Inicio  /  Especiales

Prostitución infantil: la aberrante cara de la esclavitud moderna

La aberrante esclavitud moderna no es un fenómeno abolido: existe en nuestro mundo y sigue existiendo en nuestro país.

La aberrante esclavitud no es un fenómeno abolido del pasado: existe en nuestro mundo y sigue existiendo en nuestro país.

Dipa tenía 13 años en 2013. En ese momento ya llevaba cinco meses prostituyéndose bajo la mirada complaciente de su familia. Ganaba 15 dólares al día lo que, en ese entonces, representaba 270 pesos. Para ganarlos, tenía que acostarse con cinco hombres al día. Eso quiere decir que cada hombre que se acostaba con ella pagaba 54 pesos.

Sagar tenía 9 años cuando murió. Lo encontraron tirado junto a la máquina de aire comprimido que utilizaba para limpiarse el polvo de la fábrica. Los capataces golpeaban constantemente a Sagar y a su padre. A veces, rechazaban pagarles un salario. Sagar se quejó de las condiciones de la fábrica y, con eso, firmó su fin: lo mataron inyectándole aire comprimido por el recto. Su padre alcanzó a llevarlo al hospital, con el abdomen distendido, pero no pudo salvarlo…

Por una enorme desgracia en este mundo terrible, Sagar y Dipa no son los más desafortunados niños de Bangladesh. En este país hay más de 1 millón 500 mil esclavos; muchos de ellos son niños y ninguno de ellos recibe un salario mínimo por el brutal trabajo que realiza día con día.

La esclavitud no es una anécdota de un pasado colonial; no es un viejo recuerdo terminado; no se abolió con la prohibición de sus prácticas en todos los países del mundo. La esclavitud moderna existe y es una de las grandes tragedias humanitarias de este siglo naciente.

Un mundo de esclavos

El Global Slavery Index de 2016 presenta cifras aterradoras. Se trata de un esfuerzo mundial que recopiló encuestas en 167 países del mundo para presentar los datos más precisos disponibles sobre la esclavitud contemporánea. Y los resultados son simplemente espeluznantes.

En el mundo, este índice calcula que hay casi 46 millones de personas sufriendo de alguna forma de esclavitud moderna. Y los países con mayor número de esclavos son Corea del Norte, Uzbekistán, Cambodia, India y Qatar.

En Corea del Norte la población masculina puede terminar, fácilmente, en campos de prisioneros con trabajo obligatorio. Las mujeres, en cambio, son sometidas a matrimonios arreglados y a la trata de personas con fines de explotación sexual, generalmente en China u otros países aledaños.

En Uzbekistán sigue siendo una práctica actual el trabajo obligatorio impuesto por el estado a los profesionistas para el cultivo de algodón. Esta práctica favorece a grandes compañías textiles internacionales y, por supuesto, a una muy corrupta cúpula del gobierno que recolecta los frutos de una brutal explotación laboral.

En India, China, Bangladesh y Pakistán, la mano de obra barata para la manufactura de productos de consumo que se venden, como pan caliente, en países del primer mundo es una práctica común y aceptada. En Qatar, se ha denunciado la retención de pasaportes a migrantes para explotarlos en la construcción, por ejemplo, de los estadios de fútbol para el mundial de la FIFA que se organizará en 2022 en ese país. Y éste es un país rico, de población con medios holgados que, sin embargo, apoya la explotación de esclavos.

En India, hay más de 18 millones de esclavos; es decir, casi toda la población de la Ciudad de México con todo y área conurbada. En Corea del Norte, se calcula que el 4% de toda la población del país vive en las esclavitud.

Y, si estos datos les parecen lejanos, consideren que el Índice Global de Esclavitud calcula que, en México, hay actualmente 376 mil 800 esclavos. El crimen organizado y la corrupción local se ha asegurado de que las miles de personas que desaparecen cada año en nuestro país terminen en campos de trabajo, en actividades criminales forzadas o en esquemas internacionales de prostitución…

Niño pidiendo limosna en Nueva Deli, India. (AP Photo/ Manish Swarup)

Tlaxcala y Nueva York: paraísos de la explotación sexual

Karla Jacinto contó a VICE su historia como víctima de una red de esclavitud sexual. Como muchas de las víctimas que conoció en los hoteles y en las casas de citas, ella fue voluntariamente con sus captores.La práctica es común y conocida: se le llama “el robo de la novia”.

A Karla Jacinto se le acercó un joven de su edad mientras esperaba a sus amigos en el metro Pino Suárez de la Ciudad de México. Empezaron a hablar y ella se sintió segura a su lado. Un tiempo después, la convenció de ir con él a conocer a su familia.

Llegaron a Tlaxcala y, durante un tiempo, estuvieron bien. La familia del novio era atenta con ella; y ella vivía a sus anchas. Pero, de pronto, empezaron a obligarla a prostituirse, la hacían abortar cuando se embarazaba o la seguían prostituyendo hasta los ocho meses de embarazo. Diario la golpeaban con tubos, cables, con los puños e, incluso, la llegaron a maltratar con una plancha.

