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¿Vale la pena luchar por la libertad de expresión en la era de Donald Trump?

¿Vale la pena luchar por la libertad de expresión con Donald Trump y los sectores radicales de la comunidad musulmana?

CASO 1

¡Libertad de expresión o mueran, Portland! ¡Esto es América! ¡Fuera de aquí si no te agrada la libertad de expresión!”

Estas fueron las palabras que gritó Jeremy Joseph Christian el 30 de mayo, al momento de ser formalmente acusado por los crímenes que cometió unos días antes.

Recordemos que dos personas murieron y una más salió herida cuando Christian sacó un arma punzocortante y apuñaló a estos hombres que simplemente querían tranquilizarlo.

Christian iba en un tren de pasajeros cuando vio a dos mujeres de apariencia musulmana ingresar al transporte. El acusado procedió a insultar a las mujeres, las tachó de “criminales” y les ordenó que se fueran de regreso a su país. Sobra decir que solo una de las mujeres era musulmana.

Según Christian, él simplemente estaba ejerciendo su derecho a expresarse libremente. El razonamiento imperante dice que Estados Unidos es un país libre, por lo tanto, sus ciudadanos tienen el derecho de expresar sus ideas en un foro público, no obstante que el contenido sea racista, misógino, xenófobo, u homófobo.

Unas semanas antes de que ocurriera este trágico evento en Portland, Christian marchó en una de las manifestaciones que han surgido en el último año, donde supuestos “patriotas” se disfrazan de caballeros de las cruzadas y se pintan con los colores de la bandera. Estos ridículos forman parte de la alt-right: lanzan consignas contra las minorías que “están arruinando América” y lo hacen detrás del escudo de la libre expresión mientras agreden a los “antifas” que no están de acuerdo con ellos.

Lo ironía de la situación no parece cruzar por sus cabezas.



CASO 2

No fue chistoso, lo entiendo. He cometido muchos errores en mi trayectoria y seguiré. Les pido su perdón.”

Estas fueron las palabras de Kathy Griffin disculpándose por la publicación de una foto que indignó a medio mundo. La imagen es un close-up de la comediante sosteniendo una cabeza ensangrentada de algo que parece ser Donald Trump.

Capturada por Tyler Shields -un fotógrafo de farándula que se especializa en imágenes provocadoras- la foto prendió todos los focos rojos de la opinión pública. Claro, Griffin no apuñaló a nadie en el transporte público, simplemente hizo una broma de mal gusto. Cualquier alusión al asesinato de un presidente de Estados Unidos no solo es un tabú, también te puede meter en problemas con el Servicio Secreto y otras agencias que te tendrán fichado de por vida.

¿Pero qué acaso no entra esto bajo el tema de la libre expresión absoluta que tanto abanderan los simpatizantes de la alt-right?

Kathy Griffin es de aquellas personalidades que la derecha a menudo sataniza en los medios: parte de la izquierda liberal que se mofa de las políticas de Donald Trump y de su forma de ser. Cuando alguien como Griffin cae en uno de sus propios agujeros, la derecha se regocija, se olvida un poco de sus principios y le pega con todo su arsenal.

Entre las ramificaciones de la imagen, Kathy Griffin fue despedida de CNN.

Estos son casos recientes -y ya no tan excepcionales- del panorama actual en la lucha contra la censura, solo que ahora la censura cuenta con algunos argumentos a su favor.

Históricamente, la libertad de expresión ha sido una de los estandartes del liberalismo. En los terrenos de las artes, la política, y la plaza pública, todo ciudadano tiene derecho a expresarse libremente y sin temor a la opresión del Estado o a la censura de “las buenas conciencias”.

En el mejor de los casos, la libertad de expresión sirve de contrapeso a los excesos en los que pueda caer el poder. Si algo caracteriza a los gobiernos autoritarios es la represión sistemática de una prensa libre, una comunidad artística sesgada y una sociedad que vive con el miedo de compartir sus opiniones, incluso en la privacidad de sus hogares.

La misma sociedad también puede imponer barreras contra la libertad de expresión. En una comunidad conservadora, si una obra de ficción es señalada por su contenido obsceno, los ofendidos podrían llamar a un boicot del producto (censura de mercado), o en casos más drásticos, podrían insultar, amenazar o agredir físicamente al autor de la obra.

