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Luke Skywalker y los nuevos apóstoles

El camino de Luke, de Star Wars, asemeja el camino de un héroe y los pasos hacia nuevos apóstoles

No hay casualidades sino destinos. No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo que en cierto modo está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón. (…) Así, marchamos un poco como sonámbulos, pero con la misma seguridad de los sonámbulos, hacia los seres que de algún modo son desde el comienzo nuestros destinatarios.
Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas.

Hace algunos años, una nota marginal en algunos sitios de noticias británicos llamó la atención de aquellos que todavía buscan en los periódicos detalles simpáticos. Se trataba de un pequeño apartado que rezaba: “Prisioneros discriminados porque la cárcel no reconoce su religión Jedi”. El asunto, que nunca salió de proporción fue que algunos prisioneros en una instalación de baja seguridad del sur de Londres escribieron un artículo en el periódico de la prisión que trataba de denunciar la “intolerancia y discriminación” a la que estaban sujetos los miembros de su religión en el sistema carcelario. Y todo esto podría parecer una broma que aprovechaba la fiebre de encabezados galácticos. Pero no, los que se quejaban amargamente (porque fueron varios prisioneros) estaban en verdad considerando demandar al sistema carcelario británico. Y bueno, no hay que olvidar que, en el censo británico de 2012, la religión Jedi quedó en séptimo lugar con más de 170,000 practicantes, solo detrás del cristianismo, del islam, del hinduismo, de los sijs, los judíos y los budistas.

La religión Jedi no se trata de ritos pasajeros o de fanatismo geek llevado al extremo: al situar su historia en un mismo universo, en una galaxia lejana, hace mucho tiempo, Lucas creó un vínculo estrecho de posibilidades. Si las leyes físicas que conocemos podían ser manipuladas por los seres místicos de otras galaxias ¿por qué no aplicarían sus enseñanzas a nuestro mundo? Así, la religión Jedi mantiene ciertos lineamientos, códigos de honor y virtud y una estrecha relación con la meditación para encontrar el camino que la fuerza señala en todos nosotros. Claro, todo esto podría parecer completamente ridículo y catalogarse como otra locura de fanáticos después de la iglesia de Maradona en Argentina. Sin embargo, las razones de este desarrollo religioso, de estas extrañas quejas carcelarias y de esos censos estrafalarios se encuentran en la construcción mítica del universo de Star Wars. Porque Lucas creó, intencional e inconscientemente, una historia que se apega a muy viejos arquetipos y estructuras míticas fundacionales.

George Lucas and JJ Abrams (Flickr/Joi Ito, CC BY 2.0)

El suelo mítico

Desde que salió A New Hope, el creador de la saga galáctica ha insistido sobre la inspiración que tomó de la obra del gran Joseph Campbell, un importante investigador de mitología comparada. El libro más famoso de Campbell, The Hero with a Thousand Faces (El héroe de las mil caras), narra con absoluta soltura erudita y una gran maestría paciente de la lengua, la historia que se repite en todos los meridianos, entre todos los hombres: la misma historia del héroe, la historia de un lugar de origen, de algunos ayudantes sabios, la historia de una aventura, de una ida y un regreso, la historia de una transformación y sus enseñanzas. Porque, a lo largo de los siglos y de las culturas, Campbell encontró un monomito, es decir, los elementos que se repiten y se hacen eco en los mitos de todas las civilizaciones humanas.

La empresa de Campbell es, a la vez, mucho más amplia y mucho menos ambiciosa que la de la antropología estructural: él no quería, como Levi-Strauss, encontrar los elementos mínimos característicos del mito para desentrañar una estructura profunda del pensamiento humano. Campbell, en ese sentido, era mucho menos académico. Sus libros demuestran una sensibilidad única, literaria, con la que este gran narrador elaboró preguntas, se sorprendió con coincidencias, identificó motivos e intentó relacionarlos con lo que nos constituye hoy en día, con lo que nos hace ser los mismos hombres que el ser que pintó las grutas primitivas de Lascaux, con lo que nos relaciona, en sueños y actos inconscientes, con la verdad profunda del pasado mítico. Para Campbell, los mitos podían enseñarnos a vivir en este mundo contemporáneo tan lejano de los rituales respetuosos del hombre con el hombre y del hombre con el mundo; para Campbell también, el pasado mítico sigue estando presente en nuestros sueños, rogando por un escape, buscando identificar las grandes historias perdidas que ayudaban a vivir aceptando el dolor constante, la enorme alegría, la dicha de sufrir la increíble existencia en este mundo.

