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¿Por qué los políticos nunca dejan de ser niños malcriados?

Las alegorías de El Señor de las Moscas nos enseñan los males que aquejan al poder político en México y el mundo.

“El precio que los hombres buenos pagan por la indiferencia con respecto a los asuntos públicos es el de ser gobernados por hombres malvados.” Platón.

LOS NIÑOS MALCRIADOS DE LA POLÍTICA

Desde la distribución de víveres a una zona afectada por un sismo hasta las negociaciones comerciales entre los principales líderes del escenario global socio-político, uno pensaría que la sociedad siempre se asegura de elegir a los personajes más responsables, inteligentes, serenos y rectos entre sus miembros para representar los intereses del pueblo en los órganos gubernamentales. Tal resultado dependería de elecciones guiadas por una valoración racional de las aptitudes y los méritos de cada candidato. Sin embargo, al evaluar los mecanismos que sustentan el funcionamiento de una democracia moderna, es evidente que el razonamiento crítico es lo primero que sale volando por la ventana.

A causa del límite de información disponible, la falta de tiempo y ya de plano, la indiferencia que inspira la administración pública, el pueblo toma la decisión más importante de su comunidad al votar de acuerdo a sus emociones. Por tal motivo, a menudo no son los más honestos ni los más serenos ni los más rectos los que llegan a ser funcionarios públicos, sino son los manipuladores, los carismáticos, los charlatanes, los mentirosos, los chantajistas, los astutos; en otras palabras, aquellos que son capaces de avanzar en la escalera política a través del manejo calculado de las emociones de la ciudadanía.

Ahora bien, no es raro ver ese tipo de comportamiento en un menor de edad. Hay niños que se pelean por jugar primero con el videojuego, que engañan a sus padres para no ser castigados, que hacen berrinche cuando les quitan un juguete, que mienten para no ir a la escuela, que se roban los dulces del compañero. Hay niños malcriados, desobedientes, egoístas, peleoneros, majaderos, gandallas, tramposos, codiciosos y traviesos. En los años de la infancia, tal comportamiento es “corregido”, ya sea en la escuela por sus maestros, ya sea en el hogar por sus padres, ya sea en las calles por las lecciones impartidas por la realidad del mundo. Una vez alcanzada la madurez, los jóvenes adquieren humildad, disciplina, carácter, se vuelven “hombres” o “mujeres” civilizados (o sea, dignos de vivir entre civiles). Pero, ¿qué pasa si nunca adquieren estos valores?

Cuando el egoísmo da paso a la arrogancia, cuando la codicia da paso a la ambición y cuando la mentira da paso a la persuasión, algunos de estos niños encuentran su llamado, años después, en la política… y en el proceso, nunca dejan de ser niños malcriados, inconscientes del mal terrible que hacen a la sociedad (pero no por eso menos responsables de su actuar).

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS

Volvamos a 1954, año clave de la Guerra Fría. El macartismo mantiene a los Estados Unidos en alerta paranoica contra la amenaza comunista. Nuevas pruebas nucleares ponen al mundo en vilo. Los vietnamitas expulsan a los franceses de Indochina. Y México hace lo que puede por no llamar la atención internacional bajo la administración de Adolfo Ruiz Cortines.

Ese mismo año, en Londres, William Golding publica su primera novela, titulada El señor de las moscas. (Lord of the Flies). Aunque no se volvió un éxito inmediato, más tarde se convertiría en la obra más popular en la trayectoria de Sir William, suficiente para hacerlo merecedor de un premio Nobel. En el marco de una guerra nuclear, la novela cuenta la historia de un grupo de niños británicos que quedan varados en una isla desierta luego de que su avión se estrellara. Al confirmar que no hay ningún adulto vivo en este paraíso tropical, los niños disfrutan su libertad: juegan, cantan, nadan en la laguna y exploran la isla, libres de la autoridad y las reglas de los adultos. Dato importante: todos los personajes son varones, cuyas edades oscilan entre los 6 y 12 años.

Aunque en la superficie se trata de una novela juvenil de aventuras, el tema que yace bajo la narración de El señor de las moscas es un retrato de los defectos de la sociedad y cómo estos están vinculados a los defectos de la naturaleza humana. Para empezar, los niños no tardan en darse cuenta de que deben ser rescatados. A su edad, carecen de los medios necesarios para sobrevivir en una isla pequeña, por lo que deben poner manos a la obra para convivir como personas civilizadas en lo que un barco los recoge. ¿Entonces qué hacen?

De acuerdo a las costumbres de una sociedad cuyos pilares se levantan sobre los fundamentos de la ley y el orden, los niños recurren a los mecanismos que conocen: eligen a un líder por votación (Ralph), emplean una concha de mar para formar “asambleas” y tomar la palabra, establecen reglas en lo relativo a comida, higiene y construcción de albergues, y se las arreglan para prender y mantener prendida una fogata en la cima de la única montaña en la isla. El fuego proporcionaría el humo necesario para que un barco detecte su presencia y los saque de ahí.

