.” Por lo tanto, si una sociedad se permite a sí misma ser vigilada, ¿qué derecho tiene a reclamar si es espiada?

P.D.: Un día como hoy, pero de 1984, murió Paul-Michel Foucault de SIDA. Tenía 57 años de edad.

P.P.D.: Ver también Si el gobierno no espió a ciudadanos ¿quién los espió?.

Texto: @ShyNavegante

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