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¿Qué logró Estados Unidos con la Guerra de Afganistán?

Estos datos demuestran por qué la guerra de Estados Unidos en Afganistán es la guerra más inútil, desastrosa e imbécil de la historia reciente.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció que todas las tropas estadounidenses dejarán Afganistán a finales de agosto 2021. Esto pondría fin a la guerra más larga y más costosa en la historia. Es momento de preguntarse, entonces, de qué sirvió esta guerra y cómo puede justificarse los costos políticos, humanos y económicos que dejó en su sendero de llanto y destrucción.

¿Sirve de algo la guerra? ¿Se puede justificar en cualquier circunstancia? ¿Existen guerras justificables? ¿Guerras buenas?

Ciertamente, los vencedores de la guerra siempre han sabido justificar la bondad de sus intenciones. Las independencias, de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y muchas revoluciones se cantan como guerras necesarias. Y, por supuesto, hay guerras menos justificables que otras: Estados Unidos parece ser un país experto en este tipo de conflictos

¿Qué logró la guerra de Corea, más allá de un intercambio fútil de fronteras, enormes pérdidas humanas y un eterno conflicto? ¿Qué logró la guerra de Vietnam? ¿Qué ha logrado la guerra en Afganistán?

Militares escuchan la nueva estrategia de Donald Trump para Afganistán el 21 de agosto del 2017. (AP Photo/Carolyn Kaster)

La misión de Estados Unidos en este conflicto parecía clara… en un principio.

Después de los ataques del 11 de septiembre, George W. Bush se vio forzado a implementar una política rigurosa frente al terrorismo para tranquilizar la opinión pública y encontrar una ansiada reelección. La decisión aplaudida fue vengarse de uno de los estados que cobijaron a Al-Qaeda: Afganistán.

Claro, Estados Unidos realizó una elección arbitraria… porque, para asegurarse de acabar con todo país que pudiera dar refugio a Al-Qaeda, hubiera tenido que conquistar toda la región. Y la idea de invadir Pakistán, un estado hostil con un enorme arsenal nuclear, no parecía factible.

En cualquier caso, lo que querían lograr era, en las palabras del General Nicholson, “proteger la seguridad nacional al impedir que Afganistán sea utilizado, nuevamente, como un refugio para terroristas que buscan atacar a Estados Unidos y sus aliados.”

Pronto, la misión se convirtió en otra cosa cuando Bush quiso implementar una política de democratización del país. No bastaba derrotar a los talibanes -que cayeron muy pronto, huyendo a Pakistán- sino que se debía estabilizar la región bajo los ideales americanos de democracia y libre mercado. Era la misma época en la que las papas a la francesa fueron rebautizadas, por el gobierno, como “papas de la libertad”.

Foto de la operación “Operation Resolite Support” que muestra a jefe de personal de un helicóptero U.S. Army CH-47 Chinook sobrevolando la provincia de Mazar-e-Sharif, enAfganistán. 9 de junio 2017 (Capt. Brian Harris, U.S. Army via AP)

Ni el nuevo nombre de las papas, ni el proyecto de pacificación afgana duraron mucho tiempo. Hoy Afganistán está peor que nunca: es un estado frágil, vulnerado y vacilante; y el cultivo de opio ha crecido sin control.

Pero Estados Unidos nunca supo cómo acabar este conflicto.

Ésta ha sido la guerra más larga y más cara en su historia. Y, hay que decirlo, en los últimos cien años, Estados Unidos ha estado en guerra permanente en alguna u otra región del globo.

Durante su presidencia, Donald Trump decidió enviar todavía más tropas a Afganistán. La política estadounidense de aquel entonces resultó tan inefectiva como todas las anteriores. La disyuntiva era que, si las tropas americanas salían de Afganistán, el estado colapsaría, y, fuera de los riesgos en seguridad, todos verían en el resultado la más idiota derrota militar americana. Por otro lado, si las tropas americanas se multiplican sustantivamente, la guerra se eternizará en un nuevo conflicto mayor.

La solución parece imposible. Y es justamente por eso que podemos llamar a la guerra de Afganistán la guerra más inútil, desastrosa e imbécil de la historia reciente.

No lo decimos nosotros, los datos que, a continuación, exponemos lo demuestran ampliamente.