Golding dota a cada uno de sus personajes principales su propia personalidad arquetípica, entre los que destacan: Ralph, elegido como líder por su serenidad y compostura; Jack, su “rival político”, jefe de “los cazadores”, de personalidad orgullosa y de mecha corta; Piggy, el más inteligente, aunque también el más inseguro al ser el blanco de burlas por ser “el gordito con lentes”; Roger, quien desarrolla una inclinación sádica hacia el final del libro; y Simon, cuya sensibilidad y percepción de su entorno le advierten del peligro que acecha a sus nuevos amigos. A lo largo de la novela, los niños temen la presencia de una bestia que se oculta en los rincones más oscuros de la isla, pero Simon es el único que se percata de la realidad subyacente: la bestia habita y crece en ellos mismos.

JUGANDO A LA GUERRA

Hace un par de semanas, las alarmas sonaron y el mundo contuvo su aliento colectivo cuando a Corea del Norte le dio por lanzar un misil balístico que sobrevoló una isla de Japón y fue a caer al mar. No era la primera vez que realizaba una prueba semejante. En respuesta, Corea del Sur lanzó uno de sus propios misiles, el cual cayó por la costas de su vecino septentrional. Estos pequeños ensayos del Apocalipsis nos remiten al Señor de los moscas.

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En los primeros capítulos, los niños juegan a la guerra: se arrojan piedras pero nunca apuntan con la intención de pegarle a sus amigos. Pero ya en los últimos capítulos, Roger lanza una piedra contra los gemelos Sam y Eric, como una advertencia. Al hacerlo, Roger siente en su interior “una fuente de poder” que le causa regocijo. Más tarde, Roger deja caer una roca enorme sobre Piggy -quien intenta razonar con sus compañeros, ahora transformados en salvajes. La roca parte la cabeza de Piggy a la mitad y muere al caer al mar. Una vez acallada la única voz restante de la razón, se desata el caos.

Con tantas alegorías contenidas en el microcosmos de la novela, es fácil pensar en los inicios de varios conflictos bélicos y ver las similitudes. Cuando muere la diplomacia, los pueblos arreglan sus diferencias a través de la violencia. Pero veamos el caso más reciente. El comportamiento pueril de Donald Trump ante las provocaciones del “querido líder” Kim Jong-un no inspira mucha confianza. En lugar de ser guiados por un líder político que recurra a la diplomacia para aminorar las tensiones en el lejano Oriente, el presidente de los Estados Unidos prefiere responder con bravatas como la del “fuego y furia” o dejando caer “la madre de todas la bombas” sobre otros grupos enemigos, haciendo gala de su poderío militar.

Rocket Man is on a suicide mission for himself and for his regime.

El martes, 19 de septiembre, mientras los mexicanos estábamos ocupados con la ardua tarea de rescatar vidas tras un temblor de magnitud de 7.1, pocos vimos cómo Trump se dirigió por primera vez a la Asamblea General de las Naciones Unidas para amenazar a la nación de Corea del Norte con “destrucción total”. Así es, mientras aquí alguien se esforzaba por salvar al mayor número de personas, en otra parte del mundo, alguien más se ofrecía para aniquilar al mayor número de personas. Trump incluso se refirió al líder norcoreano no por su nombre sino como “hombre cohete”. El resto del mundo se muerde las uñas, testigo de una riña entre dos morritos disfrazados de comandantes, solo que en lugar de piedras, cuentan con un arsenal de armas nucleares.

UNA RABIETA EN MORENA

El 25 de agosto, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) dio a conocer los resultados de su encuesta para elegir a su “coordinador de organización de la Ciudad de México”. Para no caer en actos anticipados de campaña, dicho puesto es la antesala del partido para aspirar a la jefatura de gobierno de la capital del país. Las piezas se habían movido en el tablero para que el delegado de Cuauhtémoc, Ricardo Monreal, fuera la nueva cara del poder ejecutivo de la ciudad, pero los capitalinos encuestados tuvieron otra idea y Claudia Sheinbaum dio la sorpresa para quedarse como la aspirante.

La tarde del 25, los contendientes fueron citados en un hotel de la colonia Roma. Cuando se dieron a conocer los resultados, Monreal simplemente se marchó del hotel. Sus compañeros de partido, en cambio, se quedaron para mostrar su respaldo a la aspirante en una conferencia de prensa. Ante la opinión pública, Monreal dio la impresión de hacer un berrinche. En los días posteriores, el delegado dio entrevistas, publicó videos y montó mítines en los que se declaraba como el político mejor preparado para cumplir las funciones de jefe de gobierno y puso sus condiciones para que se hicieran más encuestas.

