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Trump no entiende la historia… y eso es peligroso

Donald Trump, contrariamente a Obama, desprecia la historia. Pero, ¿por qué no le importa el pasado y el futuro al presidente americano?

Donald Trump, contrariamente a Obama, desprecia la historia. Pero, ¿por qué no le importa el pasado y el futuro al presidente americano?

El 17 de agosto, después de los terribles hechos de Charlottesville, en el que supremacistas blancos, neonazis y protestantes anti racistas se enfrentaron, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump expresó en Twitter un comentario bastante contradictorio con su historia como presidente:

“ Es triste ver la historia y la cultura de nuestro gran país siendo destrozadas con la eliminación de nuestras hermosas estatuas y monumentos. Tú…..

no puedes cambiar la historia, pero puedes aprender de ella. Robert E Lee, Stonewall Jackson, ¿quién es el siguiente? Washington, Jefferson, ¡qué estupidez! ¡Además

… la belleza que se están llevando de nuestras ciudades y parques, será extrañada y nunca será reemplazable!”

Todo esto lo tuiteó porque se quitaron las estatuas de personajes que históricamente lucharon en pro de la esclavitud y en contra de la libertad y la igualdad en Estados Unidos.

Con estos tuits pareciera que Trump tiene un genuino interés por la historia, pero no sólo los argumentos para conservar esas estatuas son pobres, el presidente ha mostrado un total desconocimiento de la historia de su país. Desde que tomó su cargo como presidente, Trump no ha parado de ridiculizarse con sus pobres referencias históricas; tanto en Estados Unidos como en sus giras internacionales.

Así sucedió cuando insultó a la OTAN desconociendo su historia; cuando insultó a las víctimas de Hiroshima sosteniendo que “nadie conoce más el horror nuclear que yo”; cuando insultó a las víctimas del Holocausto y a los soldados caídos en la lucha contra Hitler diciendo que entre los neonazis de Charlottesville había gente respetable; cuando confundió al actual dictador norcoreano con su padre; o cuando dijo que Corea del Norte fue alguna vez parte de China.

Mientras que Obama salió de su mandato con una particular obsesión por lo que dejaba como legado, Trump vive del aplauso inmediato y parece no tener ningún respeto por la historia, como fruto del pasado o por sus consecuencias a futuro.

¿Cuál es, entonces, la diferencia en la comprensión de la historia entre ambos presidentes?

El expresidente Barack Obama y el actual mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca. (Getty Images/Archivo)

Trump regresa a la escuela

Hace un par de meses, Trump dijo unos comentarios incómodos sobre la historia estadounidense. En particular, sobre la guerra que fundó los principios modernos de Estados Unidos.

Me refiero, claro, a la Guerra de Secesión que enfrentó a los estados del norte frente al sur separatista entre 1861 y 1865. En esa guerra, que terminó con doscientos años de esclavitud negra, murieron cerca de un millón de personas.

Y, como parece inevitable, Trump tuvo que opinar al respecto cometiendo un craso error:

Quiero decir, si Andrew Jackson hubiera llegado un poco más tarde, no habríamos tenido una Guerra Civil… él tenía un gran corazón. Estaba muy enojado con lo que vio que estaba sucediendo respecto a la Guerra Civil, y dijo “No hay razón para esto””

A pesar de que Trump ha admitido sentir admiración por Jackson, parece no tener ni la más mínima idea de la época en la que vivió su ídolo. Porque Jackson murió dieciséis años antes de que empezara la Guerra Civil y nada en su biografía parece señalar que le hubiera gustado impedirla.

Así lo explicó David S. Reynolds, prestigioso historiador americano:

Andrew Jackson, un esclavista de Tennessee que mandó a miles de Nativos Americanos al oeste en el sendero de lágrimas, rechazó tomar una posición moral frente a la expansión esclavista que, en 1850, llegó a planear un imperio de esclavos que incluía Cuba, América central y Sudamérica. Si Jackson, que murió en 1845, hubiera estado vivo en 1850, sin duda hubiera defendido la expansión esclavista. El único trato que Andrew Jackson le hubiera ofrecido al Sur para impedir la guerra hubiera sido uno que permitiera la expansión del esclavismo.”

Andrew Jackson, entonces general, en la batalla de Nueva Orleans. Edward Percy Moran (1910)

Y aquí Trump estaba hablando de uno de sus ídolos recientes (al parecer Steve Bannon le prestó un libro sobre Jackson); un ídolo que tenía esclavos y pregonaba un populismo rampante. En todo caso, cometió un error histórico sobre la guerra más consecuente de su nación y sobre un personaje histórico al que, en apariencia, conoce.

Pero el desconocimiento de la historia de Trump no es aquí el problema. Más bien, lo que es intrigante es el absoluto desprecio que tiene por una rama del conocimiento que parece ser prioritaria en el accionar político.

(Reuters/Archivo)

El desprecio a la historia

Después de pronunciar su increíblemente desplazada frase sobre Andrew Jackson, Trump siguió hablando y dijo algo que molestó a varios historiadores:

La gente no se da cuenta, ¿sabes?, la gente no se da cuenta de por qué hubo una Guerra Civil. Si lo piensas bien, ¿por qué? La gente no se pregunta eso pero ¿por qué hubo una Guerra Civil?”