(AP Photo/Hadi Mizban, File)

El costo económico

Según el Inspector Especial General para la Reconstrucción de Afganistán (o SIGAR por sus siglas en Inglés) John Sopko, en 2017, Estados Unidos había gastado más de 800 mil millones de dólares en la guerra de Afganistán. Y eso es sin contar los costos de combate.

Esta cifra puede parecer absolutamente descomunal y nos muestra la perspectiva alucinante de los costos de un conflicto armado. Sin embargo, es una cifra conservadora adoptada por el gobierno. Porque el congreso de Estados Unidos nunca se ha sentido cómodo hablando del costo de esta guerra.

En 2015, Linda Bilmes, una economista laureada de Harvard, se dio a la tarea de calcular el costo real de la guerra en Afganistán hasta ese entonces. Y la cifra fue absolutamente irreal… Según estos cálculos el costo estimado total de esta guerra, incluyendo “tratamientos médicos, compensaciones monetarias para veteranos y familiares, abastecimiento militar y costos económicos y sociales”, se encontraba entre los 4 y los 6 billones de dólares (un billón equivale a un millón de millones o a un trillón (trillion) en Inglés).

Ese cálculo fue hecho, además, hace más de cinco años…

Vendedor de frutas secas en Kabul, Afganistán (AP Photo/Rahmat Gul)

Estados Unidos ha gastado 41 mil millones de dólares para entrenar al ejército afgano (ANA) y 20.3 mil millones de dólares para entrenar a la policía afgana (ANP). Estos dos cuerpos de seguridad, supuestamente, iban a reemplazar a las tropas estadounidense en el resguardo del nuevo régimen democrático del país. Y ambas están siendo masacradas actualmente.

Además, Estados Unidos ha gastado más de 115 mil millones de dólares en los esfuerzos de reconstrucción del estado afgano. Esto significa que el esfuerzo de reconstrucción en Afganistán ya superó el costo, ajustado a la inflación, del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Y el plan aliado era una ayuda para un buen número de países con economías en ruinas… aquí, el inútil esfuerzo, se focaliza en un solo país.

Porque el desarrollo económico de Afganistán sigue siendo, según las palabras de SIGAR, “tenue e incompleto”. El inspector general, citado por el Huffington Post, dijo:

“Estados Unidos contribuyó significativamente a los problemas en Afganistán entregando demasiado dinero, demasiado rápido a una economía muy pequeña que nadie vigilaba.”

¿Y cuáles fueron estos problemas?

La corrupción rampante, la falta de gobernabilidad, la completa y absoluta inexistencia de políticas públicas responsables. 200 millones de dólares, por ejemplo, desaparecieron en fondos escolares para la alfabetización de los niños afganos. Niños que, en muchas regiones del país, sostienen una metralleta en vez de un cuaderno…

Niños jugando en una casa de KAbul (AP Photos/Massoud Hossaini)

La ausencia de gobierno

Los problemas de corrupción no nada más afectaron los programas sociales en Afganistán. En cuestiones militares, la corrupción ha resultado en el aumento considerable de las zonas controladas por los talibanes y en las crecientes bajas del ejército y la policía afgana.

Muchos de los esfuerzos económicos de Estados Unidos se han localizado en la formación de estas fuerzas… y en su armamento. Pero la armada y la policía vende comúnmente municiones, gasolina y armas a los talibanes. Esto hace que, entre más se gasta dinero en el equipamiento de las fuerzas locales, más armas acaban en manos enemigas.

Así, la lógica de la corrupción y la ingobernabilidad han vuelto absolutamente contraproducentes todos los esfuerzos armamentísticos en la región.

Además, los reportes de SIGAR han encontrado que hay un enorme y creciente número de empleados fantasma en las fuerzas armadas. Es decir que se paga por puestos que, en realidad, no existen. Solamente en febrero de 2017, se eliminaron 30 mil puestos fantasma en las instituciones de seguridad afganas…

Fuerzas del ejército afgano (ANA). 2017. (AP Photo/Rahmat Gul)

Todo esto lleva a una economía estancada y a una situación de ingobernabilidad. La confianza de los afganos en su gobierno es preocupantemente baja. En 2015 casi 40% de los afganos confiaba en el gobierno. Para 2016, este porcentaje cayó al 29% y es la tasa de desconfianza más alta desde 2004.