Estos días, parece que el delegado -un viejo lobo de mar de la política- lo ha pensado dos veces y ha buscado hacer las paces con sus compañeros de partido, pero estaremos al pendiente de su última decisión. En fin, rabietas como estas no son ocurrencias raras en la lucha del poder político. Al momento de elegir al líder en El Señor de las Moscas, Jack trata de imponerse como el jefe (después de todo, fue líder del coro de su escuela y puede “cantar en C sharp“), pero los demás prefieren votar por Ralph, que no tiene semblanza de tirano. Con su orgullo lastimado, Jack amenaza con marcharse, pero Ralph adopta un tono conciliatorio y le permite a Jack ser el jefe de los cazadores. Esta decisión terminaría por costarle caro a Ralph.

¿Cuántas concesiones debe permitirse un líder político para satisfacer los caprichos de sus contrincantes y aliados antes de conceder demasiado?

LA RELACIÓN DE LA MALDAD CON EL PODER

Ralph, Jack, Piggy y Roger se asumen como líderes (cada quien a su propia manera) mientras que los demás niños aceptan su papel de seguidores. Pero Simon es distinto a todos los demás. Este chico nunca muestra interés alguno en el poder (hasta le repugna hablar en público) pero tampoco cae en el rol de seguidor. En ocasiones se marcha él solo a la profundidad del bosque y encuentra un lugar donde poder recostarse y absorber, con sus sentidos, todas las virtudes de la naturaleza.

Todo cambia para Simon cuando se encuentra con la cabeza de una cerda empalada sobre una lanza y rodeada de moscas. La cabeza fue ahí montada por Jack y sus cazadores en un momento clave del libro, cuando cruzan el punto sin retorno de la barbarie. La cerda estaba amamantando a sus cochinillos justo cuando los cazadores la rodearon y la atacaron con sus armas primitivas. Al darle muerte, los salvajes cortaron su cabeza y la colgaron sobre una lanza, una especie de ofrenda a la bestia de la isla para que así deje en paz a los cazadores.

De alguna manera, la cabeza se vuelve la encarnación de toda la energía negativa transformada en violencia que Jack y los demás desataron sobre la cerda madre. En ella, Simon ve al Señor de las Moscas, cuya traducción del hebreo es Belcebú, Dios de Ecrón, uno de los nombres de la Bestia. En la demonología, Belcebú es uno de los siete príncipes del Infierno. La Bestia se burla de Simon y lo obliga a reconocer la capacidad del hombre para la maldad y la naturaleza superficial del sistema moral del ser humano. El pobre chico enloquece y cuando se hace presente durante una danza ritual de la tribu, los demás niños asumen que es la bestia poseída y lo asesinan.

LA CORRUPCIÓN DE UN SISTEMA PODRIDO

La historia tiene una moraleja: la forma que adopta una sociedad debe depender de la naturaleza ética de ciertos individuos y no de un sistema político, no obstante que tan lógico o noble pueda parecer. Por eso hay democracias que prosperan y otras que se quedan atascadas bajo el peso de dirigentes ineptos, ambiciosos o cobardes. Un país sumido en la inseguridad es reflejo de autoridades corruptas, que se enriquecen a costa del pueblo y lo dejan resentido y humillado.

Es curioso cómo tiene que suceder algo extraordinario para que la sociedad salga de su sopor. Por eso hay que reflexionar sobre la experiencia del sismo del 19 de septiembre y la lección que nos dejó, una lección bastante irónica. Los auténticos líderes de México no son aquellos que eligen una cierta “mayoría” por medio de un sistema democrático y que se aferran al poder por medio de argucias legales, “amiguismos”, nepotismos e, incluso, actos de violencia (amenazas, chantajes, etcétera). No, los auténticos líderes son los que se asumen (se hacen responsables) de entre el pueblo cuando éste se encuentra más necesitado.

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Estos líderes “del momento” no están interesados en el poder de una autoridad política sino en el bienestar general de la comunidad a la que pertenece. Si la sociedad reaccionara con la misma timidez, cobardía y egoísmo que han exhibido las figuras de la política esta semana, el número de muertos hubiera sido mucho mayor, los casos de rapiña serían una constante y la comunidad internacional nos hubiera dado la espalda. Afortunadamente, la sociedad mexicana ha demostrado que no es un “rebaño” que obedece a las autoridades a base de órdenes y macanazos, y esto se debe al ejemplo que han ofrecido las personas que asumieron el liderazgo entre la población civil, aunque sea de manera efímera y casi anónima.

Es una lástima que estos dirigentes improvisados no puedan quedarse por más tiempo. Tal vez sea porque el país necesita gente madura que sostenga la base social y piensen que el tablero del poder en México es un juego para niños.

Texto: @ShyNavegante

Ilustración principal: @ponchobot

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