Y claro, Lucas quedó fascinado. A pesar de que es imposible saber los motivos profundos de un creador, el padre de Star Wars siempre admitió la enorme influencia que el libro seminal de Campbell ejerció en su pensamiento. Lucas se convirtió, incluso, en un gran amigo del erudito profesor y lo invitaba frecuentemente a Skywalker Ranch para compartir experiencias y debatir lecturas. Sí, sé lo que están pensando, en esa mezcla confusa de odio y profunda admiración que tenemos por ese genio desigual, yo tampoco consideré que el creador de Star Wars fuera un gran lector apasionado de culturas y filosofías antiguas. Y, sin embargo, como bien lo mostró el maravilloso programa ochentero de PBS narrado por Bill Moyers, Joseph Campbell and The Power of The Myth, la relación entre el gran investigador y Lucas fue bastante estrecha en los años ochenta. Como mentor del afamado director, le debemos a Campbell –para bien o para mal- el establecimiento de ciertos preceptos de religión Jedi y, tal vez, gran parte de la idea general de los episodios precuela de la saga: fue en los años noventa, después de su muerte, cuando Lucas desarrolló una conciencia más aguda de la capacidad mítica de su saga.

Star Wars Exhibition Madrid (Flickr/ jorgeip, CC BY 2.0)

La reencarnación del mito

Mucho antes de las horripilantes pataletas de Jar Jar Binks, el pensamiento mítico que trajo a Occidente, de todos los rincones del planeta, la erudición única del gran Joe Campbell, ya estaba presente en la primera entrega de la épica galáctica. A New Hope mantiene, con singular capacidad inventiva, los temas básicos del monomito y, sin duda, Luke Skywalker es la figura prototípica del héroe que encontramos, en todo el mundo, desde hace miles de años. El grandioso personaje de Mark Hamill sigue los pasos de los héroes Pawnee, de los héroes prehispánicos en Mesoamérica, los pasos de Buda y los pasos de Siegfried, Perceval y Jesucristo. En esta saga, la aventura de una galaxia, de un universo, de lo existente se encuentra compacta en el corazón de un individuo que, para salvar el balance de todo, debe recorrer un camino de autoconocimiento y abandono de sí, debe partir y regresar transformado para, con su transformación, transformar al universo.

Todos los motivos están ahí, contados paso a paso, siguiendo la suave escritura de Campbell. Un personaje anodino, lleno de normalidad, se encuentra de pronto con una propuesta de aventura que lo sacará del terruño familiar. Sorprendido primero, el personaje se muestra reticente frente a la propuesta de aventura. Así, a pesar del objeto sagrado de significado único y que transmite ciertas vivencias y conocimiento, a pesar de la historia en un sable láser azul, el joven Skywalker se niega primero a salir de Tatooine. Finalmente, ciertas circunstancias –descanse en paz tío Ben- empujan al héroe a dejar el terruño, a aventurarse más allá de lo familiar, fuera de lo consciente hacia esos reinos oscuros en donde habitan los demonios que acechan los sueños. Ahí está el umbral en una oscura cantina con seres extraños que han conocido el abismo, seres que pueden manipular las máquinas que transportan a cualquiera a la oscuridad del espacio, que catapultan hacia ese lugar inmenso de inmensas posibilidades, el lugar de los terrores, del caos, del mundo onírico. Y ahí empiezan las amenazas y los peligros, ahí aparecen las importantes figuras de los ayudantes inesperados, de aquellos que también serán transformados por la aventura del héroe.

Es este el Halcón Milenario de “The Force Awakens?” (Flickr/ BagoGames, CC BY 2.0)

A bordo del Halcón Milenario vemos escenas de aprendizaje, comprendemos el papel tutelar del viejo sabio que enseña a la usanza de los grandes espadachines del Japón. Están los primeros indicios de un camino a seguir, la vía de una lección llena de peligros y pruebas. Pronto el héroe entrará al estómago de la ballena metálica para rescatar del castillo del malvado a la princesa en peligro. Ahí son tragados, él y sus acompañantes, digeridos por el sistema de desechos: Luke incluso queda atrapado bajo el agua, los jugos gástricos de la máquina, en algún momento. A punto de ser compactados con la basura, logran finalmente escapar a través del sacrificio del maestro sabio. Y todo para terminar en la muerte del dragón, de la avaricia mecánica de la Estrella de la Muerte: a través de un aprendizaje interno el héroe salva a la galaxia de un peligro inmenso, aprende internamente de su enfrentamiento, sale iluminado… “Trust the force, Luke”.