Así vivió cuatro años Karla Jacinto, en una rutina que la llevaba desde los hoteles a la casa de la familia de su padrote. La casa estaba situada en Zacatelco, Tlaxcala. Y el Índice de Esclavitud Global señala a Tlaxcala y, en particular la ciudad de Tenancingo, como la capital global de la explotación sexual. Y esto no es ninguna exageración.

Prostitutas en el barrio de La Merced en la CDMX, Mayo de 2005. Los padrotes de Tenancingo controlan la distribución de víctimas de trata a las que explotan desde La Merced hasta Queens en Nueva York y Atlanta. (AP Photo/Marco Ugarte, File)

En esta región de México la trata de blancas es una práctica considerada normal. Uno de cada cinco padres de familia admite que su hijo quiere convertirse en padrote. Es un negocio de crecimiento preocupante y que involucra ya a diferentes países. En particular, hay una enorme red de esclavitud sexual entre México y Estados Unidos.

Como síntoma evidente de la gravedad de estos casos se puede observar quiénes son los traficantes de personas más buscados por ICE, la poderosa agencia aduanera estadounidense. Hace un par de años, por ejemplo, un esfuerzo conjunto de ICE y la Policía Federal logró la captura de Paulino Ramírez-Granados, uno de los 10 hombres más buscados en el mundo por trata de personas. Junto a él fueron detenidos 19 miembros de su familia que se dedican al mismo negocio, muchos de ellos seduciendo a las jóvenes víctimas. También, en ese mismo arresto, se liberaron a 25 mujeres jóvenes esclavizadas, violadas y maltratadas.

La relación de la trata de personas con Estados Unidos es extremadamente fuerte. Porque el comercio sexual que nace en México se vende muy bien en ciudades como Houston y Nueva York. Y este comercio sexual muestra cómo se tejen las redes de esclavitud entre países en desarrollo y el primer mundo.

Otro caso terrible es el de Shandra Woworuntu, ciudadana tailandesa engañada, por una página de internet, para aceptar un trabajo en Estados Unidos. Al llegar fue amenazada de muerte y, a punta de pistola, obligada a prostituirse y drogarse por años. Su testimonio es impactante y demuestra la complejidad de redes que, año con año, atrapan a miles y miles de mujeres, hombres y menores de edad en todo el mundo.

En 2016, un látigo fabricado reposa en una mesa en el cuarto de guardias del Hotel Chez Maurice en Maamelteine, al norte de Beirut, en Líbano. Las fuerzas de seguridad libanesas aseguraron un círculo de explotación sexual que involucraba a 75 mujeres sirias obligadas a la prostitución en esta ciudad. (AP Photo/Hussein Malla)

En la soledad de los campos de algodón: el trabajo forzado de pescadores y piscadores

Los campos de algodón son un constante recordatorio de otras épocas violentas. No se puede hablar de los grandes campos de algodón en Estados Unidos sin hablar de las granjas esclavistas del sur, de la Guerra Civil, de los remanentes de disparidad social entre razas. No es por nada que la película Get Out, una de las más importantes críticas raciales contemporáneas en Estados Unidos, se filmó en un antiguo plantío de Alabama. No es por nada, tampoco, que los campos de algodón sigan siendo un lugar de explotación esclavista.

Uzbekistán es el país más grande de Asia Central y tiene una población de treinta millones de personas. Entre ellas, hay 1 millón 236 mil 600 personas que viven bajo condiciones de esclavismo. Esto representa casi el 4% de la población, lo que hace que Uzbekistán sea el segundo país con mayor densidad de esclavos en la población después de Corea del Norte.

Uzbekistán es el quinto exportador de algodón del mundo. Y ha sido gobernado por la misma élite en el poder desde 1989, cuando todavía era un satélite de la Unión Soviética. Desde entonces, se ha dado una práctica que sólo ocurre en contadas partes del mundo, sobre todo en esa región del Asia Central post-soviética. El gobierno exige a los profesionistas -tanto a burócratas como a abogados y doctores- que colaboren como fuerza de trabajo gratuita a las cosechas de algodón.

En principio, las autoridades de Uzbekistán se negaban a aceptar esta cooptación de la población argumentando que las personas iban libremente a recolectar algodón o que lo hacían por el bien de la patria. Pero la realidad es muy diferente. El gobierno de Uzbekistán nunca ha tenido que invertir en la modernización de los cultivos porque puede contar con esta mano de obra practicamente gratuita. Además, el algodón recogido a mano se vende a mucho mejor precio.

El resultado es que miles de profesionistas deben dejar sus hogares y trabajos -a veces abruptamente- para ir a cumplir un trabajo que sólo beneficia a una élite corrupta que ha mantenido treinta años el poder.

Antes de que hubiera fuertes presiones internacionales por grandes compradores de algodón y gobiernos, el estado uzbeko exigía que los niños menores de siete años también fueran a recolectar algodón de manera gratuita. Ahora, sólo los niños de secundaria van a los campos. O, al menos, eso dice el gobierno…

Si alguien no cumple las reglas del gobierno puede ser despedido y perder así toda fuente de ingreso. También pueden haber otras represalias por parte de la policía y otras autoridades gubernamentales… Como forma de presión, por ejemplo, la única forma de conseguir un ascenso o un mejor puesto de trabajo es cumpliendo lo exigido por el gobierno en los meses de la pisca.

