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¿Por qué es “la Noche Triste” si esa vez ganaron los aztecas?

Recordamos la historia de la "Noche triste", cuando Hernán Cortés lloró por ser derrotado. ¿Por qué la llaman así, si ganaron los aztecas?

¿Quién escribe la Historia?

Cuando reflexionamos sobre un hecho histórico como la victoria que tuvieron los mexicas sobre Cortés y cuyo hecho recordamos como “La Noche Triste”, queda la pregunta: ¿quién escribe la Historia?

Hay episodios en la historia de un país que parecen guiones escritos para una película. Narraciones que muestran lo que hay de humano en todos los hombres y llaman a sentir empatía por el pasado. Estos relatos son imprescindibles para la identidad nacional porque crean símbolos para comprender, desde lo emotivo y no desde lo racional, el presente. Así nace la historia: alguien ensaya una interpretación de hechos registrados del pasado y la ordena en un relato. Aunque se escribe bajo el compromiso de decir verdad, el resultado siempre es una narración que se sirve de mecanismos usados también en la ficción.

La invención de grandes héroes nacionales, así como de episodios memorables del pasado de un país, surge en momentos donde es necesario reforzar la unión entre las personas y crear un sentimiento de identidad. Varias de estas narraciones, por lo tanto, provienen de la época en que se estaba forjando el Estado moderno. En el caso de México, debemos hablar del siglo XIX como época clave. En esos años se crearon las versiones más extendidas de los tiempos previos a la Conquista española y se recuperaron historias de la época que mostraban un pasado glorioso, merecedor de una nación como la que estaba por formarse. Entre las historias más populares sobre el esplendor azteca figura el pasaje de la Noche Triste, en la que el ejército de Cortés fue derrotado por las fuerzas locales.

La Noche Triste o la victoria más gloriosa del ejército azteca

Cortés enfrentándose contra aztecas. (Foto por Hulton Archive/Getty Images)

Por los últimos días del mes de junio, se conmemora uno de los momentos favoritos del imaginario mexicano: la “noche triste” en que Hernán Cortés intentó escapar a escondidas de la Gran Tenochtitlán y perdió la batalla contra el ejército azteca. En su huida el general llegó a la calzada de Tacuba y, cuenta la leyenda, se recargó en un árbol a llorar.

A pesar de que aún hoy puede encontrarse un ahuehuete de cientos de años en la calzada de Tacuba con una placa que rememora el suceso, este detalle no ha sido confirmado en ninguna fuente documental de la época. Las primeras versiones constan en los textos escritos por cronistas de la conquista. En su Segunda carta de relación, enviada al rey de España, el mismo Cortés da cuenta de su derrota:

E dejando aquella gente en la delantera, torné a la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente, y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles como los indios de Tascalteca que con nosotros estaban; y así a todos los mataron, y a muchos naturales, los españoles; e así mismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y joyas y otras muchas cosas que sacábamos, y toda la artillería.

El militar español Bernal Díaz del Castillo, escritor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cuenta en el capítulo CXXVIII, titulado “Cómo acordamos de nos ir huyendo de México y lo que sobre ello se hizo”, que un grupo de conquistadores llora al comprender su derrota:

Volvamos al Pedro de Alvarado, que como Cortés y los demás capitanes le encontraron de aquella manera y vieron que no venían más soldados, se le saltaron las lágrimas de los ojos […] Pasemos adelante y diré cómo estando en Tacuba se habían ajuntado muchos guerreros mexicanos de todos aquellos pueblos, y nos mataron allí tres soldados.

De este hecho también se conservan algunos testimonios escritos por mexicas, que lograron perdurar a través de los años gracias a que fueron resguardados o incluidos en crónicas escritas por los evangelizadores. El investigador Miguel León Portilla transcribió algunas declaraciones de los informantes del sacerdote Bernardino de Sahagún (autor de la Historia general de las cosas de la Nueva España), para su libro Visión de los vencidos. Gracias a ese trabajo, es accesible un relato de la Conquista, desde el punto de vista de los conquistados:

Pues cuando los españoles hubieron llegado a Tlaltecayohuacan, en donde es el canal de los toltecas, fue como si se derrumbaran, como si desde un cerro se despeñaran. Todos allí se arrojaron, se dejaron ir al precipicio. Los de Tlaxcala, los de Tliliuhquitepec, y los españoles, y los de a caballo y algunas mujeres.

