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Vida y muerte de Charlie Hebdo

Hace siete años de los ataques a Charlie Hebdo y hoy, más que nunca, es importante reflexionar sobre sus más terribles consecuencias.

Este mes se cumplen siete años de los ataques a Charlie Hebdo. Esos ataques dejaron una huella profunda que envolvieron al semanario en una sombra gris. El miedo y el agotamiento se empezaron a notar entre sus filas y la autocensura que caracterizó a tantos otros periódicos se posó, peligrosa, sobre sus oficinas provisionales. ¿Cuál fue la terrible historia de estos ataques? ¿Cómo han hecho avanzar a la autocensura? ¿Cómo lograron su cometido los que, con violencia, buscaron instalar el miedo, la paranoia y el terror?

El semanario satírico que sobrevivió a la censura

(AP Photo/ Lionel Cironneau)

El 7 de enero de 2015, dos hombres armados entraron a las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo en París y dispararon contra los integrantes de la junta editorial. En el ataque murieron 12 personas, incluyendo al editor en jefe de la publicación, Stéphane “Charb” Charbonnier, y los también dibujantes Jean “Cabu” Cabut, Bernard “Tignous” Verlhac y Georges Wolinsky. Este ataque se convirtió en el más sangriento incidente en contra de un periódico europeo por parte de grupos terroristas islámicos.

Charlie Hebdo se había convertido en el blanco de fundamentalistas violentos por el contenido polémico de su publicación. Heredero de viejos periódicos satíricos, este semanario satiriza constantemente a todas las religiones y, en particular, a las vertientes más radicales del Islam.

Después del atentado, la junta editorial de los supervivientes se reunieron y decidieron, en honor a sus compañeros muertos y para contrarrestar el odio de los grupos radicales, publicar un número, como siempre, el siguiente miércoles. Pero éste no sería cualquier número.

La portada, ya célebre, mostraba al profeta Mahoma sosteniendo una pancarta con el popular mensaje de apoyo en redes sociales, “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie); y, en letras grandes, encima del dibujo, se leía “Tout est pardonné” (Todo queda perdonado). Por la importancia simbólica de la publicación, el tiraje del semanario fue de cinco millones de ejemplares, traducidos a dieciséis idiomas y enviados a muchos países fuera de Francia.

Este fue el tiraje más grande de un periódico francés desde que el número de France-Soir, dedicado a la muerte de Charles de Gaulle, vendiera dos millones de ejemplares. Como era de esperarse, los periódicos se agotaron el mismo día de su publicación.

A pesar de esta distribución masiva y a pesar de que la portada de este número se compartió millones de veces en redes sociales, muchos medios importantes decidieron no reproducirla. Si la intención de Charlie Hebdo era la de escapar al miedo, a la amenaza y a las amenazas con una portada que volvía a mostrar la figura del profeta como provocación y desafío, la censura opacó la protesta. Y el mensaje de Charlie Hebdo no fue bien recibido por todos.

Desde entonces, la lucha del semanario francés por la posibilidad de burlarse de todo y de todos, fundamento que consideran esencial para la libertad de expresión, ha encontrado muchos opositores. Pero la historia de la autocensura en los medios no es nueva. El silencio mediático que nace del miedo, la amenaza y la victoria del terror lleva tiempo existiendo solamente para subrayar, cada vez más, la importancia de la libertad de expresión y las legítimas decisiones editoriales.

El cuerpo de Theo Van Gogh, asesinado por un fanático musulmán en Amsterdam. (AP Photos/Eran Oppenheimer, FILE)

La autocensura y su lenta victoria

El 2 de noviembre del 2004, Theo Van Gogh fue asesinado a sangre fría por Mohammed Bouyeri, un musulmán ofendido por su cortometraje, Submission (2004). En la película, el director hacía una crítica a los cimientos de la religión islámica y a la manera en que los musulmanes tratan a las mujeres.