Bajo las leyes de un sistema liberal y democrático, el Estado tiene la obligación de proteger a todo artista de ejercer su derecho a expresarse libremente, no obstante el contenido o el medio.

(Foto pot Carsten Koall/Getty Images)

Pero existe un problema. El conflicto más grave entre el emisor y el receptor de un mensaje ocurre cuando este último se siente agraviado por el contenido, y por las razones que sean, se ve obligado a castigar al remitente. La tragedia de Charlie Hebdo nos proporciona un ejemplo extremo pero claro.

Charlie Hebdo es un seminario francés que suele publicar contenido satírico en la forma de cartones. En la década anterior, con la creciente población musulmana en Francia y otros países europeos, los dibujos que parodiaban al Islam comenzaban a ser tan frecuentes como las burlas hechas a costa de otras religiones.

Y sí, Francia es un país que cuenta con la libertad de expresión (es prácticamente la cuna de esta garantía), pero lo que los caricaturistas de Charlie Hebdo no anticipaban es que hubiera repercusiones fatales por los gags que publicaban, más allá de un insulto en la calle.

CASO 3

El 7 de enero de 2015, dos extremistas que portaban armas largas cometieron un acto de terrorismo en las oficinas de Charlie Hebdo en París. Doce personas murieron y once salieron heridas, incluyendo varios integrantes del staff de la revista.

En la fe musulmana, cualquier reproducción del profeta Mahoma está estrictamente prohibida, y una caricatura satírica es una ofensa imperdonable en los ojos de fundamentalistas. Solo que estos radicales no suelen recurrir a las instituciones de Occidente para hacer una denuncia, sino buscan la justicia por sus propios medios, más directos y más letales.

En una revista acostumbrada a pegarles a todos sin discriminación, los artistas tenían ahora un dilema. Seguir ejerciendo su derecho expresarse libremente y seguir ofendiendo a todos los sectores de la población, a riesgo de su propia vida, o… la autocensura.

Los editores siguieron publicando caricaturas del profeta Mahoma. ¿La consecuencia? La población musulmana en varios países salieron a las calles para manifestarse, algunos de manera pacífica, mientras que otros escogieron la violencia.

(Foto por Sean Gallup/Getty Images)

EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES

La religión, en la mayoría de sus expresiones, siempre ha tenido un conflicto considerable con opiniones ajenas a sus enseñanzas. Por ejemplo, aquellos que cuestionaban los dogmas de la iglesia católica eran señalados como herejes y sometidos a torturas de todo tipo por la Santa Inquisición. Esto fue hace siglos, claro, y desde entonces, la iglesia se ha resignado a vivir con la gradual secularización de las instituciones públicas.

A lo largo de los siglos, las naciones musulmanas han estado sometidas bajo el totalitarismo de una monarquía o las imposiciones ultraconservadoras de una teocracia. Al verse obligados a migrar a un país de Occidente con valores muy distintos a los suyos, los migrantes enfrentan arduas dificultades para integrarse a la nueva cultura.

Barreras como el idioma pueden ser superadas con el tiempo, pero diferencias más profundas como las garantías que otorga la Constitución de un país democrático pueden ser imposibles de asimilar, incluso para los hijos de migrantes que nacieron en su país adoptado. El derecho a la libre expresión, por ejemplo, no encaja con facilidad dentro del esquema tradicionalista del Islam. Todo se complica más cuando los países que los reciben no tienen ninguna intención de ayudarlos establecerse y mantienen políticas que los marginan y los discriminan… todo esto es caldo de cultivo para las posiciones extremistas.

¿Qué es lo que debe suceder para que musulmanes y cristianos puedan convivir en el mismo sistema en relativa armonía? La derecha en la Unión Europea no luce muy dispuesta a reducir los alcances de la libertad de expresión y mostrar tolerancia hacia las tradiciones del Islam. Por su lado, la comunidad musulmana en Europa tampoco se ve muy abierta a “cambiar” su forma de vida con el fin de ajustar sus costumbres de acuerdo al modelo europeo.

Nadie está dispuesto a ceder. Esto fue un problema en los años del Cid Campeador y seguirá siendo un problema en la era digital.

(Foto por Scott Olson/Getty Images)

Mientras tanto, en Norteamérica, Donald Trump y sus seguidores vieron estos actos de terrorismo en el Viejo Continente como una declaración de guerra contra su “libertad”. La idea de amputar uno de sus más preciados derechos constitucionales para acomodar los “caprichos” de una religión es un absurdo sin paralelo.