En el índice de aplicación de justicia del World Justice Project en 2016, Afganistán quedó en el ranking de 111 entre 113 países; sólo superado por Camboya y Venezuela… Y se demostró, a través de estos estudios, que no existe una infraestructura real de servicios (como prisiones o escuelas) y que la honestidad de funcionarios públicos y la confianza en la justicia criminal son seriamente dudosas.

Esto se extiende al problema de los trámites gubernamentales -que resultan complejísimos- y que son absolutamente necesarios para los ciudadanos (las licencias de conducir, por ejemplo) y para el crecimiento económico (las licencias para construir bienes raíces o crear un negocio).

Vendedor de frutos secos en Kabul. 2017. (AP Photo/Rahmat Gul)

El PIB de Afganistán está cayendo rápidamente como consecuencia, no hay trabajos y el presupuesto del estado no basta. Así, según el World Bank’s 2017 Doing Business report, citado por In This Times, Afganistán está en el lugar 183 de 190 países en confianza para la inversión. Es cada vez más difícil conseguir permisos (aduanales, catastrales, comerciales…) y, por la corrupción, es prácticamente imposible que alguien, finalmente, los respete.

Mientras tanto, el gobierno solamente controla el 59.7% de los 407 distritos del país. Es decir que, entre 2016 y febrero de 2017, los talibanes conquistaron otro 11% del territorio afgano.

En balance, el gobierno de Afganistán está en la cuerda floja. Sin la ayuda americana, este endeble estado colapsaría bajo las presiones militares, sociales, políticas y económicas. La construcción de un gobierno sólido, autosuficiente, de mercado abierto, economía creciente y democracia se convirtió, entonces, en un completo y absoluto fracaso.

Niño vendedor de globos en Kabul. Marzo 2017. (AP Photo/Rahmat Gul)

La tragedia humana

El fracaso de la guerra en Afganistán tiene, además, un rostro humano. La situación de seguridad deteriorada que vive el país ha provocado más conflictos directos (sobre todo en el sur del país), atentados suicidas y ataques con explosivos caseros. Así lo describe Nicholas Haysom, el enviado de la ONU en Afganistán:

El verdadero costo de las cifras de muertos se mide en los cadáveres despedazados de niños, en comunidades que tienen que vivir con la pérdida, con el dolor de perder a colegas y familiares, de familias que tienen que sobrevivir sin que nadie pueda trabajar, en los padres que lloran a sus hijos y a los hijos que lloran a sus padres (…) estas son las consecuencias reales de la guerra”

Muertes de civiles y su atribución entre el 2009 y el 2015 (Universidad Watson)

Desde el inicio de la guerra y hasta 2016 habían muerto, aproximadamente, 110 mil personas y otras 116 mil habían quedado gravemente heridas. Entre esta cantidad impresionante de muertos, las cifras de muertes civiles son apabullantes. Porque más de 31 mil civiles habían muerto en el conflicto. Esto significa que, desde que empezó la guerra, uno de cada tres muertos era un civil.

Y la cifra de muertes civiles ha ido aumentando cada año.

funeral de una víctima del atentado suicida que mató a varias personas, incluyendo a un policía, en una mezquita chiíta de Kabul. 2016. (AP Photos/Rahmat Gul)

Haysom habló alarmado de las más de tres mil muertes y de los más de siete mil lesionados civiles del 2015. Y se han documentado imágenes espantosas de ataques a la población civil por parte de extremistas. También, en años recientes, han aumentado las muertes de civiles ocasionadas por los ejércitos progobierno de la coalición americana y las fuerzas afganas.

No son menos graves las muertes militares. Según cifras recabadas antes de 2020, Estados Unidos ha mandado a la muerte a más de 2,400 de sus soldados. Más de 20 mil, también, sufren de alguna herida de combate; 800 han sufrido amputaciones graves; 3500 contratistas militares y más de mil elementos de tropas aliadas -principalmente británicos- han muerto en acción.