Bouyeri persiguió a Van Gogh y le disparó ocho veces en el cuerpo y la cabeza para después cortarle el cuello con un cuchillo y casi separarle la cabeza del cuerpo. Posteriormente, le clavó el cuchillo en el pecho con una nota que amenazaba de muerte a Ayaan Hirsi Ali, reconocida política y defensora de los derechos de las mujeres. Actualmente, Hirsi Ali sigue siendo un blanco de organizaciones terroristas y, antes de su desmantelamiento, la Mezquita Roja de Pakistán puso precio a su cabeza.

El brutal asesinato fue condenado por todos los medios y Bouyeri recibió cadena perpetua, máxima pena posible en Holanda. Sin embargo, el asesinato de Theo Van Gogh produjo otro efecto indeseado. A partir del miedo que infundió la brutalidad del incidente, la prensa europea empezó a temer represalias y un buen número de dibujantes comenzaron a negarse a hacer representaciones de Mahoma.

El 17 de septiembre del 2005, uno de los más importantes periódicos de Dinamarca, Politiken, publicó un artículo llamado El miedo profundo a la crítica del Islam. En este escrito, se detallan los problemas que tuvo el escritor Kåre Bluitgen para lograr que alguien ilustrara su libro El Corán y la vida del profeta Mahoma. El autor declaraba que, desde el asesinato de Theo Van Gogh, era imposible encontrar a alguien que se atreviera a herir susceptibilidades de extremistas al retratar a Mahoma.

En realidad, muchas comunidades musulmanas no tienen una tradición iconoclasta arraigada y no se sienten particularmente ofendidos por las representaciones del profeta de la fe islámica. Claro, este no es el caso de los fundamentalistas más radicales. Y el miedo a las represalias que denunció Bluitgen comenzó un fuerte debate en Dinamarca sobre la libertad de expresión y la autocensura.

La activista Ayaan Hirsi Ali, escritora de la película Submission. (AP Photo/Shiho Fukada, file)

En este contexto y como respuesta al artículo, el periódico danés Jyllands-Posten publicó una serie con 12 dibujos satíricos de Mahoma el 30 de septiembre de 2005. Inmediatamente se incendió el debate en Dinamarca. Miles de musulmanes protestaron, diferentes consulados y embajadas de países predominantemente islámicos intentaron hablar, sin éxito, con el primer ministro danés y asociaciones musulmanas intentaron demandar al periódico.

En realidad, las protestas se fundaban en diferentes motivos. El diario danés siempre se ha posicionado como un periódico de derecha y las críticas de islamofobia eran evidentes. De cualquier manera, independientemente de la posición política del periódico, muchos han defendido el derecho a publicar cualquier tipo de imagen.

Sin embargo, cuando el imam Ahmad Abu Laban partió en un tour de sensibilización por las grandes capitales árabes, el encono del islam hacia la publicación danesa creció hasta proporciones internacionales. El imam llevó a estas capitales los dibujos de Jyllands-Posten y un añadido de tres dibujos altamente insultantes de musulmanes siendo sodomizados por perros y del profeta Mahoma incurriendo en pedofilia. Esto dibujos, sacados de contexto, nunca fueron hechos para el periódico danés sino que salieron de sitios estadounidenses de ultraderecha.

En los días que siguieron hubo diferentes amenazas de muerte en contra del editor y de los dibujantes del Jyllands-Posten. Diferentes miembros del periódico fueron puestos bajo protección policiaca y se vivieron meses de alta tensión por amenazas terroristas. Diferentes ataques se frustraron, varias personas, acusadas de intentos de terrorismo, fueron remitidas por las autoridades y, finalmente, varios caricaturistas sufrieron violencias muy reales.

Stephane “Charb” Charbonnier, editor de Charlie Hebdo, tres años antes del ataque en el que perdió la vida. (AP Photo/Michel Euler)

Vida y muerte de Charlie Hebdo

Muchos periódicos del mundo criticaron las caricaturas danesas y se negaron a reproducirlas. Pero la autocensura no fue global y algunos diarios publicaron, íntegramente, los polémicos dibujos. Uno de estos periódicos fue, justamente, el semanario Charlie Hebdo, que siempre se reivindicó como un bastión contra la autocensura. Además de la reproducción de las caricaturas, el diario añadió otros dibujos hechos por caricaturistas del equipo. En particular, un dibujo levantó controversia. En él se ve al profeta Mahoma llorando mientras piensa “Il est dur d’être aimé par des cons” (qué difícil es ser amado por idiotas).

