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Los cementerios de la basura

La basura que genera el hombre deshecha siempre termina regresando a él, en la comida que come y el agua que bebe.

La basura que desechamos y termina en nuestros estómagos

¿Dónde termina toda la basura que producimos actualmente los seres humanos? ¿Cómo afecta la manera en que tratamos la basura a la humanidad y al planeta entero?

 La Ciudad de México es la segunda ciudad del mundo en producción de basura, sólo después de la zona de Nueva York. Además, en la capital mexicana se terminó el espacio para almacenar las cosas obsoletas que fueron útiles durante unos cuantos momentos en el planeta. Así, la Ciudad de México ha tenido que recurrir a sus vecinos para depositar su basura. Lo mismo sucede a una escala mucho más amplia con otros países y, en una aún mayor, con lugares del planeta que ni siquiera son países ni están bajo la jurisdicción de ninguno: los Océanos.

Edomex, basurero de CDMX

Hace casi 6 años, en 2011, se cerró el Bordo Poniente, el tiradero capitalino que desde 1985 fue el más grande en América Latina. En este cementerio de basura yacen los restos de más de 80 millones de toneladas de residuos, enormes metros cúbicos de gas metano y desechos tóxicos que envenenan el agua del Lago de Texcoco.

La insoportable acumulación de basura en el Bordo Poniente era un problema que debía resolverse muchos años antes de su cierre. Sin embargo, la clausura tardía y la mala administración a la que estuvo expuesto terminó afectando a otros estados. Un buen porcentaje de los residuos de la capital mexicana tuvieron que trasladarse a Edomex y a Morelos.

El Bordo Poniente fue clausurado, llevando los restos de la CDMX a estados vecinos.

Hace poco más de seis meses, Raúl Vargas, secretario de Medio Ambiente del Estado de México, solicitó que la Ciudad de México deje de enviar la enorme cantidad de 8 mil toneladas de basura al día o pagar por los daños ambientales y las afectaciones a la población en el territorio mexiquense. ¿Se puede simplemente pagar dinero para paliar daños ambientales?

Desde el cierre del Bordo Poniente, las basura producida en la Ciudad de México ha sido transportada a Edomex. Casi 12 millones de toneladas de residuos sólidos han cruzado la frontera entre ambas entidades.

Las megalópolis como la Ciudad de México producen basura de una manera descontrolada, misma que muchas veces termina fuera de las mismas ciudades y en sus suburbios. Si bien en el Valle de México este es un problema capital, esta situación no se limita solamente a la relación entre dos estados de la República Mexicana, sino que también se presenta entre países en el mundo.

Producción de basura en el mundo, de un vecino para el otro

Como es de suponer, los países ricos producen mucho más basura que los países pobres. La OCDE produce el 44% de la basura que se produce en el mundo, casi la mitad. La mayoría de esta basura termina en rellenos sanitarios y, en segundo lugar, en el Océano. Solo Estados Unidos, que representa el 5% de la población mundial, produce el 30% del total de basura producida en el mundo.

La basura que producen estas grandes locaciones termina como la basura que produce la Ciudad de México, en casa del vecino, aún cuando el vecino se encuentre del otro lado del mundo y en otro hemisferio. China, India, Bangladesh, Costa de Marfil, Somalia, Brasil y muchos otros países sudamericanos y africanos reciben la basura de los países ricos. La limpieza de los ricos es la contaminación de los pobres.

Aunque, muchísimas veces, la basura de los ricos — y de los pobres — termina con el vecino de todos los continentes: los Océanos.

Las islas de basura

Se ha concentrado en el norte del Océano Pacífico — y también en el Atlántico y en el Índico, en menos grado aunque con no menor importancia — tanta basura que se ha formado una «isla» de por lo menos el tamaño equivalente a la mitad del territorio nacional mexicano. El 60% de la basura que se concentra en el Océano es producido por sólo cinco países: China, Filipinas, Tailandia, Indonesia y Vietnam.

El plástico y el unicel — que se aglomeran en la superficie y que funcionan literalmente como islas de sustancias químicas venenosas — en el Océano Pacífico se encuentra en el agua, en la arena y en el organismo de los animales que habitan en la región.

En las playas de las islas del Pacífico y hasta en las playas continentales se puede encontrar algo que puede parecer coral, pero tiene el nombre insalubre de microplástico, las partículas amalgamadas de productos de plástico, tales como botellas y bolsas de plástico.

El microplástico, una vez ingerido por animales marinos, funciona como una toxina que absorben otras sustancias, como pesticidas. Además, el microplástico es un polímero complejo que nuestro organismo no digiere ni absorbe, tal como sucede con la fibra.

Más de 80,000 toneladas de basura envenenan el agua del Lago de Texcoco y otros cuerpos acuosos del Estado de México.

Más aún, el nanoplástico, partículas más pequeñas que el microplásctico, son tan diminutas que pueden atravesar las membranas de los tejidos de los organismos marinos como los peces. El nanoplástico afecta a los peces en sus procesos de reproducción, en su sistema inmunilógico y en sus habilidades de supervivencia.

Cada vez que comemos pescado, muy probablemente podríamos estar comiendo plástico. Las partículas de plástico están presentes en nuestra cadena alimenticia y el agua que bebemos. Los cementerios de la basura, las islas modernas de desperdicio, se encuentran en los alimentos que nos mantienen vivos. Nuestra basura se ha convertido en nuestro alimento. En otras palabras, no sólo comemos comida y bebemos agua, sino que también comemos plástico residual.

El plástico que tiramos a la basura llega a los mares y asesina animales marinos. Los que sobreviven, se intoxican y son devorados por los humanos. La tasa de mortalidad de vida marina sube y la cantidad de plástico en el mar también. La cadena alimenticia de los humanos le da la tóxica bienvenida al plástico.

Si el ritmo con el que desechamos plásticos continúa de la misma manera que ahora, para dentro de 23 años, en 2050, habrá más pedazos de plástico que peces en los mares. Pensar en el organismo humano solamente sería una visión parcial y antropocéntrica. Al final, el ser humano moderno se ha provocado a sí mismo la ingesta de sus propios desechos.

El capitalismo de hoy en día (la manera en que producimos, consumimos y desechamos) amenaza con acabar con la vida en el planeta para agregar ceros en cifras inimaginables. Vivimos en un sistema con una lógica de reproducción infinita de capital en un mundo finito. ¿Paradoja o insensatez? Si no se revierte esta situación, es decir, si no se construye un sistema económico racional, justo y ecológico, la obsolescencia programada ya no sólo se aplicará a los objetos, sino que también a los productores y los consumidores de los mismos. Aunque, lo realmente preocupante es la destrucción de este planeta por el que sólo estamos de paso.

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