Comparativo de la muerte de soldados americanos, aliados y afganos (en azul) y fuerzas opuestas al gobierno (en verde) (Universidad de Watson)

Además, según esos mismo cálculos, han muerto más de 40 mil militantes de distintas organizaciones opuestas al gobierno. Claro, el grupo más grande es el de los talibanes, pero muchas milicias han crecido en poder bajo el actual vacío de gobernabilidad e inestabilidad.

El sargento Travis Mills perdió cuatro miembros en un estallido en Afganistán. Ahora ayuda a otros veteranos de guerra. (AP Photo/Elise Amendola)

En los últimos años se ha dado también un aumento significativo de las muertes en personal humanitario. Desde el inicio del conflicto se calcula que 382 trabajadores humanitarios han muerto en Afganistán y 299 han resultado heridos; 45 de estas muertes ocurrieron, solamente, en 2015.

Como en toda guerra, también, hay cifras espeluznantes de migrantes, refugiados y desplazados. De entrada, hay en Afganistán más de 100 mil paquistaníes que han huido del conflicto en el norte del país. Para junio de 2016, Afganistán tenía más de un millón de refugiados extranjeros en sus fronteras y casi un millón de afganos internamente desplazados. Además, hay más de 2.5 millones de afganos refugiados en 70 países.

Todo este costo humano, económico, político fue fundamentado en la guerra contra el terrorismo. Pero la estrategia parece estar fallando miserablemente: no hay mejor caldo de cultivo para la radicalización extremista que un país invadido, en constante guerra, sin instituciones fuertes y abandonado a su suerte.

Talibanes escuchando un discurso de su líder en Afganistán. 2016. (AP Photos/Allauddin Khan, File)

El combate fallido contra el terrorismo

Es simplemente imposible perseguir a todos los terroristas o grupos afines en Asia Central. No se trata de un solo grupo concentrado en una sola área. De hecho, cuando Estados Unidos invadió Afganistán, al-Qaeda huyó, rápidamente, a Pakistán en donde ya se encontraba Osama Bin Laden.

Cuando mataron a Bin Laden, los americanos no invadieron Pakistán y este país sigue siendo un refugio para terroristas…

La lucha contra el terrorismo ha sido, entonces, un completo y absoluto fracaso. El grupo más importante de terrorismo internacional sigue siendo el Estado Islámico, pero Estados Unidos ha enfocado muchísimos más recursos militares combatiendo a un muy debilitado al-Qaeda.

Muchos de los activos de este grupo -incluyendo a Bin Laden- fueron, además, entrenados por la misma CIA para luchar contra la ocupación soviética. Y Estados Unidos es responsable, en gran medida, de la desestabilización en Irak y Siria que llevó a la formación de Daesh.

Ataque suicida en Kabul, Afganistán. (AP Photos/Massoud Hossaini)

Las estrategias estadounidenses han sido, entonces, históricamente contraproducentes.

Actualmente, según los altos mandos militares estadounidenses, Afganistán es el país con la mayor concentración de terroristas en el mundo… y varios años de guerra no han cambiado nada.

“Las fuerzas armadas se enfrentan a una amenaza continua por parte de 20 grupos insurgentes y redes terroristas presentes y operando en la región de Afganistán-Pakistán: los talibanes, la red Haqqani, el Estado Islámico-Khorasan y al-Qaeda, en la región con la mayor concentración de terroristas y extremistas en el mundo.”

Durante mucho tiempo, la estrategia antiterrorista del gobierno de Bush y Obama fue la de una guerra frontal. Es decir que marcaban a objetivos prioritarios y los iban eliminando, uno por uno, con ataques aéreos o fuerzas especiales. Es la manera en que cazaron a Bin Laden y es la estrategia común de esta guerra. Pero este acercamiento ha sido, por decir lo menos, defectuoso.

Talibanes descansando en Afganistán. 2016. (AP Photos/Allauddin Khan)

El problema es, de nuevo, la falta de gobernabilidad y la altísima corrupción del país que permite esconder a grupos terroristas. También, está la cercanía con Pakistán: sólo basta cruzar una frontera inexistente para que los grupos terroristas encuentren un refugio seguro. Además, las prisiones afganas se están convirtiendo en un centro de reclutamiento, organización y radicalización de extremistas.

La filtración de un reporte realizado por el General McChrystal nos permitió ver cómo los americanos y los aliados “Ocuparon territorios con la protección de su enorme fuerza y operaron de cierta forma que los distanció -física y psicológicamente- de la gente que buscaban proteger.”

