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La misteriosa película de Juan Rulfo que nadie conoce

Hay una película olvidada de Rulfo que destaca entre todas las otras adaptaciones a su obra: La Fórmula Secreta de Rubén Gámez.

Casi toda la corta obra de Juan Rulfo ha sido adaptada al cine. Pero la mayoría de estas adaptaciones no han logrado conquistar al público o a la crítica.

Entre sus cintas menos conocidas se esconde, sin embargo, un gran logro para el cine experimental en México… y una de las más geniales incursiones de Rulfo al cine.

Vendedores mexicanos de caparazones de tortuga en la Ciudad de México, 1964 (AP Photo)

Rulfo y el cine

La relación de Juan Rulfo con el cine es múltiple y compleja. Rulfo siempre fue aficionado a las cámaras desde que se paseaba, adolescente, con una pequeña Agfa “de cajoncito”, como él mismo la llamaba.

Rulfo siempre insistió en que la literatura era un pasatiempo que compartía con la fotografía. Y sus primeras incursiones artísticas fueron, justamente, en la foto y no en las letras.

Era la época en la que ingresó al Seminario Conciliar del Señor San José en Guadalajara. Entre el estudio del latín y la lectura, sus fotografías le ganaron algunos premios en las revistas Jueves de Excélsior y El Informador.

Vendedor de cabritos en México, alrededor de la época en que nació Juan Rulfo (AP Photo/James Laughead)

La pasión de Rulfo por la fotografía se imprimió en una obra literaria profundamente visual, llena de imágenes evocadoras y paisajes poderosos.

Así, las imágenes literarias de Rulfo cobran vida en la lectura y parecen exigir un espacio propio más allá de las letras. Pero las adaptaciones de cine que se hicieron de sus obras, por lo general, han fallado miserablemente.

Con algunas contadas excepciones y a pesar de contar con grandes directores mexicanos (entre los que se encuentran, por ejemplo, Roberto Gavaldón y Arturo Ripstein), las adaptaciones de la obra de Rulfo palidecen frente a su narrativa ritmada con el soplo agotado del habla mexicana.

De alguna forma, no pueden aparecer, en las adaptaciones, las mismas voces entrecortadas, los mismos retazos de tiempo que cambian sin secuencia, la misma presencia fantasmal de lo que fue y lo que será, el mismo ritmo de habla del bajío, la misma nostalgia agotadora.

Y, sin embargo, hay una obra olvidada en las incursiones de Rulfo al cine que parece destacar por su originalidad frente a las otras. Hablo de La Fórmula Secreta (o Coca Cola en la sangre) de Rubén Gámez.

Rubén Gámez y el agotamiento del cine nacional

Esta película es el segundo mediometraje del director Rubén Gámez. Gámez, como muchos cineastas talentosos de su época, tuvo la mala fortuna de desarrollarse profesionalmente en el México de los años sesenta.

El cine nacional en los años sesenta estaba agotado. La época de oro se cansaba de sus mismos clichés, el nacionalismo no tenía el mismo impacto y la industria estaba en franco declive. Todo esto resultó en pocas oportunidades, pocas producciones y menor calidad en la industria fílmica nacional.

En 1964, por esta fuerte crisis del cine nacional, el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC) convocó al Primer Concurso de Cine Experimental. Gámez presentó, en el concurso, La Fórmula Secreta y ganó cuatro premios, incluyendo el premio a mejor película.

Lo que buscaba este concurso era renovar el panorama del cine nacional y lograr dar un soplo de vida al estancamiento en la forma de hacer cine en México. De alguna manera lo logró. Y si lo logró, fue por Gámez.

Como bien señala Jorge Ayala Blanco, esta cinta no es, en lo absoluto, novedosa en el paisaje de la experimentación del cine mundial. Sin embargo, nunca se había hecho un ensayo así en México.

(Photo by Paco Junquera/Cover/Getty Images)

Coca Cola en la sangre

La Fórmula Secreta es una compilación violenta de imágenes sin ninguna secuencia narrativa. En estas imágenes desfilan campesinos que se borran con el paisaje, angelitos deformes de viejas iglesias, curas que miran con lascivia a un grupo de niñas en un carrusel, vacas degolladas, cuerpos besándose, charros urbanos y burócratas pescados en un río con tiras de longaniza.

Las evocativas imágenes tienen un marco interpretativo muy claro: la cinta empieza con una botella de Coca Cola goteando en un tubo, conectada, como transfusión sanguínea, a un cuerpo invisible. Vemos una cama de hospital pero la imagen se corta antes de que podamos ver el rostro de quien recibe la transfusión.

El objeto de la transfusión de Coca Cola queda entonces como un espacio vago para la interpretación literaria de la película. ¿Es acaso el mexicano que se somete a una transfusión cultural por Estados Unidos? ¿Es acaso el cine que necesita del rescate americano para sobrevivir? ¿Acaso es el director mismo que, al recibir la Coca Cola en el torrente sanguíneo, puede mostrar la compleja relación de los nacionalismos mexicanos con el imperialismo cultural del vecino del norte?

