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El Estambul de Pamuk; tan lejos y tan cerca de la Ciudad de México

¿Por qué un hombre que solo ha escrito de Estambul es tan universal como para que un mexicano pueda interesarse en él?

¿Por qué la obra de un hombre que solo ha escrito de su ciudad natal, Estambul, es tan universal como para ganarse el Nobel y tan especial como para que una mexicana o un mexicano pueda interesarse en ella?

A pesar de estar del otro lado del mundo, Orhan Pamuk describe escenarios que no son extraños para un mexicano. Un pueblo tratando de olvidarse de su doloroso pasado. Por un lado se encuentra sumido en un sentimiento de decadencia, por otro, lleno de energía, vivacidad y creatividad.

Ferit Orhan Pamuk nació un 7 de junio de 1952, en el seno de una familia acomodada venida a menos. Creció en el barrio de Nişantaşı, una zona que fácilmente podría compararse con nuestro Polanco. A lo largo de sus calles es posible encontrar una infinidad de tiendas de diseñadores europeos y norteamericanos.

Casas que muestran el antiguo y decadente esplendor de Estambul (foto: Mariana Magdaleno)

Turquía, al igual que México, es el puente entre dos mundos. Mientras los turcos están entre Medio Oriente y Europa, México se encuentra entre América Latina y la América Anglosajona. Esto ha hecho que muchos procesos culturales sean muy parecidos. No hace falta recordar que tanto nuestro país como el de Pamuk son parte del MINT (México-Indonesia-Nigeria y Turquía), un grupo de países que son puentes entre diferentes bloques y cuyos potenciales económicos son muy parecidos.

Al recorrer las páginas de las novelas de Pamuk uno se encuentra con mundos tan conocidos como ajenos. Las peleas familiares, las fortunas perdidas, el amor, los grandes edificios destruidos por el tiempo, los barrios pobres, las ruinas de algún pasado glorioso que ahora solo adornan la ciudad, son cosas con la que todo mexicano se puede sentir relacionado. Sin embargo el sonido de los barcos mercantes que atraviesan el Bósforo, las mujeres de rostro cubierto o el sonido del llamado al rezo y la opulencia de las mezquitas nos es totalmente ajeno.

Beyoğlu, barrio de Estambul que se encuentra al centro de la ciudad (foto: Mariana Magdaleno)

Muy a su propia manera, en los libros de Pamuk podemos encontrar a un cronista de lo popular, como un Monsiváis, a un nostálgico de las épocas pasadas, como un Pacheco y a un narrador de su ciudad, como un Carlos Fuentes.

No solo eso, muchos de los barrios que describe parecen tener un análogo en la Ciudad de México. Las calles de Cihangir y Karaköy pueden ser un gemelo turco de la Roma y la Condesa. La calle de İstiklal en Beyoğlu recuerdan al ruido y vivacidad de la calle Madero. Barrios viejos como Balat que atraviesan un proceso de gentrificación son muy parecidos a lo que ocurre en colonias como la Santa María la Ribera o la San Rafael.

Balat, barrio estambulí (foto: Mariana Magdaleno)

Pamuk: el escritor del terruño que le habla al mundo

Dueños de todo un edificio en el barrio de Nişantaşı, la familia de Pamuk vio cómo la fortuna se fue perdiendo poco a poco gracias a las malas decisiones financieras del tío y de su padre. El edificio hasta la fecha tiene el apellido de la familia a la entrada.

Antigua casa de la familia Pamuk

Buena parte de su juventud la pasó pegado a la ventana de su cuarto dibujando el paisaje de su ciudad. Lo hacía para complacer a los que lo rodeaban. Disfrutaba del aplauso que recibían sus bocetos. Ese aplauso lo llevó a tomar la decisión de estudiar arquitectura, pero después de tres años decidió abandonar la carrera. Posteriormente se graduó en periodismo en la Universidad de Estambul, pero terminó por dedicarse enteramente a la escritura.

Museo de Santa Sofía (foto: Mariana Magdaleno)

Un dato importante, quizá el más importante acerca de Orhan, es que nunca ha abandonando el edificio donde creció. En sus propias palabras:

Desde el día en que nací nunca he dejado las casas, las calles y los barrios en que he vivido.[…] percibo que mi historia es la que me hace especial, y, por lo tanto, también a Estambul: el haber permanecido cincuenta años en el mismo lugar incluso en la misma casa, en una época condicionada por la multitud de emigraciones y por la creatividad de los emigrantes.