Y a eso, la famosa historiadora Amy S. Greenberg, responde:

Pregúntale a cualquier estudiante de primaria, “¿Por qué sucedió la Guerra Civil?” Ese niño te va a dar una respuesta. La respuesta puede variar según la región del país en donde preguntes, pero él o ella tendrá una respuesta clara.

¿Cómo se atreve Donald Trump a decir que “la gente no hace esa pregunta de ¿por qué hubo una Guerra Civil? ¿Por qué no se resolvió eso?” Los historiadores llevan preguntándose eso desde 1861. Y las primarias hacen debates sobre esa pregunta.”

El desprecio de Donald Trump por la historia pasada puede llegar, incluso, a ser peligroso. Porque sus comparaciones burdas también sugieren una motivación para sus políticas más extremas y una excusa para sus relaciones más oscuras.

(Twitter: @PT_US_Congress)

Como ejemplo podemos citar ese momento en que Trump habló de lo que él llamó los “tiempos medievales”:

Donald Trump: Estamos viviendo en un tiempo tan maligno y despiadado como cualquier momento en cualquier otro tiempo. Sabes, cuando era un hombre joven estudié los tiempos medievales. Y eso es lo que hacían, cortaban cabezas. Eso es lo que deberíamos hacer…

Periodista (George Stephanopoulos): ¿Así que vamos a cortar cabezas?

Trump: Pues, tal vez, vamos a hacer mucho más que torturar a prisioneros… si llega a pasar.

Así, cuando Trump habla de su preocupación por los derechos humanos en Cuba parece olvidar que él mismo proponía, durante la campaña presidencial, decapitar a gente.

Con esto no digo que en el medioevo no hubiera prácticas terribles de ejecución y tortura; sino que Trump parece olvidar que estos no son, ni de cerca, los tiempos más despiadados de la humanidad. El hecho de pensar que vivimos en un periodo excepcional de maldad puede llevar a convencerlo de que es un paladín del bien en momentos de crisis únicos.

Y la excepcionalidad, en este sentido, nunca es deseable.

Máscaradsde Putin y Trump en San Petersburgo. (AP)

Hace unas semanas, por dar otro ejemplo, en medio de la investigación especial sobre la intervención de Rusia en las elecciones pasadas, Trump dijo que las pesquisas en torno a su gabinete representa “la más grande cacerías de brujas en la historia política de Estados Unidos”.

Como bien lo subrayó el senador demócrata, Chris Coons, el error histórico parece aquí relacionarse con una pésima elección de palabras. Trump se refería a “cacería de brujas” como una paráfrasis de una persecución indiscriminada. Pero olvidó que, en efecto, en Estados Unidos, ocurrieron terribles y literales persecuciones de brujas:

“Tengo ancestros familiares del área de Boston y creo que la cacería de brujas de Salem tiene que ser, verdaderamente, la más grande cacería de brujas en la historia estadounidense”, dijo Coons.

Trump asegura que no lee libros porque no tiene tiempo para hacerlo. Pero, al parecer, consume horas y horas de televisión por cable. Y, cuando le han preguntado cómo se informa para tomar sus decisiones, ha dado respuestas temibles:

“Con muy poco conocimiento fuera del conocimiento que ya tenía, más las palabras “sentido común”, porque tengo mucho sentido común y mucha habilidad para los negocios”

Con el sentido más común imaginable, Trump desprecia la historia de su país y del mundo. Y el contraste con el anterior presidente estadounidense es aún más evidente por la obsesión de Obama con la historia.

(Foto por Brendan Smialowski/Getty Images)

Obama y Trump: un legado histórico contra el peso de lo inmediato

Parece evidente, al leer los discursos de Barack Obama, que el anterior presidente estadounidense tenía un gusto especial por la historia. En numerosas ocasiones, Obama habló de la importancia del conocimiento histórico, siguiendo el famoso precepto de Churchill, como una forma de evitar los errores del pasado.

En el 2008, durante su primera campaña presidencial, Obama citó a Faulkner en un momento en donde repercutió profundamente la idea que trataba de transmitir. Faulkner es el escritor por excelencia de la decadencia del sur racista y la pervivencia de la segregación en Estados Unidos. Y Obama se refería a estos y tantos otros temas cuando, citándolo, dijo:

“El pasado no está muerto y enterrado. De hecho, el pasado no es ni siquiera pasado”

La frase de Obama caló hondo en el contexto racial, claro, pero también en su percepción de la historia como algo siempre presente.