La compleja situación social de Afganistán crea un caldo de cultivo para insurgentes. Y los militares estadounidenses, en sus convoy blindados y sus bases amuralladas viven muy lejos de la realidad cotidiana de la gente. Hay un ejemplo pasmoso de esto en un documental de Ben Anderson. La escena muestra a un sargento estadounidense entregando fajos de billetes a un hombre afgano con la mirada perdida. Eran 10 mil dólares: 2 mil 500 por cada familiar masacrado en los bombardeos.

La compensación económica como una muestra de superioridad monetaria es tan fría y ridícula como contraria a todo tacto social. No es de sorprenderse, pues, que Afganistán siga siendo un territorio hostil frente unos invasores lejanos y violentos que dicen venir a instituir un bien tan fugaz como abstracto.

Hombres heridos reposan en el hospital Wazir Akbar Khan de Kabul, Afganistán, tras un atentando a la zona de embajadas. 2017. (AP Photos/Massoud Hossaini)

El inagotable mercado de drogas

En el 2000, los Talibanes prohibieron el cultivo de amapola. Pero, cuando llegó la invasión estadounidense a Afganistán, el veto se levantó y el cultivo de amapola se expandió en todo el país.

Afganistán, actualmente, es el país que más produce heroína en todo el mundo. Ocupa, de hecho, el 80% de este mercado ilegal. También es, consecuentemente, el país con mayor concentración de adictos a los opioides.

Pero Estados Unidos no está lejos.

Actualmente hay una enorme epidemia de adicción a los opioides que nace de las libertades de las medicinas controladas para el dolor. Muchos adictos empiezan tomando codeína y acaban inyectándose heroína.

Adictos a la heroína son atendidos por una enfermera en Kabul, Afganistán. 2017. (AP Photo/Rahmat Gul)

Por eso, no deja de ser irónico que la invasión americana haya causado el resurgimiento, con tal fuerza, de la heroína afgana. El periodista Matthieu Aikins lo plantea así:

Todos están cultivando amapola. todos están sacando ganancias de la amapola. Toca todos los niveles de la sociedad afgana en ambos lados del conflicto, a los talibanes y al gobierno… Pero el gobierno es el que está más involucrado en ese negocio.”

El gobierno estadounidense ha invertido cerca de 9 mil millones de dólares para acabar con el cultivo y la venta de narcóticos en Afganistán. Aún así, la venta de opiáceos es la principal fuente de ingreso de dinero en el país.

La ONU estima que el valor de los opioides cultivados en Afganistán se ha duplicado en los últimos años y llega ahora a 3 mil millones de dólares. Se calcula también que, en el país de Asia Central, hay más de 200 mil hectáreas de cultivo ilegal.

Todo esto representa un enorme problema para la economía afgana: los sectores de salud están rebasados por la cantidad de adictos en el país -30% de las familias afganas utilizan alguna droga-; el crimen aumenta por el mercado negro; y los grupos insurgentes tienen un ingreso continuo de financiamiento inagotable.

Soldado Afgano vigila la quema de narcóticos en las afueras de Kabul, Afganistán. 2017. (AP Photo/Massoud Hossaini)

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Por donde sea que se mire, la guerra en Afganistán ha sido un fracaso espeluznante. Ahora, Estados Unidos se enfrenta a la tarea titánica de aceptar su derrota o continuar una guerra que parece no tener fin. Joe Biden ya prometió acabar, en este año, con la presencia de tropas estadounidenses en la región. ¿Acaso podrá mantener su promesa?

En cualquier caso, en medio de las decisiones internacionales, el ataque del 11 de septiembre ha causado la muerte de cientos de miles de personas. En medio de todo el conflicto, las víctimas inocentes en Afganistán sigue sepultados, sin nombre, ante los ojos impasibles de una humanidad cada vez más impasible.

Ya nadie reza por Afganistán.

Ahora, ni siquiera existe el recuerdo de algún hashtag.

Ya nadie llora por Afganistán.

Por: Nicolás Ruiz

Mujer afgana lee las noticias sobre el aumento de tropas estadounidenses enviadas por Donald Trump. 2017. (AP Photo/Rahmat Gul)

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