Claro, lo que digo aquí no es nada nuevo, hay miles de estudios comparando las pautas del héroe mítico de Campbell con las primeras y subsecuentes aventuras del héroe de Lucas. Y, sin embargo, algo se reactivó de este pasado mítico con la primera entrega del relanzamiento de la saga por J.J. Abrams. Muchos notaron, correctamente, que el Episodio VII era un remake bastante preciso de la primera entrega de la saga galáctica. El papel del héroe mítico fue legado ahora a Rey, una nueva heroína que tiene que seguir los mismos pasos de Luke para salir de su terruño hacia una aventura que no quiere emprender. Encontramos los mismos papeles del viejo guía sabio, ahora interpretado por un tierno y experimentado Han Solo –“It’s all true, you know: the Jedi, the Sith, the Force” –; encontramos a los ayudantes inesperados, el mensaje fundamental de BB-8 y la ayuda torpe, primero dubitativa, luego apasionada, de Finn; encontramos la muerte del guía, el descenso a las tinieblas en la panza de la ballena metálica, la ayuda para destruir al dragón y el camino de un aprendizaje interno que cambiará al universo mismo. Y, también, encontramos de nuevo el talismán mágico, ahora dotado de toda una historia, de grandes poderes, de decisión propia: el sable láser azul, el mismo que le presentó Obi Wan Kenobi a Luke, y que reaparece en esta entrega, como la espada en la piedra, eligiendo quién debe ser la mano que lo empuñe saliendo de la nieve, quién debe tomar el relevo en el papel heroico que alguna vez perteneció a Luke.

Pero queda, en todo esto, una duda planeando, insidiosa, sobre este nuevo esquema mítico. Si en este nuevo comienzo de la saga el papel del héroe lo tiene Rey, ¿qué pasa con Luke Skywalker? ¿Qué tipo de héroe mítico encarna ahora?

Los dos Lucas y la resurrección de Skywalker

The Force Awakens da un giro completo a la figura de Luke Skywalker que difiere del camino de la caída de su padre, Anakin, en las precuelas, y del camino calcado de A New Hope de la nueva heroína, Rey. Todo esto posiciona a Luke en un rol completamente nuevo y nos lleva a considerar una concepción distinta del héroe original que, planeando entre muchas religiones, nos recuerda a grandes figuras míticas de profeta como Moisés, el Buda o Jesucristo. Este cambio tiene entonces que ver con el resultado del aprendizaje final del personaje o su acercamiento con la última revelación mística.

Desde el Episodio IV los Jedi ya no existen y Luke es el último remanente de una religión, de una historia, de una filosofía y un poder que están prácticamente extintos en el mundo. De hecho, gran parte de sus enseñanzas se dictan a través de seres no corpóreos, de los remanentes trascendentes de caballeros Jedi fallecidos, desde Obi Wan en The Empire Strikes Back hasta Yoda en Return of the Jedi. En este sentido, al final del Episodio VII, la figura mítica de Luke, fijada en una mirada solitaria, serena, de incomunicable sabiduría, es la imagen misma de alguien que regresó de un camino de meditación, de una muerte simbólica, de una subida al monte Sinaí, para transmitir una verdad trascendente al mundo. Como último eslabón de una creencia desvanecida, de una fuerza que ya no existe en el mundo, Luke es el último interlocutor con la divinidad, el último elegido, el que carga el mensaje transformador. Si tomamos ahora esta nueva figura redimensionada del héroe que representa Luke en la saga que inauguró Abrams podemos encontrar ciertas relaciones interesantes con su contraparte mítica en el Nuevo Testamento: Jesucristo. Como ahora veremos, la comparación no es gratuita.

George Lucas (Photo by NASA/Getty Images)

Si vamos a empezar en alguna parte esta sugerente idea creo que no hay mejor lugar que el de la extraña coincidencia. El evangelio de Lucas –o de Luke, por su nombre en inglés- es uno de los tres evangelios sinópticos del nuevo testamento. Se trata del más largo de los evangelios y en él encontramos un gran porcentaje de contenido que no se relaciona con ninguna de las otras fuentes interconectadas de los evangelios de Marcos y Mateo. En ese sentido, el evangelio de Lucas es uno de los más intrigantes dentro de la escritura, uno, también, de los más polemizados y estudiados. En él se narra, después de una breve introducción dirigida a Teófilo –tal vez nunca sabremos si con esto se refiere a todo creyente en Dios o a un personaje en particular-, la vida de Jesucristo desde su nacimiento hasta su ascensión. Y claro, esta vida, con todas sus etapas de pruebas y milagros, parábolas y enseñanzas diversas tiene una fuerte relación con la historia del otro evangelio de Lucas, del universo mítico que nos legó la saga galáctica con otro Luke que se desdobla en la figura del cristo.

