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En defensa de ‘Lolita’: ¿por qué insistimos en culpar a las víctimas?

Lolita, la novela de Vladimir Nabokov, nos enseña mucho sobre la tendencia de la sociedad de culpar a las víctimas, incluso a menores.

Sherry Jones aún no cumplía los 11 años de edad cuando fue violada en varias ocasiones por miembros de la congregación de una iglesia cristiana. A causa de estos actos, la menor dio a luz a su primer hijo. Cuando la familia se enteró que las autoridades estaban investigando su caso, los padres de Sherry obligaron a su hija a casarse con uno de sus violadores. Al poco tiempo, los “novios” contrajeron matrimonio en la corte de un condado rural de Florida. Sherry tenía 11 años, su marido tenía 20 y los padres estaban libre de culpa ante los ojos de la ley… y de Dios.

En 2014, el Comité de la Convención de los Derechos del Niño de la ONU alertó que en México los menores podían casarse a cualquier edad. En los códigos civiles de los estados, se establecía que las niñas tuvieran mínimo 14 años y los niños 16. Sin embargo, con un permiso extraordinario, se podían casar más pequeños (reportaje de Noticieros). Apenas en los últimos años, se han aprobado algunas reformas a las leyes estatales para subir la edad mínima de matrimonio a los 18 años.

En la novela de Vladimir Nabokov, Lolita, el narrador intenta justificar sus deseos y acciones citando estas prácticas que ocurren alrededor del mundo, mismas que permiten la unión conyugal entre una niña y un hombre mayor de edad (por ejemplo, el grupo Girls Not Brides denuncia que una de cada tres niñas en los países en desarrollo se casan antes de cumplir los 18). Los ambiguos niveles de aceptación social, tanto del presente como del pasado, son todo lo que requiere la conciencia de un pederasta para situarse dentro de un contexto moral, aunque sea en los márgenes más extremos.

Ahora bien, Nabokov no publicó Lolita en el siglo XXI, cuando parece que hay mayor conciencia sobre los efectos de abuso infantil, sino en 1955, cuando una sociedad ultra-conservadora todavía percibía a la mujer ama de casa como “una chica” sometida a la disciplina de su esposo, el “jefe del hogar”. Uno pensaría que por una novela como esta, Nabokov sería acusado por las buenas costumbres de obscenidad, como alguna vez fueran puestos en juicio Trópico de Cáncer o Almuerzo al desnudo. Pero en lugar de ser denunciado como una obra obscena y vetada de las bibliotecas públicas, Lolita fue considerada en sus inicios, incluso por la crítica, como una novela erótica.

¿De qué trata la novela precisamente?

Lolita nos cuenta la historia desde el punto de vista de Humbert Humbert, un profesor de letras de origen europeo obsesionado con la figura de la ninfula, esto es, una menor de 9 a 14 de años de edad atrapada en el pleno desarrollo de la pubertad. Ya no es una niña pero aún está lejos de ser una mujer. Un día, Humbert recibe la oportunidad de mudarse a Estados Unidos para trabajar en un par de ensayos académicos. Nuestro narrador se hospeda en la casa de una viuda y su hija adolescente. La chica se llama Dolores Haze y el pobre Humbert queda obsesionado con ella, su amada “Lo-lee-ta”.

Irónicamente, la madre de Lolita se enamora a su vez de su refinado huésped, lo que repugna a Humbert. Sin embargo, el narrador decide casarse con la señora para que así pueda acercarse más a su verdadero amor. Por una obra de extraña fortuna, la señora descubre las tendencias pederastas de su nuevo marido, pero al poco tiempo muere en un accidente y nadie descubre su secreto. Nada tonto, Humbert aprovecha su situación y se asume como padre de Lolita (más no guardián, por miedo a que descubran su parafilia). Llega un punto en el que Humbert droga a “su hija” con pastillas para dormir en un cuarto de hotel, sin embargo, el narrador resulta incapaz de satisfacer sus deseos sexuales.

El genio de Nabokov reside en su habilitad de matizar la historia y presentar a su lector con la posibilidad de simpatizar con un monstruo. Un narrador que además admite ser un monstruo, que aborrece su condición y que aparte hace todo lo posible (a su juicio) de ser un padre responsable para Lolita. Así que imagina el escándalo del lector promedio cuando se entera que no es Humbert quien cruza la línea del contacto sexual sino Lolita. “Ni siquiera fui su primer amante,” reflexiona el narrador.

Es aquí donde el escritor plantea el dilema moral de la novela. Pero no es ningún dilema en lo que respecta al personaje de Lolita. Desde el momento que Humbert busca el contacto físico de su anhelo, ella siempre es una víctima. El dilema lo carga el lector de acuerdo al juicio que emite sobre el personaje. En otras palabras, por un lado está el sector de la sociedad que atribuye toda culpa a Lolita. ¿Por qué? Porque ella se lo buscó. Ella fue la que “tentó” a Humbert con cariños, guiños de ojos, risas. Ella fue la que desarrolló un crush por su padre adoptivo, como si fuera una estrella de cine. Ella fue la que no percibió ninguna ramificación derivada del primer acto sexual, la que no desenmascaró las intenciones mañosas de su torturado “padre”.

Es por este público lector (y no lector) al cual le debemos la adopción del término “Lolita” como una manera de describir a mujeres adolescentes cuyos cuerpos han sido transformados en objetos de adoración sexual. La cultura pop está saturado de ejemplos que resaltan los atributos físicos de una estrella adolescente con el fin de vender discos, videos, películas, revistas y libros. Incluso hubo ediciones de Lolita cuyas portadas mostraban al personaje de Dolores Haze como si fuera Jodie Foster en Taxi Driver, ante el horror del mismo autor.

La persona que lee sobre los casos de una adolescente que fue violada en una fiesta o de otra que fue asesinada en el transporte público, y que justifica el crimen por el consumo de alcohol de una o la manera de vestir de otra, pierde de vista un punto básico: el culpable de una violación siempre es el violador, no la víctima. 

En el caso de una “relación” entre una adolescente y un adulto, ¿cómo puede haber una parte responsable?

En los años de la adolescencia, una persona aún está desarrollando su pensamiento crítico, su capacidad de razonar los problemas que tiene en frente, su manera de evaluar una variedad de situaciones y oportunidades. En otras palabras, un adolescente todavía está creciendo y no podemos esperar de él o ella, el mismo juicio que puede exhibir un adulto ante un escenario similar. Es por tal motivo que el estado debe seguir protegiendo a los menores dentro de un marco jurídico.

Texto: @ShyNavegante

Ilustración de portada por @mel.zermeno

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