Por la publicación de estos dibujos, una asociación musulmana en Francia demandó al diario y el presidente francés Jacques Chirac condenó la irresponsabilidad de las publicaciones. Así comenzó, como un combate a la autocensura, la tórrida relación del polémico semanario con las representaciones del poeta Mahoma.

El 2 de noviembre del 2011, Charlie Hebdo se preparaba para publicar un número llamado “Charia Hebdo” en el que el editor invitado era, supuestamente, el mismo profeta Mahoma. Antes de que saliera el número, las antiguas oficinas del periódico fueron atacadas por la noche con bombas molotov. Las instalaciones quedaron completamente quemadas sin que hubiera heridos. Varios miembros del periódico, incluído el editor Charb, fueron puestos en la lista de los más buscados de Al-Qaeda y la policía francesa comenzó vigilarlos.

Finalmente, después de diversas portadas controversiales, el 7 de enero del 2015 ocurrió el trágico incidente en donde perdieron la vida ocho miembros (fundadores e invitados) de Charlie Hebdo, además de dos policías y dos civiles más. Inmediatamente, la larga tradición satírica del medio se puso en el ojo público revelando una larga historia de burlas, demandas, confrontaciones y censura.

Memorial público en honoro a los muertos en el ataque a Charlie Hebdo. (AP Photo/Francois Mori)

Charlie Hebdo nació después de que, en 1970, el periódico Hara-Kiri, Journal Bête et Méchant, cerrara por una censura impuesta por el gobierno. El semanario satírico se burló entonces de la muerte del mítico general De Gaulle. De hecho, de ahí viene el nombre de Charlie Hebdo: se trata de una continuación a la muerte del gran Charles.

En años más recientes, cuando la censura directa del gobierno cesó, la autocensura de otros medios continuó. Después de los hechos terribles del 7 de enero, muchos periódicos y plataformas digitales, principalmente anglosajonas, decidieron no mostrar las portadas de Charlie Hebdo. Ni siquiera las portadas que publicó el seminario en respuesta a los ataques.

Esta postura de autocensura se ha reproducido en otros medios. En 2010, el popular programa animado de sátira South Park fue censurado por querer mostrar a Mahoma en televisión. Los productores de Comedy Central recibieron amenazas y no quisieron arriesgar una represalia de extremistas.

Hoy en día, la autocensura amenaza al mismo semanario que tanto luchó contra ella. Después de los ataques, el dibujante Luz abandonó la redacción de Charlie Hebdo, al igual que Zineb el Rhazoui; y Laurent Léger, otro miembro del equipo original habló de un agotamiento artístico. El Rhazoui opina, también, que el semanario debió morir con los ataques. Ahora viven constantemente vigilados, los que trabajaban con ellos se fueron o murieron, nadie apoya sus intenciones satíricas: Ris, nuevo director de la publicación dijo, “si mañana ponemos en la portada una caricatura de Mahoma, ¿quién nos va a defender? Nadie, más que uno o dos intelectuales. Nos van a decir, están locos, se lo buscaron”.

Miembros del partido Jamaat-e-Islami de Pakistán protestan contra Charlie Hebdo con pancartas con los nombres de los atacantes que mataron a 12 personas en las oficinas de la redacción. (AP Photo/K.M. Chaudary)

Incluso años después del atentado, se sentía que el semanario estaba en sus últimos momentos. Con él moría también, lentamente, una idea de sátira y de lucha contra el miedo. La mordaza llegó, finalmente, a Charlie Hebdo y, podemos decir que, mientras el mundo satírico se siga callando, mientras se imponga la censura sobre la indignación, cada bala habrá acertado más allá de sus blancos: el terrorismo gana cuando las metralletas se callan y, en todas partes, se instala el silencio del miedo.

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