Si comparamos primero algunas incidencias superficiales, es interesante observar cómo, en el esquema mítico del héroe, coinciden las pruebas del Cristo en el desierto y las pruebas de Skywalker en su camino hacia la iluminación Jedi. Durante su exilio de cuarenta días de ayuno en el desierto, el diablo tentará al Cristo en tres ocasiones. Primero con la tentación del hambre cuando le pide que, para saciar su doliente estómago, invoque a Dios y convierta en pan una roca; a lo que Jesús responde el famoso versículo: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre” (Lucas 4:4). Después, cuando lo lleva a una cima para mostrarle todos los reinos de la tierra y ofrecérselos a cambio de su adoración, Jesús responde: “Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lucas 4: 8). Finalmente, cuando el diablo lo lleva a Jerusalén y le pide que se aviente, como salto de fe, de la cima de un templo, Jesús se negará, nuevamente, respondiendo: “No tentarás al señor tu Dios” (Lucas 4:15). Estas tres pruebas, que son, en realidad, una prueba de desapego físico, una prueba política y una prueba espiritual tiene su exacto paralelismo en las tentaciones de Luke en la saga de Lucas.

Y cada prueba corresponde a un momento cúspide de la trilogía original. Primero, la prueba de desapego físico cuando Luke cree ciegamente en el poder de la fuerza por primera vez y logra destruir la Estrella de la Muerte en el Episodio IV. Aquí se combina, con el simple desapego del cuerpo, el mito contemporáneo (que tanto alabó Campbell de la obra de Lucas) de la creencia en la máquina y el abandono a otro tipo de intuición que va más allá de los sentidos y de las extensiones robóticas de nosotros mismos (microscopios, binoculares, autos o, en este caso, guías de navegación computacionales en un X-Wing Fighter). Después está la prueba política que encarna Darth Vader al tenderle la mano a su hijo, en el corazón de la ciudad en las nubes, para que juntos puedan gobernar la galaxia. Aquí también Luke supera la prueba inclinándose hacia el lado luminoso de la fuerza que es, en esta correspondencia, su Dios. Finalmente está la prueba espiritual cuando, al final del episodio sexto, el Emperador le pide que mate a su padre y culmine así el principio de conversión hacia el lado oscuro de la fuerza. La voluntad de Luke se impone, en ese momento esencial de la saga, cuando arroja de lado su sable y se asume enteramente como caballero Jedi. Es cierto, el emperador es una figura mucho más violenta, en esta comparación particular, que el Diablo: no se limita a desaparecer hasta la llegada de un tiempo oportuno sino que intenta asesinarlo en el momento. Pero la protección superior de la fuerza ampara al joven Jedi –encarnando la luz que queda en Vader-, como los ángeles amparan a Cristo en el evangelio de Mateo, para superar el tramo final de sus tentaciones.

Jesús es tentado — Gustavo Dore

Aquí, entonces, es interesante notar cómo, esta etapa en la historia del evangelio de Lucas es inmediatamente seguida por el ministerio de Jesús en Galilea y cómo, en el caso de Luke, se cumple exactamente el mismo camino. En el Episodio VII aprendemos, esporádicamente, que Luke intentó continuar su camino propagando por la galaxia sus enseñanzas únicas, transmitidas directamente desde la compañía trascendente de su padre, Kenobi y Yoda convertidos en pura encarnación espiritual de la fuerza. Según aprendemos por este nuevo elemento de la saga, Luke intenta establecer un centro de enseñanza Jedi rodeado de amigos y conocidos hasta que uno de ellos lo traiciona forzando su exilio voluntario de largos años. ¿Suena esta traición conocida? Es, justamente, después del ministerio de Jesús y la selección de los apóstoles que el Cristo será traicionado por Judas Iscariote por un puñado de monedas. Aquí la traición de Kylo Ren está investida de todo ese peso personal de la confianza que en él invirtió el último de los caballeros Jedi. Claro, Luke no fue crucificado, no murió y resucitó de la misma manera en que ocurre en los evangelios que narran la vida del Cristo. Pero el motivo mítico sigue siendo exactamente el mismo: el último Jedi abandonó la galaxia conocida y fue a buscar las pistas trascendentes de su religión filosófica única en el primer templo. Su muerte simbólica es una ascensión y un regreso, significa una desaparición física que transforma a su persona en leyenda didáctica. Así, cuando Rey escucha el nombre de Skywalker, piensa en una historia vieja, en una leyenda que en realidad nunca ocurrió: como último representante humano de una creencia que existe en un plano superior, Luke se transforma en un objeto de culto mítico.