Más allá de eso, grupos conservadores vieron la supuesta imposición del feminismo y distintas minorías sobre la cultura popular como un intento de coartar la creatividad de artistas y líderes de opinión. Según estos grupos conservadores, la libertad de expresión estaba bajo ataque por una policía de la corrección política, cuyos nidos se manifestaban en los campus universitarios. Las quejas que no toleraron eran de todo tipo:

Que no hay suficientes afroamericanos nominados en los Óscares. Que equis videojuego contiene un discurso misógino. Que no hay personajes latinos en la televisión fuera de los roles estereotípicos. Que las Cazafantasmas mujeres son un intento de Hollywood de aniquilar una de las franquicias más queridas de los 80. Etc, etc, etc…

Incluso la indignación de los medios al momento en que Donald Trump escupía algo ofensivo contra los mexicanos, los chinos, o los musulmanes era percibido como una afrenta contra posturas que los conservadores creían “legítimas”. El entonces candidato se transformó en el vocero de un amplio sector de la sociedad que estaba harto de la corrección política promovida por la clase política y las élites liberales, los demonios casi míticos del movimiento conservador.

(Foto por Drew Angerer/Getty Images)

HATE SPEECH = FREE SPEECH

El ex-editor de Breitbart, Milo Yiannopoulos, vio una oportunidad de oro y encontró la causa por la que valdría la pena luchar. Al promover la tolerancia entre todas las culturas que conviven en la Unión Americana, la izquierda liberal tendría que otorgar algunas concesiones; por ejemplo, pedirle a la población blanca de clase media y media-baja que midan sus palabras con cuidado a riesgo de ofender las sensibilidades de los otros. Y así fue como los liberales popularizaron la frase “checa tu privilegio”.

Yiannopoulos argumentaba que la libertad de expresión es uno de los derechos más valiosos y envidiables en la Constitución Americana. ¿Qué derecho tendría un extranjero de llegar a tu tierra y decirte, lo siento, pero tus leyes no aplican conmigo porque soy diferente y tengo otras creencias?

La postura ideológica de Yiannopoulos y de otras figuras jóvenes y carismáticas encontraron su audiencia en sectores de la población que habían sido sepultados en el silencio. Así como en tantos otros ciclos electorales del pasado, una vez más el extranjero, la minoría, el socialista, el abogado de los derechos humanos… era el Enemigo. Ah, pero ahora el Enemigo no sólo los había privado de sus empleos, de sus escuelas, y de sus tierras, también les habían quitado su lenguaje de orgullo blanco.

Este ataque imaginario a la Constitución despertó pasiones nunca antes vistas en un sector tradicionalmente indiferente y apolítico, pero fue suficiente para formar filas e impulsar a Trump hasta llegar a la Casa Blanca y derrocar a los tecnócratas e intelectuales que atentaban contra su derecho a ser un racista.

(Foto por Wathiq Khuzaie/Getty Images)

CASO 4

La religión no debe dictar lo que está permitido y lo que se prohíbe decir públicamente. Le brinda a la religión una posición preferencial completamente sin sentido en la sociedad.

Palabras de un miembro del parlamento danés. La semana pasada, el órgano legislativo de Dinamarca abolió una ley contra la blasfemia que tenía más de 150 años de antigüedad.

Hace unos meses, un hombre fue arrestado y sentenciado por violar dicha ley. ¿Su crimen? Quemar un Corán, el libro sagrado del Islam, y publicar el video en Facebook. Hoy ya se encuentra libre.

La ley contra la blasfemia de Dinamarca -la única ley de este tipo en Escandinavia- prohibía los insultos públicos contra cualquier religión, como la quema de libros sagrados. Hasta este año, la ley no había sido aplicada para sentenciar a alguien desde los 70.

Es evidente. Nadie va a ceder.

Entonces… ¿vale la pena defender el derecho a la libertad de expresión absoluta? ¿O deberíamos encontrar el camino para ser más tolerantes en lo relativo a las sensibilidades de otras culturas?

En lugar de querer expresarse tanto por todos los medios y a todo volumen, tal vez sería mejor tomar un paso atrás y hacer algo distinto: Escuchar con atención.

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