Barack Obama, ex presidente de Estados Unidos. (AP, archivo)

En el mismo sentido, ocho años después, al abandonar su segundo mandato como presidente, Obama insistió sobre la importancia del pasado en la vida cotidiana de los estadounidenses:

Los americanos blancos tienen que entender que los efectos de la esclavitud y Jim Crow no desaparecieron de repente en los años sesenta; que cuando los grupos minoritarios expresan su enojo, no están practicando un racismo a la inversa o cierta corrección política; que cuando emprenden protestas pacíficas, no están reclamando un trato especial, sino el trato igualitario que nos prometieron los fundadores de nuestra nación”

En este sentido, para Obama la pervivencia de los problemas raciales en Estados Unidos es solamente un ejemplo más de la pervivencia del pasado en el presente. Un ejemplo claro y violento que sigue viéndose en los asesinatos de policías a ciudadanos negros indefensos, en las sentencias disminuidas a blancos que cometen crímenes de odio, en las manifestaciones masivas para reclamar la paridad de la vida humana.

Es en ese mismo sentido que su discurso en la inauguración del museo de historia afroamericana en Washington habló de la relevancia del pasado para la formación del futuro:

Una visión clara de la historia puede hacernos sentir incómodos, puede sacarnos de nuestras narrativas habituales. Pero es precisamente a través de esta incomodidad que aprendemos y crecemos y cultivamos nuestro poder colectivo de perfeccionar esta nación”

(AP Archivo)

También en 2016, Obama dio un discurso para los graduados de la Universidad de Howard. En el discurso, el entonces presidente señaló, en una contraposición premonitoria a los discursos de Trump, que la historia nos muestra un cierto progreso y que, contrariamente a lo que declara ahora el nuevo presidente, estamos mucho mejor que hace cien años:

Si tuvieran que elegir un momento en la historia para nacer, sin saber de antemano lo que van a ser – qué nacionalidad, qué género, qué raza, si serían ricos o pobres, homosexuales o heterosexuales o qué fe practicarían- no escogerían nacer hace cien años. No escogerían los años cincuenta o los sesenta o incluso los setenta. Escogerían ahora mismo. Si tuvieran que elegir un momento para ser, en las palabras de Lorraine Hansberry, “jóvenes, talentosos y negros” en América, escogerían ahora mismo. (…) Y no podemos ser ignorantes de la historia”

La diferencia con las declaraciones de Trump -que sigue insistiendo en que vivimos el peor momento de la historia, el más violento, el más despiadado- es que Obama habla del pasado como un motor para el futuro. Trump, al contrario, construye una imagen terrible del presente para regresar a aplicar políticas del pasado (el extremo del ejemplo sería, justamente, la decapitación y la tortura).

De una propuesta progresista la política presidencial estadounidense giró, entonces, hacia una propuesta conservadora.

En ese sentido, también, los dos presidentes tienen una visión muy diferente de la importancia de la historia para el futuro.

Obama tenía una obsesión particular por su legado. Un legado que se iba a construir por sus grandes logros: en el interior la política de salud pública comúnmente llamada Obamacare; en el exterior, el acuerdo nuclear con Irán, los acuerdos climáticos en París y la reapertura de las relaciones diplomáticas con Cuba.

(AP Photo/Ramon Espinosa)

Trump es, mucho más, un cazador de lo inmediato. Las consecuencias futuras de sus políticas no parecen preocuparle mucho. Como tampoco parece preocuparse por el legado que dejará. Porque Trump vive, inminentemente, en el presente. Y su presente no admite pensamiento histórico.

Es por eso que sus políticas se han afanado en destruir todo el sentido del legado de su predecesor. Lo suyo, más que una política constructiva, parece ser una política reactiva a la importancia histórica que Obama acordaba a su administración. Uno a uno, ha criticado duramente el trato nuclear con Irán, ha sentenciado las negociaciones arduas de la administración pasada con Cuba y se retiró del pacto ecológico firmado por Obama en París.

La salida de Estados Unidos del Pacto de París muestra, justamente, la poca importancia que Trump le da al futuro. Porque en la inmediatez de dar mejores tratos a las empresas reduciendo los costos de la protección ecológica, Trump está condenando a la humanidad entera a un futuro mucho más sombrío.

Un lago es afectado por una sequía en India; la ONU dice que los desastres naturales se han duplicado en los últimos 30 años (Getty Images, archivo)

Mientras, él seguirá negando, en pos del presente, la realidad lúgubre del cambio climático y sus repercusiones futuras.

Cada presidente se enfrenta a un contexto; cada presidente tiene un temperamento; cada política, interna y externa, presenta únicas exigencias. No hay un mandato igual a otro. Aún así, existen temperamentos que pueden delinearse. Y el de Donald Trump, por su agresividad burda, destaca en los perfiles políticos.

Independientemente del éxito que tenga Trump borrando hasta el último resquicio del legado político de Obama, parece evidente que los dos presidentes serán juzgados de manera muy distinta por la historia.

Y no se trata aquí de hacer la apología de uno sobre el otro. El punto es que la historia, en efecto, importa. En una nación tan marcada por los traumas de un pasado siempre presente parece, entonces, absolutamente sorprendente que un presidente se niegue a pensar en otro momento y otro contexto que no sea el que inmediatamente le concierne.

La vida de Trump, como su mandato, parecen girar solamente alrededor de un ego desmedido como combustible del deseo inmediato. Y eso no es simplemente peligroso para Estados Unidos, sino que resulta consecuente para el futuro de todos, en este frágil mundo.

Estados Unidos no apoya el acuerdo sobre cambio climático. (Getty Images, archivo)

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