Es difícil saber a ciencia cierta qué quiso decir Gámez con esta escena introductoria. Lo que es claro es que la película es una evocadora búsqueda de influencias y que verla ahora, cincuenta años después, sigue siendo impactante.

Un Rulfo experimental

La Fórmula Secreta es una película profundamente rulfiana. No nada más por incluir dos poemas del autor tapatío que lee, con voz profunda, un aún desconocido Jaime Sabines; sino por la forma en que trata temas que se repiten constantemente en la breve obra de Rulfo.

Vemos las líneas del paisaje rural extenderse como pinturas evocadoras, vemos los rostros descarnados de los campesinos mexicanos, vemos las reses sacrificadas frente a nosotros, la sangre manchando el piso como en despilfarro ritual, vemos huaraches y pies llenos de polvo, vemos al campo tan lejano de lo urbano…

Y escuchamos a Rulfo en la voz de Sabines, escuchamos esos temas tan conocidos en su obra: la muerte, el hambre, la religión y el dolor de la miseria.

“Ustedes dirán que es pura necedad la mía,
que es un desatino lamentarse de la suerte,
y cuantimás de esta tierra pasmada
donde nos olvidó el destino.
La verdad es que cuesta trabajo aclimatarse al hambre.
Y aunque digan que el hambre
repartida entre muchos
toca a menos,
lo único cierto es que todos
aquí
estamos a medio morir
y no tenemos ni siquiera
donde caernos muertos.”

Realidades de México en los años cuarenta (AP Photo)

Y los escuchamos recitados con el mismo ritmo lento con el que Rulfo leía sus cuentos. Sentimos, así, en los dos poemas centrales del autor tapatío, que su expresión literaria se expande en toda la obra de Gámez, matizándola con la sensibilidad única que tenía sobre las realidades mexicanas, dolorosas y mágicas.

“El mundo está inundado de gente como nosotros,
de mucha gente como nosotros.
Y alguien tiene que oírnos,
alguien y algunos más,
aunque les revienten o reboten nuestros gritos.
No es que seamos alzados,
ni es que le estemos pidiendo limosnas a la luna.
Ni está en nuestro camino buscar de prisa la covacha,
o arrancar pa’l monte
cada vez que nos cuchilean los perros.
Alguien tendrá que oírnos.
Cuando dejemos de gruñir como avispas en enjambre,
o nos volvamos cola de remolino,
o cuando terminemos por escurrirnos sobre la tierra
como un relámpago de muertos,
entonces
tal vez llegue a todos el remedio.”

Pero no nada más escuchamos a Rulfo aquí y eso es, tal vez, lo más interesante de esta película. A diferencia de las tantas otras adaptaciones a su obra, Gámez no intentó ser fiel a lo escrito por Rulfo.

Sobre los poemas de Rulfo, al centro de la obra, Gámez teje su propia interpretación, más urbana, más visceral, más contemporánea, de la realidad mexicana. Es por eso que esta película no habla, nada más, del espíritu mexicano que retrató Rulfo… esta obra intentó cambiarlo.

(AP Photo/Frank Filan)

La esperanza del mexicano

Cuando Rulfo escribe, en su poema, “Aunque bien sabemos/ que ni ardiendo en las brasas/ se nos prenderá la suerte./ Pero somos porfiados./ Tal vez esto tenga compostura”, habla de la eterna esperanza del mexicano. Porque éste es un pueblo que vivía, para Rulfo, en el eterno sueño de que las cosas van a mejorar solas, que el panorama pueda cambiar, aunque todo augure lo contrario.

Pero para Gámez, la denuncia necesaria aquí, es la de mostrar que el pueblo mexicano espera con los brazos abajo y se agota en el servilismo complaciente. Esta cinta es, entonces, algo más que la escritura de Rulfo: no nada más contiene el relato de las miserias, sino que propone la voluntad de revertirlas.

“De alguna manera yo quería denunciar […] al pueblo, no al gobierno ni al sistema sino al pueblo ‘agachón’ […] Un pueblo dormido que no sólo no tiene consciencia política sino que no tiene consciencia de nada”, dijo Gámez.

Había pues, una intención política en esta cinta. Y esta intención política iba más en el sentido del realismo brechtiano que en el realismo de Rulfo; una intención que quería ser transmitida a través del choque de las imágenes para causar un despertar violento con el despabilamiento del sometido pueblo mexicano.

Mercado mexicano en 1964 (AP Photo)

La reinterpretación del realismo de Rulfo

Es por eso que La Fórmula Secreta es tan importante: toma el realismo de Rulfo, el flujo de sus palabras y su sensibilidad cultural para desarrollar una película que, más allá del surrealismo, intenta articular una protesta.

Después de ver una botella de Coca Cola suministrada como suero, tenemos un largo plano secuencia a ras de piso, en la plancha del zócalo. Las imágenes son impresionantes en sí: ésta es la perspectiva de una rata corriendo por la plaza central de México, de alguien reptando, es la imagen de la panza rozando el piso, de la cercanía con la mugre urbana.