Así describe su experiencia, por ejemplo, la doctora Khidoyatova, de 61 años:

Llegas al trabajo, con todo el maquillaje, vistiendo ropa linda, buenos zapatos… Y de pronto el doctor de la policlínica corre dentro del consultorio y dice: ‘necesito cuarenta personas para los campos, el autobús está afuera: ¡Apúrense, apúrense!”

Y los doctores uzbekos deben ir, con la vestimenta diaria, a un campo para cosechar kilos y kilos de algodón a mano. Mientras, los consultorios quedan cerrados y los servicios en las ciudades desaparecen…

A pesar de los múltiples boicots, la venta de este producto no disminuye. Porque, claro, el 75% de la ropa que utilizamos tiene algodón. Y, mientras el mundo siga comprando algodón uzbeko, se seguirá reproduciendo este terrible círculo de esclavitud impulsada por un estado voraz.

Migrantes birmanos detenidos después de ser rescatados de la explotación esclavista. (AP Photo/Robin McDowell, File)

Éste es sólo un caso de esclavitud impulsada por el estado: en muchos otros países las autoridades simplemente toleran o son incapaces de frenarla. En particular, este tipo de situaciones ocurren cuando hay una gran cantidad de migrantes, en un país de gobierno endeble, que ofrecen una mano de obra barata y vulnerable.

Uno de los ejemplos más impactantes es, por supuesto, el de los pescadores de Tailandia.

El problema de esclavismo pesquero en Tailandia se remonta, según un estudio de la Asociación Internacional para la Migración, a 1989. En ese año, el tifón Gay causó más de mil muertes y desapariciones. La mayoría de los muertos fueron pescadores de las regiones más pobres del norte de Tailandia. Esto causó un enorme vacío en una industria que, de golpe, perdió más de 200 barcos.

Para reemplazar las pérdidas humanas y materiales se abrieron vacantes de trabajo que empezaron a ser llenadas por migrantes de Burma, Laos y Cambodia. Estas migraciones generaron la afluencia masiva de un grupo particularmente vulnerable a las explotaciones pesqueras de la región.

La pesca se alejaba cada vez más del litoral de Tailandia para adentrarse a aguas profundas: había escasez de pescado por la sobreexplotación de la costa y los grandes botes pesqueros preferían viajes largos y estables para ahorrar dinero en combustible. El resultado fue que una enorme población de migrantes vulnerables comenzó a embarcarse en botes alejados del litoral que permanecían en altamar varios años.

En estos barcos se siguen dando los más terribles abusos. Los migrantes son obligados a trabajar porque se les retira el pasaporte y se les tiene, captivos, en un barco en altamar. La pena por desobedecer o incumplir el trabajo es la rotura de un miembro, la mutilación o la muerte: se abandona a los migrantes castigados en altamar o, simplemente, se les arroja por la borda.

En principio, están trabajando gratuitamente con la esperanza de una futura remuneración: los comerciantes que los acogen les explican que tienen que pagar una suma, por estar ahí, con trabajo gratuito. Algunas de estas deudas alcanzan los 450 dólares (casi 10 mil pesos) y pueden representar más de siete meses de trabajo gratuito. Mientras, estos migrantes están a la más absoluta disposición de sus captores.

Barco pesquero tailandés en 2015. (AP Photo/Wally Santana, File)

Bajo estas condiciones, se obliga a los esclavos pesqueros a trabajar veinte horas al día, se les priva de sueño y se les niega la comida. Evidentemente, no existe ningún tipo de atención médica y la paga es absolutamente inexistente. Algunos relatos hablan de pescadores dejados en pequeñas embarcaciones pescando por días con solo raciones limitadas de agua.

La industria pesquera tailandesa es la tercera más grande del mundo. Y sus productos se compran masivamente en Europa, Asia y Estados Unidos. Como muchas de estas industrias, los grandes mercados dictan las leyes de trabajo de los más vulnerables ciudadanos del mundo. Es por eso que, mientras la venta masiva de productos de consumo y materias primas no esté regulada en todas sus aristas seguirá existiendo la terrible realidad de la esclavitud moderna.

∗∗∗∗

Nadie es inocente por el trabajo forzado de otros humanos: el hecho de que la esclavitud moderna esté presente en 167 países, de los más ricos a los más pobres del mundo, demuestra que este sistema económico produce nichos desesperados en donde florecen los horrores del trabajo forzado. Las migraciones masivas, las guerras y la corrupción son factores que aumentan la posibilidad real de reproducir estos, terribles y desoladores, escenarios.

Y nos queda a todos la responsabilidad de hablar de estos horrores, denunciarlos y exigir a los gobiernos del mundo que regulen la forma de organización transnacional de las grandes empresas. Finalmente, es el dinero el que mueve los hilos más siniestros de la sociedad: seguir su rastro es descubrir, todavía y siempre, al hombre devorando al hombre.

Más especiales