Hay autores, como Conrad, Nabokov o Nailpaul, que han conseguido escribir con éxito cambiando de lengua, de nación, de cultura, de país, de continente e incluso de civilización. Y sé que, de la misma forma que su identidad creativa ha ganado fuerza con el destierro o la emigración, lo que a mí me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter.”

La Torre de Gálata, Estambul, Turquía (foto: Mariana Magdaleno)

No hay que olvidar que la República de Turquía apenas tenía 29 años de haberse formado cuando nació Pamuk. El hecho de haber crecido en medio de un proceso de occidentalización llevado a cabo por Mustafa Kemal Atatürk, durante el cual hubo un fuerte impulso por olvidar el pasado imperial, también forma parte importante del quehacer literario de Pamuk.

Hombres lavándose los pies antes de entrar a una mezquita en Estambul (foto: Mariana Magdaleno)

Crecer dentro de una familia con recursos, le dio la valentía que tiene un niño que siempre ha conocido el privilegio. Esa misma valentía lo llevó a enfrentar cargos legales cuando en una entrevista denunció el genocidio armenio por parte de los turcos, un capítulo oscuro en la historia de la joven nación.

La melancolía de ser una nación con un gran pasado

En sus novelas Pamuk describe a un estambulí en constante conflicto entre el pasado imperial y la nueva república. A este sentimiento le llaman Huzun, una especie de melancolía, amargura o nostalgia turca causada por vivir entre las ruinas de varios imperios.

Para comprender los orígenes de la profunda amargura que despertaba en mí el Estambul de mi infancia hay que acudir por un lado a la Historia, a los resultados del desplome del Imperio otomano, y por otro a la manera en que se ha reflejado en los paisajes de la ciudad y en su gente. En Estambul, la amargura es tanto un importante sentimiento de la música local y un término fundamental de la poesía como una manera de ver la vida, una actitud mental y lo que supone el material que hace a la ciudad ser lo que es.”

Ciudadanos turcos tomando un vapor para atravesar el Bósforo (Foto: Mariana Magdaleno)

Las mansiones otomanas en ruinas, los vestigios del imperio romano, bizantino y otomano, los barrios viejos, la bruma que cubre el Bósforo, todos estos son elementos que envuelven a la ciudad en esta melancolía.

El estambulí que describe Orhan no es árabe, tampoco es europeo. Es una mezcla de ambos y ninguna a la vez. Ahí radica el problema del turco. Al igual que el mexicano, quiere complacer a sus vecinos poderosos, mientras que ve con desdén a aquellos con los que comparte su cultura. Al mismo tiempo, son víctimas del exotismo con el que son observados por los occidentales y del desprecio de los árabes por ser turcos… y no árabes.

Una mujer estambulí tradicional y una con ropa “occidental” (foto: Mariana Magdaleno)

La ciudad que le habla a las otras ciudades

Lo que llevó a Pamuk a dibujar sin parar el paisaje de su ciudad, después lo llevó a narrarla. No por nada, el personaje más importante de sus novelas es, sin duda, Estambul mismo. Sus páginas atraviesan Oriente y Occidente como los vapores que atraviesan el Bósforo.

El Bósforo es el gran estrecho que divide a la ciudad en la parte que está en el continente europeo y la parte que se sitúa en Asía (foto: Mariana Magdaleno)

Aquel que levante un libro de Pamuk, también está adentrándose en las callejuelas de esta enigmática y aún así cercana ciudad. Probará sus guisos, tomará de su té, escuchará junto con sus personajes el sonido de los barcos que atraviesan el Bósforo a lo lejos.

Pamuk dibujaba el paisaje de Estambul cuando era joven (Foto: Mariana Magdaleno)

Pamuk, siempre rodeado de ese Huzun, de esa melancolía turca, ha logrado que sus historias tengan eco a lo largo del planeta, un eco tan fuerte y tan poderoso que logra tener resonancia en nuestros propios oídos y cuando leemos sus páginas, es muy difícil no tener, en algún momento, una sensación que nos recuerda de alguna manera un sentimiento que a veces los mexicanos compartimos.

Por: Mariana Magdaleno 

Ilustración: José Aguilar

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