Y, de pronto, furtiva, aparece otra imagen: la sombra de un ave. Algunos interpretaron esta aparición como la llegada del ave de mal agüero, el fantasma de la crisis política, social y económica que planeaba, amenazante, sobre un México que se decía próspero.

Pero eso es, tal vez, interpretar demasiado… o demasiado libremente.

Lo que sí podemos intuir de esa sombra es la perspectiva que nos da. Como espectadores, puestos pecho tierra a recorrer la plancha del Zócalo, la sombra del ave nos hace intuir que hay un cielo arriba en el que algo, tal vez, puede volar libremente. Pero no podemos voltear a ver el ave, no podemos despegar la vista del piso, desde nuestra perspectiva, no es negado el cielo.

Así, a pesar de que sabemos que se puede volar, nos quedamos pecho tierra respirando el polvo y los desechos. La imagen en sí es poderosamente política. Y ahí, Gámez no está más que empezando.

Encontramos, poco después, la imagen de un campesino. La cámara sale de la ciudad y, en el paisaje desolado del campo, vemos al campesino mirar fijamente a la cámara. El enfoque se mueve y la cámara se desplaza a otro plano, sin el campesino. Y éste, insistente, vuelve a ponerse a cuadro.

Este juego se repite varias veces y nos muestra la inteligencia simbólica de Gámez: con el juego del encuadre nos está hablando de una realidad que el cine mexicano ya no quiere mostrar y que parece querer mostrarse en todo. Aquí se enfrenta al idealismo de las cintas de su época que presentaban al campesino mexicano en toda belleza bucólica a la realidad del campesinado.

Había un ministerio dedicado, incluso, a prohibir que se mostrara de manera desfavorable a los habitantes del campo. Rulfo mismo tuvo que trabajar ahí, evitando que algún campesino saliera sin huaraches “para que no fuera a pensar la gente que en México andan descalzos”.

(AP Photo)

Pero éstas no son las únicas denuncias: vemos las confusiones sexuales del mexicano, el deseo en todo, la transmutación del hombre dormido como costal en mujer, como si el sometimiento amodorrado de uno estuviera en la naturaleza de la otra.

Vemos, intercaladas, las imágenes de una res siendo asesinada y de una pareja besándose, una pareja que se muestra paternal hacia el sacrificador. Y el sacrificador trae las manos manchadas de sangre y porta a su madre al hombro, por las calles de un pueblo, mostrando la mancilla de la culpa en la sexualidad femenina, del ultraje necesario a la madre para el nacimiento de un hijo que repetirá la misma y eterna fórmula de violencia.

Finalmente, participamos en un ritual burlón en el que los campesinos piden que recen por ellos frente a símbolos de corrupción moral. Porque la iglesia resulta un refugio falso, falsas promesas e hipocresía a flor de piel. Y los curas ven con miradas lascivas a jóvenes niñas vestidas de blanco en un carrusel; y los niños, jóvenes monaguillos, tienen que rebelarse para matar, en un juego de venganza, a los perversos curas.

La labor de Gámez

Todas estas imágenes nos muestran que Gámez quiso tomar el realismo interpretativo de Rulfo, un realismo cargado de localismos y símbolos culturales profundamente enraizados, para hacer su propia interpretación de la cultura que percibía a su alrededor. Éste es Rulfo interpretado como denuncia política en los años sesenta; éste es Rulfo comprometido; ésta es una evocación cultural con mensaje emancipatorio.

Así, la obra de Gámez es y no es de Rulfo. Es Rulfo más algo más: es Rulfo sin el eterno respeto.

Al tomar la obra del insigne escritor tapatío, Gámez logró lo que muchos otros no lograron con sus adaptaciones respetuosas: transformar a Rulfo, guardar su esencia y reinterpretarlo para lograr un actualización de sus intuiciones.

(AP Photo)

El resultado llega tarde, como bien señala Ayala Blanco, al campo fértil de la experimentación en cine. La película se diluyó entre un público escaso en cuatro semanas de representación en el Cine Regis. Ahora, el resultado está completamente olvidado para la mayoría de los mexicanos y todo recuerdo de cine surrealista se enfrenta a la poderosa obra de Buñuel en México.

Y, sin embargo, es necesario recordar la labor de Gámez.

Porque esta cinta, por momentos efectista, por momentos transparente, es también una de las mejores adaptaciones de la obra de Rulfo en el cine.

Hay algo vivo en esta adaptación, algo que va más allá del respeto. Porque Gámez entendió que nuestros grandes autores no viven fosilizados detrás de vitrinas -intocables bajo el barniz de la adoración- sino que existen porque seguimos leyendo, críticamente, sus obras.

Interpretar a Rulfo, actualizarlo, faltarle al respeto con interpretaciones novedosas, no es olvidarse de este gran autor. Al contrario, esta película nos muestra cómo nuevas lecturas pueden darle vida a aquello que todos temen tocar.

Y si hay algo que vale la pena revivir es la poderosa voz de Rulfo; una voz que habla de realidades olvidadas y que, todavía, se refugia en los ecos dolorosos de nuestro mundo.

(AP Photo)

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