De la misma forma en que la figura de Kylo Ren cumple el rol de la traición que Judas invoca en los evangelios, numerosos personajes de la última entrega de la saga cumplen la exacta función de apóstoles. Son hombres que no tienen un contacto directo con la divinidad (es decir, no son, ellos mismos, Jedis) pero creen ciegamente en los poderes del elegido y en las convicciones abstractas que los permiten. Ahí tenemos a Han Solo afirmando una creencia que él mismo despreció en algún momento (¿No había, también, otros convertidos entre los apóstoles?); ahí tenemos a Maz explicando a Rey la realidad de la fuerza y conservando las reliquias sagradas de la partida del salvador (el mismo sable láser azul); ahí tenemos al legendario Max Von Sidow con su breve aparición como Lor San Tekka hablando del balance de la fuerza y transmitiendo el mensaje sobre el salvador de una vieja religión que se convirtió en mito a pesar de no tener él ningún poder de caballero Jedi; ahí tenemos a la princesa Leia, ahora General Organa, conduciendo a la resistencia y tratando de encontrar a su hermano para pedir su auxilio en tiempos oscuros, fiel seguidora de la religión sin nunca haberla practicado ella misma (a pesar de sus dotes familiares). Todos estos personajes funcionan como apóstoles, como el círculo cercano de Skywalker que presenciaron su muerte simbólica y que sigue transmitiendo el mensaje del héroe desdoblado, simbólicamente, en una figura crística.

Finalmente, es interesante notar cómo el evangelio de Lucas tiene una dimensión histórica particular de la cual carecen otros evangelios. Porque este fragmento del nuevo testamento considera la era que describe en función de tres momentos históricos: la aparición del mesías entre los hombres, su ministerio y su muerte y, finalmente, la era de la iglesia que sigue a su reencarnación. En este sentido, podemos crear un paralelo con la historia de George Lucas en cuando a la división de la historia de Luke: la aparición entre los hombres que narra la trilogía original, su ministerio y su muerte simbólica en los treinta años que transcurren entre el Episodio VI y el Episodio VII y, finalmente, la era del establecimiento de su religión en la trilogía que tendremos en un futuro. En este sentido, es interesante ver que, a través de esta lectura, podemos esperar un cierto establecimiento del regreso de los Jedi a la galaxia en nuevas bases sólidas que fundamentan la creencia en una religión antigua. Como sucedió posteriormente con el establecimiento de la biblia cristiana, la historia de Luke se sumará a una historia mucho más antigua y que abarcará a los profetas que lo precedieron. Es por eso que encontramos un mapa con los más antiguos templos Jedi y que el camino de Luke se recorre hacia atrás en una búsqueda de significado genético hacia el origen de la religión Jedi. Ese es el sentido final del mapa y del encuentro de Rey con el salvador en el primer templo, ese es el camino de un mensaje que nos lleva, de nuevo, a Jerusalén en una galaxia muy lejana.

Este tipo de comparaciones deben ser, sin embargo, precavidas. Porque, como bien nos enseñó Campbell, podríamos establecer los mismos paralelismos con otros mitos que corresponden a otras áreas culturales completamente distintas (como el camino hacia la iluminación de Buda y sus tres tentaciones). Sin embargo, es bastante interesante crear estas comparaciones para ver cómo la continuación de la saga después de Lucas sigue predicando el mismo apego a importantes figuras míticas que viven en nuestro inconsciente. Al relacionar esta nueva mitología con grandes arcos mitológicos que cimentaron nuestra civilización, Star Wars continúa el camino de un monomito moderno en la era de la exploración espacial.

Star Wars Identities Edmonton (Flickr/ Grempz, CC BY 2.0)

Si cuando vimos el Episodio VII, sentimos que todo era familiar y que, más que conocer, reconocíamos un camino, es porque, mucho más allá de la repetición del motivo del héroe en la figura de Rey, encontramos reminiscencias muy profundas a poderosos mitos fundamentales que duermen en nuestros sueños. El regreso de lo viejo en lo nuevo es también una guía a nuestro presente y una apetitosa invitación para las continuaciones de un mito que solo muere para renacer más poderoso. Los evangelios de estos dos Lucas, lo queramos o no, nos acompañarán por siempre. Nos queda, frente a su inmenso poder, ser convertidos, seguidores o ¿por qué no? nuevos apóstoles.

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