De acuerdo con el investigador Rudolf Van Zantwijk, en la Noche Triste tuvo lugar una de las mejores batallas libradas por el ejército azteca, comandada por Cuitlahuac (penúltimo tlatoani). El enfrentamiento evitó la huida del ejército conquistador, impidió que se llevaran varios motines y logró incautar algunas armas de fuego, que nunca pudieron ser utilizadas por los locales.

Cuitlahuatzin y sus oficiales entendieron que la salida de la ciudad en la dirección de Tlacupan, que se llamaba Tecpantzinco, sería el punto clave de la confrontación bélica. […] estaban dispuestos para atacar a los españoles y sus auxiliares indígenas desde los cuatro lados. […] resultó en la “noche triste” de los españoles y en la victoria más grande que los aztecas alcanzaron durante la guerra.

La reescritura de la historia: un pasado del cual sentirnos honrados

Heriberto Frías (1870–1925) fue un militar, periodista y narrador queretano que escribió una versión para niños de la famosa noche en que los aztecas derrotaron a los españoles y la publicó en Barcelona dentro de una colección llamada “Biblioteca del Niño Mexicano”, bajo el título de La noche triste en Tenochtitlán. El texto es interesante porque condensa en forma de ficción el enfrentamiento entre aztecas y españoles como un hecho glorioso y fundacional de la identidad mexicana:

¡En aquella noche de junio todo aquel ejército antes altanero, invencible, estruendose con sus cañones y sus cien caballos, con sus hombres vestidos de hierro, deslumbrantes y maravillosamente bellos en todo su poderío, en aquella noche de lluvia y lodo, en medio del silencio y de la soledad de México huía como un monstruo vencido, derrotado y humillado escapando de la noble cólera de los aztecas…! […] ¡Y así fueron caminando en las tinieblas, huyendo, escapando, creyendo encontrar protección a su fuga de la Imperial México, en las sombras de aquella noche, de aquella “noche triste”!…

El breve cuento hace de Hernán Cortés y su ejército un enemigo al que ganarle es un honor, un adversario frente al cual incluso perder sería digno. La ambición de Cortés y su lealtad hacia sus colaboradores, así como el orgullo y la dignidad de los militares aztecas hacen del episodio bélico un buen augurio para la nación por venir.

Aunque el relato de Frías es conmovedor, actualmente la versión más extendida de los hechos se encuentra en el libro gratuito de educación primaria para cuarto año:

El 30 de junio de 1520, Cortés intentó huir de Tenochtitlán, pero fue descubierto y atacado por los mexicas camino a Tlacopan, hoy Tacuba, en la ciudad de México. En esta batalla murieron muchos españoles y perdieron la mayoría de las riquezas que habían obtenido, siendo la peor derrota que tuvieron durante la Conquista, por eso ellos la llamaron “La noche triste”, aunque para los mexicas fue una noche de triunfo.

Un pasado más presente de lo que pensamos

(Foto por Hulton Archive/Getty Images)

¿Por qué si el bando azteca venció al ejército conquistador se habla de una “noche triste”? Desde luego, los españoles y sus aliados la pasaron mal esa noche; sin embargo, sabemos el final de la historia: la Conquista se consumó en 1521 y la Colonia pervivió durante casi trescientos años. La herida sigue abierta después de casi medio milenio.

De hecho, la herida se reabre todo el tiempo, cada vez que los indígenas de nuestro país sufren una injusticia.

En 1996, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional lanzó la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, renació la metáfora de la noche en tiempos de la Conquista, como el inicio de una era funesta que aún no llega a su fin:

Techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad, justicia y paz. Estas fueron nuestras banderas en la madrugada de 1994. Estas fueron nuestras demandas en la larga noche de los 500 años. Estas son, hoy, nuestras exigencias.

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